España ya no resiste más, se deteriora cada vez más; sufre grandes problemas irresolutos: La crisis diversa y generalizada, los cinco millones de parados y la clase política inepta, afincada y despreocupada. Muchos españoles miran con serio desdén esta casta política que derrocha la confianza y el euro, corroe el sistema, y, agotada su paciencia, detestan sus manejos diarios y la absoluta ineficacia en la que trabajan unos individuos puestos por los partidos, sin representar al ciudadano y ajenos al bien común. Esto que tenemos aquí no tiene casi nada de Democracia.
El Presidente R. Zapatero, al decidir no ser candidato, debió marcharse y convocar las elecciones, prueba de ello es la cantidad de voces internas y externas a su partido que lo exigen y la reinante desconfianza de los mercados respecto a nuestro país. Seguro que el dedazo en la designación del viejo superministro no ha reportado aire nuevo, ni progresía ni renovación y, sin duda, han quedado desechados en la cuneta otros cualificados candidatos, mandados al olvido excesivo y lastimoso. Lo de las primarias sólo ha sido mucho cacareo y poco fruto.
A ello se suma, la parálisis, la mortecina rémora del tinglado estatal sumido en esa continuidad artificial de esta legislatura anticipadamente finiquitada, como ha patentizado el Debate del Estado de la Nación; vivimos un serio vacío de poder escenificado por la presencia concurrente de ZP y Rubalcaba. Aparte de la crisis económica, ética e institucional que tiene retraído y paralizado la mayor parte del espacio político, esta ruinosa situación pide a voces un gobierno fuerte que corte por lo sano; es preciso establecer no las insulsas de ZP, sino las reformas imprescindibles y vivificadoras de nuestra menguada economía. A su vez, hay que suprimir el Tribunal Constitucional, de hecho no existe en muchos países y no pasa nada, con el Supremo basta y sobra; la dependencia política de jueces y fiscales es asunto complejo y delicado que requiere solución urgente, para establecer la independencia judicial, los jueces han de regirse entre ellos por oposición, antigüedad y mérito, alejando de ellos los nombramientos por los partidos políticos; al régimen autonómico hay que cortarle el grifo económico y muchas de las competencias que deben pasar a Madrid evitando el derroche y las prebendas; hay que regular los sueldos de los políticos a niveles normales regulados por el Estado y afrontar la reforma electoral, de modo que prevalezca siempre el que obtenga una mayoría y eliminar las componendas postelectorales. Ahora, nos vienen a pedir la dimisión esos que votaron por Bildu, ya podían haberlo hecho antes de dejarlos ocupar los cien ayuntamientos y liar la algazara que llevan.
No hay nada dentro del zapaterismo que no esté en crisis. Este Gobierno está sin alma y sin respiro hace ya algún tiempo; en medio de este ambiente bañado de rumores de adelanto de elecciones, todo anda en perentoria provisionalidad en el quehacer público; todo va hace tiempo a la deriva, entre frustración, imprevisión y prohibiciones; el aturdimiento y el desencanto corroe las esperanzas del ciudadano. Y ahora, parece que las voluntades de estos dos, ZP y su amigo Alfredo, que se reparten el poder, se ven en creciente confrontación y litigio, sin dar señales sobre el final de un mandato ya caduco. La crisis general nos corroe y hunde en un colapso acuciante.
C. Mudarra
El Presidente R. Zapatero, al decidir no ser candidato, debió marcharse y convocar las elecciones, prueba de ello es la cantidad de voces internas y externas a su partido que lo exigen y la reinante desconfianza de los mercados respecto a nuestro país. Seguro que el dedazo en la designación del viejo superministro no ha reportado aire nuevo, ni progresía ni renovación y, sin duda, han quedado desechados en la cuneta otros cualificados candidatos, mandados al olvido excesivo y lastimoso. Lo de las primarias sólo ha sido mucho cacareo y poco fruto.
A ello se suma, la parálisis, la mortecina rémora del tinglado estatal sumido en esa continuidad artificial de esta legislatura anticipadamente finiquitada, como ha patentizado el Debate del Estado de la Nación; vivimos un serio vacío de poder escenificado por la presencia concurrente de ZP y Rubalcaba. Aparte de la crisis económica, ética e institucional que tiene retraído y paralizado la mayor parte del espacio político, esta ruinosa situación pide a voces un gobierno fuerte que corte por lo sano; es preciso establecer no las insulsas de ZP, sino las reformas imprescindibles y vivificadoras de nuestra menguada economía. A su vez, hay que suprimir el Tribunal Constitucional, de hecho no existe en muchos países y no pasa nada, con el Supremo basta y sobra; la dependencia política de jueces y fiscales es asunto complejo y delicado que requiere solución urgente, para establecer la independencia judicial, los jueces han de regirse entre ellos por oposición, antigüedad y mérito, alejando de ellos los nombramientos por los partidos políticos; al régimen autonómico hay que cortarle el grifo económico y muchas de las competencias que deben pasar a Madrid evitando el derroche y las prebendas; hay que regular los sueldos de los políticos a niveles normales regulados por el Estado y afrontar la reforma electoral, de modo que prevalezca siempre el que obtenga una mayoría y eliminar las componendas postelectorales. Ahora, nos vienen a pedir la dimisión esos que votaron por Bildu, ya podían haberlo hecho antes de dejarlos ocupar los cien ayuntamientos y liar la algazara que llevan.
No hay nada dentro del zapaterismo que no esté en crisis. Este Gobierno está sin alma y sin respiro hace ya algún tiempo; en medio de este ambiente bañado de rumores de adelanto de elecciones, todo anda en perentoria provisionalidad en el quehacer público; todo va hace tiempo a la deriva, entre frustración, imprevisión y prohibiciones; el aturdimiento y el desencanto corroe las esperanzas del ciudadano. Y ahora, parece que las voluntades de estos dos, ZP y su amigo Alfredo, que se reparten el poder, se ven en creciente confrontación y litigio, sin dar señales sobre el final de un mandato ya caduco. La crisis general nos corroe y hunde en un colapso acuciante.
C. Mudarra
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