Este hombrecete del talante y su grupo de allegados ni siquiera, ya, en estos resuellos últimos de legislatura, moderan su pertinaz palabrería que nadie atiende ni desea.
En esta degradada democracia impositiva, ineficaz e intervencionista, que ha perdido su armadura moral, la justicia y la igualdad, la convivencia, el consenso y la armonía, esencia de la democracia, e incluso la unidad territorial, ahora, el Jefe Zapatero, refiriéndose a la concentración del pasado 30 de diciembre a favor de la familia cristiana, ha advertido que "nadie puede imponer ni fe, ni moral, ni costumbres, sólo respeto a las leyes, que son el "ADN” de la democracia". Aprovechando la celebración de la Pascua Militar, en una conversación improcedente con periodistas, ha manifestado su discrepancia "absoluta" con las afirmaciones de los Arzobispos de Madrid, Rouco Varela, y de Valencia, García-Gasco, con quien discrepa "de manera profunda", cuando opina que las leyes sobre el matrimonio homosexual, el divorcio y el aborto disuelven la democracia. Sin embargo, tilda de sensatas las palabras del vacilante Obispo, Ricardo Blázquez, que pidió a los obispos que “no miraran a derecha e izquierda, para resolver los problemas”.
Zapatero, defendiendo la aconfesionalidad del Estado y la primacía de la sociedad civil, ha apuntado que "afortunadamente" hay un pensamiento plural en la Iglesia, porque “el desarrollo de las libertades individuales afianza la democracia”; según ha relatado, “desde hace treinta años, España ha progresado en el desarrollo de su legislación que garantiza y fortalece los derechos y las libertades de los ciudadanos”.
Está muy bien defender los derechos individuales, pero, es preciso también velar y respetar los valores tradicionales y los usos y costumbres de cada uno. Un Gobierno no debe imponer, intervenir ni censurar. En el solemne acto institucional, que abre el año oficial con el discurso de S. M. el Rey, no es oportuno el alarde partidista de pretensiones electorales. Sin contención alguna, se lanzó al ruedo periodístico y estoqueó en todo lo alto, a las jerarquías eclesiásticas, dejando caer la existencia irreal de una confrontación en los entresijos de la Conferencia Episcopal.
Con esta ridícula ofensiva religiosa, la guerrilla táctica busca granjearse el voto extremista en los idus de Marzo. Sin duda, no han digerido con placidez que las multitudes ciudadanas vuelvan a poblar las plazas en defensa del matrimonio y la familia, mientras ellos, trastocando léxico y conceptos, montan su indefinición de “pareja”. Saben que gran parte de España, incluso de izquierdas, no comulgan con ciertos triunfos, llamados “sociales”. En España, la institución familiar sigue teniendo enorme crédito y fundamento, es sagrada.
La familia es la célula viva del cuerpo social, si se ataca y destruye, se desmorona la sociedad y quedará expuesta a la barbarie. La familia es el núcleo primario de ayuda mutua y de educación de los hijos en virtud del matrimonio. La felicidad personal y el bienestar social van estrechamente enlazados a la prosperidad conyugal y familiar. De ahí que sean inaceptables esos diversos modismos y deformaciones que avocan a la ruina de la familia y a la quiebra del matrimonio; la unión matrimonial sufre frecuentemente la agresión del egoísmo, del hedonismo y el materialismo. La familia es fuente de convivencia y oasis de amor, es refugio y amparo, el mejor centro de cuidados paliativos, de cariño y consuelo. Al tiempo, que algunos la atacan y destrozan, hay muchos que dedican sus esfuerzos y anhelos cada día a insuflar sus velas y mantener intactas sus constantes vitales. Es reconfortante y alentador saber que una gran mayoría vive, trabaja y lucha por mantener firme esta gozosa realidad en la sociedad.
El anticlericalismo gubernativo ofende y discrimina a los obispos, que, en su obligación, sostienen y defienden los asuntos doctrinales y cristianos de la Iglesia; y calla y silencia las contundentes agresiones a la Constitución e instituciones estatales de aquellos energúmenos que intentan destruir la sacrosanta esencia de España.
