La regulación no es contraria a la libertad. De hecho, tanto Cicerón como Simón Bolívar coincidieron en señalar que "sin leyes no se concibe la verdadera libertad".
Quiero decir, que la tentación de regular (poner reglas o normas) no es, en sí misma, una inclinación “pecaminosa”. Por el contrario, la regulación, e incluso si me apura la prohibición, pueden ser absolutamente necesarias para determinar, como decía Sartre, “dónde empieza la libertad de los demás, para conocer dónde termina la mía”.
El poder desconfía de internet, recela de un verdadero debate, se inquieta por la Cultura con mayúscula, se asusta de la verdad, se azara frente a la libre competencia.
El poder no cree en la libertad. El poder, sobretodo, se espanta, se sobrecoge, se amedrenta ante el individuo, le escama la individualidad. Y por eso aboga permanentemente por el “aprisco” adaptado a seres humanos.
Pero, sin embargo, la enorme contradicción, la amarga verdad de estos tiempos que vivimos, es que la soledad es mucho más intensa ahora que antaño, que la soledad se ceba especialmente en los ancianos, en los niños, en los colectivos marginados, pero es omnipresente en nuestra moderna sociedad de la información (¡qué contrasentido!).
La soledad es el mal de nuestro tiempo, entiéndase en el contexto que se entienda, tanto si es una ausencia de compañía sin más (voluntaria o no), como si es verdadero pesar y profunda melancolía de aquellos que sienten, de forma hiriente, esa ausencia de compañía.
Por eso es muy importante diferenciar con nitidez la “soledad” de la “individualidad”. En ésta, se conocen cualidades particulares de una persona, singularidades propias del individuo; en aquélla no, sólo es ausencia de compañía.
Pero el miedo a la libertad y a la individualidad no es prerrogativa de la izquierda. En absoluto.
No hace muchos días señalábamos un buen elenco de razones para rechazar a José María Aznar. Creo que ha quedado patente el desprecio de los demócratas españoles hacia todo aquel que represente este modelo de idiocia que se ha impuesto políticamente… y Aznar casi es exculpado como mal menor en el conjunto de la atrofiada derecha española que dirige el “ínclito” Rajoy y su “sin par” PPOE.
El respeto al ciudadano es nulo. El ultraje continuo. La decencia escasea. El pundonor político desconocido. La rectitud de ánimo, la integridad, rarezas en un contexto hostil, embrutecido, prostituido, putrefacto…
El miedo a la libertad no es una debilidad de la izquierda, sino una lacra de esta casta de desalmados que detentan el poder, con la dudosa legitimidad que les da un sistema corrompido y corruptor, por el que ellos se enseñorean con la prestancia de un burro con bonete y el disfrute de un cerdo revolcándose en el lodo.
Por eso decía que el problema no es querer regular, ya que como decía Kant: “el derecho es el conjunto de condiciones que permiten a la libertad de cada uno acomodarse a la libertad de todos”. Lo malo es quién y cómo lo hace, en qué cree y qué pretende con ello, o que encubre bajo tan inofensiva apariencia. Por eso, en esta España nuestra, gobierne la izquierda o la derecha, olerá igual a tiranía que disfrazarán de democracia para no tener que avergonzarse de sí mismos.
Por nuestro bien justificarán los mayores atropellos: con la disculpa del bienestar, las mayores insidias contra los derechos laborales (empezando por el más elemental de todos: el derecho a un trabajo digno), con la excusa de cuidar nuestra salud, las mayores villanías contra la libertad, con el pretexto de la educación, las mayores atrocidades opresoras, con la justificación de velar por nuestra seguridad, el más escandaloso atentado contra nuestras libertades cívicas, contra nuestra intimidad, contra nuestro derecho al honor, contra nuestra dignidad…
Yo, como el poeta romano Juvenal, creo que “el mayor crimen es preferir la vida al honor y, por vivir la vida, perder la razón de vivir”. Por eso es tan importante la rebelión cívica, la unión para lograr este impulso regenerador en la sociedad, agitador de conciencias con la simpleza de informar de forma veraz y crítica, porque, en el fondo, nos da fuerzas el deseo perenne en todo hombre de bien de tener buenas razones para vivir, y vivir para luchar por el sueño de que esas razones lleguen a ser una realidad tangible.
Mientras nos quede un soplo de aliento, viviremos con dignidad para denunciar la asfixiante falta de libertad que vivimos; aunque nadie quiera verlo, y sólo unos pocos locos repitamos cual “mantra” que en España nada, ni institución, ni sector económico o social alguno, funciona de una manera abiertamente democrática. Cada vez son más voces. Cada vez se dice más alto. Cada vez se pronuncia más claro.
Ya nos han tomado el pelo demasiados años. Nuestra fuerza es nuestra fe inquebrantable en la libertad, y por ello podemos decir, como Voltaire: “Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo”.
