El Papa Francisco, al llegar a Brasil para la JMJ, en su salutación a las autoridades, dijo: “No tengo oro ni plata, os traigo lo que tengo: A Jesucristo”. En su revolución dentro de la Iglesia y fuera de ella, quiere irradiar la alegría de modo selectivo y exigente. “¡Qué feo es un obispo triste!; el cristiano ha de ser la alegría en el amor de Jesucristo”; en discurso improvisado y arrebatador pidió “vivir con alegría”, “si caminamos en la esperanza y bebemos el vino nuevo que nos ofrece Jesús, ya tenemos alegría, el cristiano es alegre, nunca triste. Dios nos acompaña. Jesús nos ha mostrado que el rostro de Dios es el de un Padre que nos ama. El cristiano no puede ser pesimista; no tiene el aspecto de quien parece estar de luto perpetuo. Si estamos verdaderamente enamorados de Cristo y sentimos cuánto nos ama, nuestro corazón se «inflamará» de tanta alegría que contagiará a cuantos viven alrededor”.
Dos millones de jóvenes siguen y oyen al Papa, que los acoge afable, divertido y cercano, mientras imparte el mensaje esencial del cristianismo. No hay ningún otro líder religioso ni político con tanto tirón humano. El contacto con los jóvenes es una de las claves para interpretar su viaje a Brasil; se aproximó a ellos con humildad para recibir antes su bendición, como hizo el día de su elección. “A los jóvenes y a todos ustedes me dirijo: Nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague; la realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar”. Convocó a los jóvenes:”Quiero que salgan a la calle a armar lío, quiero lío en las diócesis, quiero que se salga fuera, quiero que la Iglesia salga a la calle, que dejemos de estar encerrados en nosotros mismos”. “Son muchos los jóvenes, que en el mundo salen a la calle, porque quieren el cambio; los aliento a que de forma ordenada, pacífica y responsable, motivados por el Evangelio, superen la apatía y ofrezcan una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y políticas presentes en sus países”; y añadió: ”Hacedlo por la configuración con Cristo, a través del amor fraterno, del saber escuchar, comprender, perdonar, acoger, ayudar a los otros, sin excluir ni marginar”. En su defensa de los jóvenes, unió la de los ancianos y la vida del nasciturus, destacando el papel de los abuelos, para “comunicar el patrimonio de humanidad y de fe a toda la sociedad”. Espiritualidad, generosidad, solidaridad, perseverancia, fraternidad, alegría son valores que encuentran sus raíces más profundas en la fe cristiana.
Ha repetido la idea de cambio y revolución en sentido social, “la fe es revolucionaria, el cristianismo es revolucionario, la fe en nuestra vida hace una revolución copernicana, nos quita del centro y pone a Dios”. Quiere sacudir a la Iglesia de la imagen afligida que la persigue y recomponerla; su credibilidad depende no sólo de que consiga purificarse, limpiarse y desprenderse de lujos y boatos, sino que es también fundamental la actitud que transmitan sus miembros empezando por sacerdotes y monjas; la Institución ha de desprenderse de “la mundanidad y del clericalismo” y que los obispos sean alegres y positivos y estén al lado de los que sufren; de ahí, que les pida que “renuncien a la “psicología de príncipes”. Dice que hay que “reconocer los errores y cambiar, recuerden la frase de la Madre Teresa de Calcuta sobre qué es lo que debe cambiar en la Iglesia y respondió: Tú y yo”. “La Iglesia, dijo el Papa, debe salir a la calle y llevar a Jesucristo donde haga falta y eso es incompatible con una Iglesia acomodada y aburguesada”. Su batalla crucial en estos cuatro meses de Pontificado ha consistido en recuperar la credibilidad de la Iglesia y desempolvar el impacto primitivo del mensaje más genuino, el Evangelio, sin entretenerse en diatribas de doctrina, con gestos simples, pero revolucionarios, con su carisma y su ejemplo, transmite y pide coherencia, Jesús se une a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas, porque ven el egoísmo y la corrupción o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio.