Camilo Valverde Mudarra
En esta degradada democracia impositiva, ineficaz e intervencionista, que ha perdido su armadura moral, la justicia y la igualdad, la convivencia, el consenso y la armonía, esencia de la democracia, e incluso la unidad territorial, ahora, el Jefe Zapatero, refiriéndose a la concentración del pasado 30 de diciembre a favor de la familia cristiana, ha advertido que "nadie puede imponer ni fe, ni moral, ni costumbres, sólo respeto a las leyes, que son el "ADN” de la democracia". Aprovechando la celebración de la Pascua Militar, en una conversación improcedente con periodistas, ha manifestado su discrepancia "absoluta" con las afirmaciones de los Arzobispos de Madrid, Rouco Varela, y de Valencia, García-Gasco, con quien discrepa "de manera profunda", cuando opina que las leyes sobre el matrimonio homosexual, el divorcio y el aborto disuelven la democracia. Sin embargo, tilda de sensatas las palabras del vacilante Obispo, Ricardo Blázquez, que pidió a los obispos que “no miraran a derecha e izquierda, para resolver los problemas”.
Zapatero, defendiendo la aconfesionalidad del Estado y la primacía de la sociedad civil, ha apuntado que "afortunadamente" hay un pensamiento plural en la Iglesia, porque “el desarrollo de las libertades individuales afianza la democracia”; según ha relatado, “desde hace treinta años, España ha progresado en el desarrollo de su legislación que garantiza y fortalece los derechos y las libertades de los ciudadanos”.
Está muy bien defender los derechos individuales, pero, es preciso también velar y respetar los valores tradicionales y los usos y costumbres de cada uno. Un Gobierno no debe imponer, intervenir ni censurar. En el solemne acto institucional, que abre el año oficial con el discurso de S. M. el Rey, no es oportuno el alarde partidista de pretensiones electorales. Sin contención alguna, se lanzó al ruedo periodístico y estoqueó en todo lo alto, a las jerarquías eclesiásticas, dejando caer la existencia irreal de una confrontación en los entresijos de la Conferencia Episcopal.
Con esta ridícula ofensiva religiosa, la guerrilla táctica busca granjearse el voto extremista en los idus de Marzo. Sin duda, no han digerido con placidez que las multitudes ciudadanas vuelvan a poblar las plazas en defensa del matrimonio y la familia, mientras ellos, trastocando léxico y conceptos, montan su indefinición de “pareja”. Saben que gran parte de España, incluso de izquierdas, no comulgan con ciertos triunfos, llamados “sociales”. En España, la institución familiar sigue teniendo enorme crédito y fundamento, es sagrada.
La familia es la célula viva del cuerpo social, si se ataca y destruye, se desmorona la sociedad y quedará expuesta a la barbarie. La familia es el núcleo primario de ayuda mutua y de educación de los hijos en virtud del matrimonio. La felicidad personal y el bienestar social van estrechamente enlazados a la prosperidad conyugal y familiar. De ahí que sean inaceptables esos diversos modismos y deformaciones que avocan a la ruina de la familia y a la quiebra del matrimonio; la unión matrimonial sufre frecuentemente la agresión del egoísmo, del hedonismo y el materialismo. La familia es fuente de convivencia y oasis de amor, es refugio y amparo, el mejor centro de cuidados paliativos, de cariño y consuelo. Al tiempo, que algunos la atacan y destrozan, hay muchos que dedican sus esfuerzos y anhelos cada día a insuflar sus velas y mantener intactas sus constantes vitales. Es reconfortante y alentador saber que una gran mayoría vive, trabaja y lucha por mantener firme esta gozosa realidad en la sociedad.
El anticlericalismo gubernativo ofende y discrimina a los obispos, que, en su obligación, sostienen y defienden los asuntos doctrinales y cristianos de la Iglesia; y calla y silencia las contundentes agresiones a la Constitución e instituciones estatales de aquellos energúmenos que intentan destruir la sacrosanta esencia de España.
Camilo Valverde Mudarra
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