En medio de la crisis económica que nos embarga a todos, hay otra que se cierne sobre la mayoría de la gente, el regreso. La mayoría de los españoles hemos sido bautizados, hemos recibido los sacramentos, hemos asistido a actos religiosos y nos hemos hecho presente en los funerales de los difuntos cercanos. Pero esos encuentros, presuntamente de fe, no tienen nada que ver con la propia vida, parecen una ruptura absoluta entre fe y vida. Es más, para muchos, el último día que pisaron la iglesia fue el de la primera comunión, el de la boda o el de un difunto.
Como consecuencia, la fe sin vida se ha ido apagando poco a poco y se reduce a un simple rescoldo que, de vez en cuando, quiere revitalizarse pero no puede. No se alimenta con otras experiencias más profundas en consonancia con la vivencia de Dios. La mayoría de la gente no ha tenido una sola experiencia de fe, sólo han oído imposiciones. Con los primeros vendavales de la vida laboral o de la carrera, se perdió la poca fe que quedaba.
Además, la nueva sociedad postmoderna se manifiesta “no religiosa”. Incluso admira a Cristo, pero piensa que no es necesario ser religioso para seguirle. El yunque sobre el que se dan todos los golpes es la institución eclesial. Se dice que ha perdido toda credibilidad, que se señaliza como el gran obstáculo para recuperar la fe, que más que unos brazos abiertos para acoger, se ha convertido en una serie de atenciones para asegurar a los que quedan. Parece que nos olvidamos que los que rigen la Iglesia son humanos y nos gustaría que fueran ángeles.
Otro de los factores que más influye es el momento que nos ha tocado vivir. Cada mañana nos asomamos a la ventana de un mundo donde impera el dolor, el odio, el hambre, la muerte, el paro, la droga, la crueldad, el alcohol, el dinero, el sexo, el triunfo, las estrellas, el culto al cuerpo... Se oye decir reiteradamente que Dios es amor y misericordia, pero lo único que nos rodea es dolor y odio.
La democracia, que debería ser una fuente de esperanza, parece empeñada en aprobar leyes que son fuentes de muerte y rechazos de vida. Y; sin embargo, sobre tanta miseria, se vuelca cada día la misericordia. Amor y Dios son una misma cosa. Y las dos están en nuestra alma. Todo depende de que las experimentemos, de que las vivamos. Y hay que pedirlas a Dios, fuente de todo bien. Cuando nos instalamos en ellas, todo cambia y otras personas acaban latiendo. Si Dios es Amor, el Amor es Dios.
Hay una parábola que deberíamos leer en estos días. Encierra más teología que los miles de páginas de la Summa Theologica de Santo Tomás. Es la que ha llegado más lejos en profundidad, en extensión, en humanismo. Es la más conocida, la más bella, el mejor descubrimiento del amor. Rembrandt la materializó en el cuadro más hermoso que se ha pintado. Y Henri J.M.Nouwen escribió un libro bellísimo sobre él. Se titula El regreso del hijo pródigo”. Ed. PPC. Os lo recomiendo a todos, pero especialmente a los que os gusta la pintura.
J. LEIVA.
Como consecuencia, la fe sin vida se ha ido apagando poco a poco y se reduce a un simple rescoldo que, de vez en cuando, quiere revitalizarse pero no puede. No se alimenta con otras experiencias más profundas en consonancia con la vivencia de Dios. La mayoría de la gente no ha tenido una sola experiencia de fe, sólo han oído imposiciones. Con los primeros vendavales de la vida laboral o de la carrera, se perdió la poca fe que quedaba.
Además, la nueva sociedad postmoderna se manifiesta “no religiosa”. Incluso admira a Cristo, pero piensa que no es necesario ser religioso para seguirle. El yunque sobre el que se dan todos los golpes es la institución eclesial. Se dice que ha perdido toda credibilidad, que se señaliza como el gran obstáculo para recuperar la fe, que más que unos brazos abiertos para acoger, se ha convertido en una serie de atenciones para asegurar a los que quedan. Parece que nos olvidamos que los que rigen la Iglesia son humanos y nos gustaría que fueran ángeles.
Otro de los factores que más influye es el momento que nos ha tocado vivir. Cada mañana nos asomamos a la ventana de un mundo donde impera el dolor, el odio, el hambre, la muerte, el paro, la droga, la crueldad, el alcohol, el dinero, el sexo, el triunfo, las estrellas, el culto al cuerpo... Se oye decir reiteradamente que Dios es amor y misericordia, pero lo único que nos rodea es dolor y odio.
La democracia, que debería ser una fuente de esperanza, parece empeñada en aprobar leyes que son fuentes de muerte y rechazos de vida. Y; sin embargo, sobre tanta miseria, se vuelca cada día la misericordia. Amor y Dios son una misma cosa. Y las dos están en nuestra alma. Todo depende de que las experimentemos, de que las vivamos. Y hay que pedirlas a Dios, fuente de todo bien. Cuando nos instalamos en ellas, todo cambia y otras personas acaban latiendo. Si Dios es Amor, el Amor es Dios.
Hay una parábola que deberíamos leer en estos días. Encierra más teología que los miles de páginas de la Summa Theologica de Santo Tomás. Es la que ha llegado más lejos en profundidad, en extensión, en humanismo. Es la más conocida, la más bella, el mejor descubrimiento del amor. Rembrandt la materializó en el cuadro más hermoso que se ha pintado. Y Henri J.M.Nouwen escribió un libro bellísimo sobre él. Se titula El regreso del hijo pródigo”. Ed. PPC. Os lo recomiendo a todos, pero especialmente a los que os gusta la pintura.
J. LEIVA.
Comentarios: