El nacionalismo es un virus que corroe los cimientos de la estabilidad del Estado. España no se halla incómoda ni tiene ningún problema con Cataluña; los españoles no tienen crisis de identidad, ni traumas obsesivos con su lengua y cultura, ni complejos victimistas e históricos. Chantajear a los españoles con la amenaza de secesión, si no obtienen los privilegios que reclaman, es una maniobra indecente e intolerable. CiU tiene la obligación de contener el movimiento soberanista visceral e interesado, para conseguir la consistencia institucional, no verse desbordado por el radicalismo para con España y aparecer como una extravagancia ante los vecinos europeos, totalmente contrarios a aceptar los separatismos. Hay que ser realista, la crisis exige unidad, no separatismo; la solución viene especialmente de la mano de la UE, fuera de España, la Cataluña Independiente no encontrará el soporte político y económico de Europa; la independencia le acarrearía perjuicios económicos, perdería el 20% de su PIB y su renta caería al nivel de Chipre. CiU no favorece a su pueblo con el fomento del problema territorial y con el rechazo y el odio hacia lo español. Por el contrario, ganará en grandeza y bienestar con la cercanía y la solidaridad; debe garantizar la lealtad y el interés nacional de España; su actitud hostil suscitará una reacción anticatalana que resultará demoledora para Cataluña y España.
Se ha calibrado que hubo un millón y medio de manifestantes, de los que algo así como la mitad no eran independentistas, sino gentes molestas con la política y disgustadas por los recortes, de modo que el resultado es que el separatismo aportó un porcentaje pequeño; si son siete millones y medio de catalanes, significa que seis millones se quedaron en casa sin ir a la Diada ni a la manifestación de A. Mas, pertenecen a la mayoría silenciosa que se siente catalana y española; el separatismo es minoritario, pero, está claro, que forma más ruido y jaleo, aunque no llegamos a calificarlo, como Rajoy, de vaciedad y de “algarabía”; es un sentimiento vivo que les hace ansiar una realidad idílica, aunque equivocada. Por ello, lo emplean como coacción ofensiva de la Generalitat para la negociación del concierto fiscal; en unos momentos, en que necesitamos ganar confianza y conseguir la financiación internacional, estos catalanes ofrecen la escenografía de la descomposición y una muy difícil y rechazable desunión nacionales, cuya inoportunidad la convierte en una dolosa iniciativa de aspaldas a la conveniencia y a la Historia; quieren ocultar los problemas colectivos derivados de la mala gestión de los Gobiernos Catalanes, para ahuyentar así las iras populares que se han ganado con su desbarajuste y derroche, y tratan de hacer de España el enemigo perfecto, contra el que lanzan el descontento y, haciendo que España deje de ser la patria común de todos los españoles, la convierten en una madrastra indigna que perjudica y explota a sus hijos catalanes.
Mensajes que han logrado hacer calar en el tejido social mediante su maquinaria propagandística y a través del uso de las competencias educativas al servicio tergiversado de la historia en las aulas y, valiéndose de la Tv3 como instrumento de rencor y desprecio hacia todo lo español, han inyectado el veneno y odio sistemáticamente; y mientras siembran lo antiespañol con una mano, extienden la otra pidiendo ayuda económica. La crecida soberanista coincide con el hastío de los españoles ante la elefantiaca estructura autonómica montada en el despilfarro, y el desparrame de diecisiete taifas imposibles. Pretenden imponer el pensamiento único de la catalanidad excluyente y untuoso, haciéndolo manifestación y convicción multitudinaria y olvidan que lo fundamental para superar los momentos críticos reside en la colaboración y la benevolencia, donde sobran soberbias identitarias. Artur Mas lleva años derrochando muchas energías y grandes montos de euros que dedica a ese empeño de ingeniería social del fomento del independentismo entre una sociedad que mayoritariamente no lo es. El separatismo catalán nunca ha mirado con amabilidad lo español, todo han sido desplantes y exigir dineros sin dejar de vilipendiar y prohibir lo español.
Así pues, Artur Mas se equivoca en los tiempos y en las formas, porque la independencia de Cataluña no puede ser más que una desgracia para España y una ruina para los catalanes; se ha montado en un caballo indómito que lo puede derribar y llevarlo a la confrontación con el Gobierno Central, que sólo hallará un final fatal, pues la independencia dividirá a los catalanes y suscitará una reacción imprevisible en la Nación Española.
C. Mudarra
Se ha calibrado que hubo un millón y medio de manifestantes, de los que algo así como la mitad no eran independentistas, sino gentes molestas con la política y disgustadas por los recortes, de modo que el resultado es que el separatismo aportó un porcentaje pequeño; si son siete millones y medio de catalanes, significa que seis millones se quedaron en casa sin ir a la Diada ni a la manifestación de A. Mas, pertenecen a la mayoría silenciosa que se siente catalana y española; el separatismo es minoritario, pero, está claro, que forma más ruido y jaleo, aunque no llegamos a calificarlo, como Rajoy, de vaciedad y de “algarabía”; es un sentimiento vivo que les hace ansiar una realidad idílica, aunque equivocada. Por ello, lo emplean como coacción ofensiva de la Generalitat para la negociación del concierto fiscal; en unos momentos, en que necesitamos ganar confianza y conseguir la financiación internacional, estos catalanes ofrecen la escenografía de la descomposición y una muy difícil y rechazable desunión nacionales, cuya inoportunidad la convierte en una dolosa iniciativa de aspaldas a la conveniencia y a la Historia; quieren ocultar los problemas colectivos derivados de la mala gestión de los Gobiernos Catalanes, para ahuyentar así las iras populares que se han ganado con su desbarajuste y derroche, y tratan de hacer de España el enemigo perfecto, contra el que lanzan el descontento y, haciendo que España deje de ser la patria común de todos los españoles, la convierten en una madrastra indigna que perjudica y explota a sus hijos catalanes.
Mensajes que han logrado hacer calar en el tejido social mediante su maquinaria propagandística y a través del uso de las competencias educativas al servicio tergiversado de la historia en las aulas y, valiéndose de la Tv3 como instrumento de rencor y desprecio hacia todo lo español, han inyectado el veneno y odio sistemáticamente; y mientras siembran lo antiespañol con una mano, extienden la otra pidiendo ayuda económica. La crecida soberanista coincide con el hastío de los españoles ante la elefantiaca estructura autonómica montada en el despilfarro, y el desparrame de diecisiete taifas imposibles. Pretenden imponer el pensamiento único de la catalanidad excluyente y untuoso, haciéndolo manifestación y convicción multitudinaria y olvidan que lo fundamental para superar los momentos críticos reside en la colaboración y la benevolencia, donde sobran soberbias identitarias. Artur Mas lleva años derrochando muchas energías y grandes montos de euros que dedica a ese empeño de ingeniería social del fomento del independentismo entre una sociedad que mayoritariamente no lo es. El separatismo catalán nunca ha mirado con amabilidad lo español, todo han sido desplantes y exigir dineros sin dejar de vilipendiar y prohibir lo español.
Así pues, Artur Mas se equivoca en los tiempos y en las formas, porque la independencia de Cataluña no puede ser más que una desgracia para España y una ruina para los catalanes; se ha montado en un caballo indómito que lo puede derribar y llevarlo a la confrontación con el Gobierno Central, que sólo hallará un final fatal, pues la independencia dividirá a los catalanes y suscitará una reacción imprevisible en la Nación Española.
C. Mudarra
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