Ayer, el maléfico hado, en sólo cuatro kilómetros de viaje, se cobró un nuevo tributo de sangre y muerte de unos niños asturianos. Siempre los niños, siempre en el mordisco, en las fauces del mal que los arrastra hasta el barranco. Allí, abajo, rodando por el declive, quedó el autobús rociado de gritos y llantos de los niños que iban a su escuela; allí dejó su vida uno, y gracias que fue uno, hijo único de trece años que hacía su último día de Colegio. En la pendiente, quedaron sus notas, su futuro y sus juegos; en su casa y sus vecinos de aldea, el insostenible dolor y el alarido desgarrado de lo imprevisto.
Cierto que fue un accidente, “imprevisto”, pero, “que se veía venir”, decían los paisanos, “se había avisado y denunciado muchas veces”. La mañana lluviosa, el piso en deterioro, la calzada angosta, camino más que carretera, la curvas insufribles y persistentes, con lógica, un día habría de llegar el tumbo y la caída. No es creíble, no se puede sufrir que, un día tras otro, se deje llenar un transporte escolar, que circula por un sendero inviable.
Aquí no viene nadie a dimitir. ¿Ninguno se responsabiliza de esta terrible dejadez? Las autoridades pertinentes no tuvieron tiempo de acudir a examinar y resolver el problema. No hubo recursos para construir unos accesos transitables; pero, sí hay reparto del erario en diecisiete prescindibles y costosas sacas. Muchos entusiasmos para pedir el voto, muchas diligencias para alcanzar la poltrona, muy avisados para asignarse el sueldo, sueldecetes y secretarias. Luego, en el olvido, andan entretenidos en sus grandes ocupaciones inasequibles para la ciudadanía, atrapados en sus entelequias y diatribas partidistas y los asuntos populares duermen su sueño de los cajones, en espera de que llegue la hora luminosa de despertar hacia la mañana del bien común, de bajar al suelo del cotidiano bregar, de enterarse y entretenerse en solventar las necesidades y preocupaciones reales del pueblo. Los problemas, las quejas de la gente que vive y sólo quiere vivir.
La desidia, la irresponsabilidad, la codicia y la maldad se ceban con los niños, con los débiles; los niños son pasto fácil de la necesidad y el desastre; son prontas víctimas de la garra del abandono, del maltrato, de la inundación y la catástrofe y aún de la prostitución turística y la subyugante esclavitud; para ellos, no hay atenciones y alimentos suficientes, cimentaciones consistentes ni estructuras adecuadas aquí y en muchos países del planeta e incluso en las calles mendicantes de nuestras luminosas y prósperas ciudades.
Camilo Valverde Mudarra
Cierto que fue un accidente, “imprevisto”, pero, “que se veía venir”, decían los paisanos, “se había avisado y denunciado muchas veces”. La mañana lluviosa, el piso en deterioro, la calzada angosta, camino más que carretera, la curvas insufribles y persistentes, con lógica, un día habría de llegar el tumbo y la caída. No es creíble, no se puede sufrir que, un día tras otro, se deje llenar un transporte escolar, que circula por un sendero inviable.
Aquí no viene nadie a dimitir. ¿Ninguno se responsabiliza de esta terrible dejadez? Las autoridades pertinentes no tuvieron tiempo de acudir a examinar y resolver el problema. No hubo recursos para construir unos accesos transitables; pero, sí hay reparto del erario en diecisiete prescindibles y costosas sacas. Muchos entusiasmos para pedir el voto, muchas diligencias para alcanzar la poltrona, muy avisados para asignarse el sueldo, sueldecetes y secretarias. Luego, en el olvido, andan entretenidos en sus grandes ocupaciones inasequibles para la ciudadanía, atrapados en sus entelequias y diatribas partidistas y los asuntos populares duermen su sueño de los cajones, en espera de que llegue la hora luminosa de despertar hacia la mañana del bien común, de bajar al suelo del cotidiano bregar, de enterarse y entretenerse en solventar las necesidades y preocupaciones reales del pueblo. Los problemas, las quejas de la gente que vive y sólo quiere vivir.
La desidia, la irresponsabilidad, la codicia y la maldad se ceban con los niños, con los débiles; los niños son pasto fácil de la necesidad y el desastre; son prontas víctimas de la garra del abandono, del maltrato, de la inundación y la catástrofe y aún de la prostitución turística y la subyugante esclavitud; para ellos, no hay atenciones y alimentos suficientes, cimentaciones consistentes ni estructuras adecuadas aquí y en muchos países del planeta e incluso en las calles mendicantes de nuestras luminosas y prósperas ciudades.
Camilo Valverde Mudarra