“Para ser prudente no basta (con) no ser entrometido; hay que procurar que no te entrometan”.
Baltasar Gracián
Como, según mi amada dama y musa (ya sabe usted, desocupado lector, de quíntuple nombre: Maribel, Mariluz, Marimar, Maripaz y Marisol), últimamente mis textos me salen sin (quiero decir que carecen de) ironía, ingrediente apreciado sobremanera por ella, ahí va esta dura urdidura que la susodicha pretende cruzar transversalmente.
Parafraseando a James Russell Lowell (“Bienaventurados aquéllos que no teniendo nada que decir resisten la tentación de decirlo”), cabe colegir y agregar lo siguiente u opuesto: beneméritos quienes, tímidos (deseosos de agradar, pero temerosos de no conseguirlo, según la clásica definición de E. Pierre Beauchene), teniendo algo muy importante que decir, logran vencer su mucha vergüenza y lo sueltan por la mui sin demoras ni rodeos.
Servidor, E. S. O., un andoba de Cornago, un español (sin más), se dirige a usted, lehendakari, don Juan José, otro español más, porque ha advertido en el alma de vos ciertos déficit de amistad y cariño (razones irrefutables para escribirle); asimismo, porque, si es verdad incontrovertible lo que hiló doña María Zambrano, que “sólo en la soledad se siente la sed de la verdad”, así se enterará usted, de una vez para siempre, de esto, que en un Estado de Derecho debe imperar el respeto más escrupuloso a la Ley. Y un representante del pueblo debe abogar por ello.
Parafraseando (remedando mal, pésimamente) a don Antonio Machado (“vivo en paz con los hombres / y en guerra con mis entrañas”), según el fulano que rubrica abajo, usted, lendakari (¿está seguro de ser el servidor de todos los vascos?), parece propalar voz en grito “vivo en paz con mis coces y guerreo con tus ascos”.
Si es apodíctico (como defiendo) el axioma que sostiene don Francisco Rubiales Moreno en su más reciente ensayo, “Políticos, los nuevos amos”, de que el poder corrompe, entontece, envilece y pervierte. Estar durante mucho tiempo rodeado de una clac (o claque) de palmeros y por un cortejo de aduladores entorpece hasta tal punto el contacto con la realidad que dicha cohesión y conexión llega incluso a perderse (a veces, junto con el juicio).
Hay que reconocer que usted gasta una de estas dos (o ambas, al alimón), la plétora sorda de un caradura o la inmunidad al alipori; porque de otra forma no se entiende ni encuentro explicación a su contumacia. No la escribió para usted, pero le viene pintiparada, como alianza al anular, esta quintilla epigramática de Francisco de la Torre:
“De un necio la audaz propuesta
con dificultad se muda,
y es la razón manifiesta,
porque la más dura testa
siempre es la más testaruda”.
E. S. O., un andoba de Cornago