Albatros
Quiero decir, que la tentación de regular (poner reglas o normas) no es, en sí misma, una inclinación “pecaminosa”. Por el contrario, la regulación, e incluso si me apura la prohibición, pueden ser absolutamente necesarias para determinar, como decía Sartre, “dónde empieza la libertad de los demás, para conocer dónde termina la mía”.
El poder desconfía de internet, recela de un verdadero debate, se inquieta por la Cultura con mayúscula, se asusta de la verdad, se azara frente a la libre competencia.
El poder no cree en la libertad. El poder, sobretodo, se espanta, se sobrecoge, se amedrenta ante el individuo, le escama la individualidad. Y por eso aboga permanentemente por el “aprisco” adaptado a seres humanos.
Pero, sin embargo, la enorme contradicción, la amarga verdad de estos tiempos que vivimos, es que la soledad es mucho más intensa ahora que antaño, que la soledad se ceba especialmente en los ancianos, en los niños, en los colectivos marginados, pero es omnipresente en nuestra moderna sociedad de la información (¡qué contrasentido!).
La soledad es el mal de nuestro tiempo, entiéndase en el contexto que se entienda, tanto si es una ausencia de compañía sin más (voluntaria o no), como si es verdadero pesar y profunda melancolía de aquellos que sienten, de forma hiriente, esa ausencia de compañía.
Por eso es muy importante diferenciar con nitidez la “soledad” de la “individualidad”. En ésta, se conocen cualidades particulares de una persona, singularidades propias del individuo; en aquélla no, sólo es ausencia de compañía.
Pero el miedo a la libertad y a la individualidad no es prerrogativa de la izquierda. En absoluto.
No hace muchos días señalábamos un buen elenco de razones para rechazar a José María Aznar. Creo que ha quedado patente el desprecio de los demócratas españoles hacia todo aquel que represente este modelo de idiocia que se ha impuesto políticamente… y Aznar casi es exculpado como mal menor en el conjunto de la atrofiada derecha española que dirige el “ínclito” Rajoy y su “sin par” PPOE.
El respeto al ciudadano es nulo. El ultraje continuo. La decencia escasea. El pundonor político desconocido. La rectitud de ánimo, la integridad, rarezas en un contexto hostil, embrutecido, prostituido, putrefacto…
El miedo a la libertad no es una debilidad de la izquierda, sino una lacra de esta casta de desalmados que detentan el poder, con la dudosa legitimidad que les da un sistema corrompido y corruptor, por el que ellos se enseñorean con la prestancia de un burro con bonete y el disfrute de un cerdo revolcándose en el lodo.
Por eso decía que el problema no es querer regular, ya que como decía Kant: “el derecho es el conjunto de condiciones que permiten a la libertad de cada uno acomodarse a la libertad de todos”. Lo malo es quién y cómo lo hace, en qué cree y qué pretende con ello, o que encubre bajo tan inofensiva apariencia. Por eso, en esta España nuestra, gobierne la izquierda o la derecha, olerá igual a tiranía que disfrazarán de democracia para no tener que avergonzarse de sí mismos.
Por nuestro bien justificarán los mayores atropellos: con la disculpa del bienestar, las mayores insidias contra los derechos laborales (empezando por el más elemental de todos: el derecho a un trabajo digno), con la excusa de cuidar nuestra salud, las mayores villanías contra la libertad, con el pretexto de la educación, las mayores atrocidades opresoras, con la justificación de velar por nuestra seguridad, el más escandaloso atentado contra nuestras libertades cívicas, contra nuestra intimidad, contra nuestro derecho al honor, contra nuestra dignidad…
Yo, como el poeta romano Juvenal, creo que “el mayor crimen es preferir la vida al honor y, por vivir la vida, perder la razón de vivir”. Por eso es tan importante la rebelión cívica, la unión para lograr este impulso regenerador en la sociedad, agitador de conciencias con la simpleza de informar de forma veraz y crítica, porque, en el fondo, nos da fuerzas el deseo perenne en todo hombre de bien de tener buenas razones para vivir, y vivir para luchar por el sueño de que esas razones lleguen a ser una realidad tangible.
Mientras nos quede un soplo de aliento, viviremos con dignidad para denunciar la asfixiante falta de libertad que vivimos; aunque nadie quiera verlo, y sólo unos pocos locos repitamos cual “mantra” que en España nada, ni institución, ni sector económico o social alguno, funciona de una manera abiertamente democrática. Cada vez son más voces. Cada vez se dice más alto. Cada vez se pronuncia más claro.
Ya nos han tomado el pelo demasiados años. Nuestra fuerza es nuestra fe inquebrantable en la libertad, y por ello podemos decir, como Voltaire: “Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo”.
Albatros
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