Ha dicho importantes y rompedoras palabras en Brasil. Francisco quiere estar próximo a los marginados de la sociedad, así, se reunió con reclusos y drogadictos y visitó una favela; quiere una Iglesia que camine con los excluidos, que viva el Evangelio. Desde el primer momento, ha impulsado la defensa de los pobres e instado la regeneración de la Iglesia y la política. ”Está encendiendo la enemistad de la Curia Vaticana y la antipatía de poderosos sectores sociales del mundo, sólo preocupados por el negocio y la riqueza; “Ningún esfuerzo de pacificación será duradero para una sociedad que ignora, margina y abandona en la periferia una parte de sí misma”. Le deseamos suerte, porque tiene enfrente poderosos enemigos.
C. Mudarra
Dos millones de jóvenes siguen y oyen al Papa, que los acoge afable, divertido y cercano, mientras imparte el mensaje esencial del cristianismo. No hay ningún otro líder religioso ni político con tanto tirón humano. El contacto con los jóvenes es una de las claves para interpretar su viaje a Brasil; se aproximó a ellos con humildad para recibir antes su bendición, como hizo el día de su elección. “A los jóvenes y a todos ustedes me dirijo: Nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague; la realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar”. Convocó a los jóvenes:”Quiero que salgan a la calle a armar lío, quiero lío en las diócesis, quiero que se salga fuera, quiero que la Iglesia salga a la calle, que dejemos de estar encerrados en nosotros mismos”. “Son muchos los jóvenes, que en el mundo salen a la calle, porque quieren el cambio; los aliento a que de forma ordenada, pacífica y responsable, motivados por el Evangelio, superen la apatía y ofrezcan una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y políticas presentes en sus países”; y añadió: ”Hacedlo por la configuración con Cristo, a través del amor fraterno, del saber escuchar, comprender, perdonar, acoger, ayudar a los otros, sin excluir ni marginar”. En su defensa de los jóvenes, unió la de los ancianos y la vida del nasciturus, destacando el papel de los abuelos, para “comunicar el patrimonio de humanidad y de fe a toda la sociedad”. Espiritualidad, generosidad, solidaridad, perseverancia, fraternidad, alegría son valores que encuentran sus raíces más profundas en la fe cristiana.
Ha repetido la idea de cambio y revolución en sentido social, “la fe es revolucionaria, el cristianismo es revolucionario, la fe en nuestra vida hace una revolución copernicana, nos quita del centro y pone a Dios”. Quiere sacudir a la Iglesia de la imagen afligida que la persigue y recomponerla; su credibilidad depende no sólo de que consiga purificarse, limpiarse y desprenderse de lujos y boatos, sino que es también fundamental la actitud que transmitan sus miembros empezando por sacerdotes y monjas; la Institución ha de desprenderse de “la mundanidad y del clericalismo” y que los obispos sean alegres y positivos y estén al lado de los que sufren; de ahí, que les pida que “renuncien a la “psicología de príncipes”. Dice que hay que “reconocer los errores y cambiar, recuerden la frase de la Madre Teresa de Calcuta sobre qué es lo que debe cambiar en la Iglesia y respondió: Tú y yo”. “La Iglesia, dijo el Papa, debe salir a la calle y llevar a Jesucristo donde haga falta y eso es incompatible con una Iglesia acomodada y aburguesada”. Su batalla crucial en estos cuatro meses de Pontificado ha consistido en recuperar la credibilidad de la Iglesia y desempolvar el impacto primitivo del mensaje más genuino, el Evangelio, sin entretenerse en diatribas de doctrina, con gestos simples, pero revolucionarios, con su carisma y su ejemplo, transmite y pide coherencia, Jesús se une a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas, porque ven el egoísmo y la corrupción o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio.
Ha dicho importantes y rompedoras palabras en Brasil. Francisco quiere estar próximo a los marginados de la sociedad, así, se reunió con reclusos y drogadictos y visitó una favela; quiere una Iglesia que camine con los excluidos, que viva el Evangelio. Desde el primer momento, ha impulsado la defensa de los pobres e instado la regeneración de la Iglesia y la política. ”Está encendiendo la enemistad de la Curia Vaticana y la antipatía de poderosos sectores sociales del mundo, sólo preocupados por el negocio y la riqueza; “Ningún esfuerzo de pacificación será duradero para una sociedad que ignora, margina y abandona en la periferia una parte de sí misma”. Le deseamos suerte, porque tiene enfrente poderosos enemigos.
C. Mudarra
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