La democracia española escenifica hoy uno de los actos más vergonzosos de su calendario político: un Debate sobre el Estado de la Nación que ni es debate, ni analiza la situación del país y que ni siquiera es democrático sino un simple teatro en el que actúan gallos de pelea que estafan a la ciudadanía porque le escatiman la verdad y utilizan la tribuna de las Cortes sólo para ganar votos.
Un verdadero "Debate" sobre el estado de España exigiría que los diputados, como representantes del pueblo elegidos por los ciudadanos, analizaran y opinaran con libertad sobre la situación para encontrar soluciones a nuestros problemas. Pero no ocurre eso sino algo muy distinto: los máximos líderes de cada partido, los únicos con derecho a hablar, defienden sus posturas sin apertura mental ni autocrítica, se pelean entre ellos y se arrojan toda la basura posible al rostro, no en busca de soluciones y de verdad, sino para desacreditar al adversario y conseguir adhesiones y votos. Los diputados, falsos representantes de los ciudadanos porque en realidad representan a los partidos que les han colocado en las listas electorales, asisten mudos a la representación y sólo se les permite aplaudir al propio líder o abuchear al adversario.
La presencia de la televisión y la atención especial de la audiencia no sirven para dignificar la pantomima sino para falsearla y devaluarla todavía más. Ante las cámaras, el debate se convierte en un pugilato entre gallos engreídos para dilucidar cual de los líderes es el ganador, aunque para lograrlo tenga que utilizar la mentira y el engaño.
Aunque muchos ciudadanos no lo perciban porque se sienten fascinados por el combate de boxeo entre su amado líder y el odiado de la oposición, el falso debate pone de relieve casi todas las carencias de la democracia: el imperio de la mentira; el silencio sometido de los representantes del pueblo elegidos en las urnas; el poder desmesurado de los partidos políticos; la indignidad del Parlamento como poder básico del Estado y como institución sometida a la dictadura de los partidos; el papel deleznable de la prensa sometida al poder, incapaz de exigir y buscar la verdad; la marginación de los ciudadanos, cuyo papel único es contemplar el espectáculo circense, sin poder elevar hasta el poder político sus opiniones, preocupaciones y soluciones...
Es imposible que los españoles conozcan el verdadero "estado de la nación" cuando termine este falso debate parlamentario, pero sí podrán opinar sobre cual de los gallos de pelea ha golpeado más y mejor.
Mentiras, pan y circo para el pueblo.
Un verdadero "Debate" sobre el estado de España exigiría que los diputados, como representantes del pueblo elegidos por los ciudadanos, analizaran y opinaran con libertad sobre la situación para encontrar soluciones a nuestros problemas. Pero no ocurre eso sino algo muy distinto: los máximos líderes de cada partido, los únicos con derecho a hablar, defienden sus posturas sin apertura mental ni autocrítica, se pelean entre ellos y se arrojan toda la basura posible al rostro, no en busca de soluciones y de verdad, sino para desacreditar al adversario y conseguir adhesiones y votos. Los diputados, falsos representantes de los ciudadanos porque en realidad representan a los partidos que les han colocado en las listas electorales, asisten mudos a la representación y sólo se les permite aplaudir al propio líder o abuchear al adversario.
La presencia de la televisión y la atención especial de la audiencia no sirven para dignificar la pantomima sino para falsearla y devaluarla todavía más. Ante las cámaras, el debate se convierte en un pugilato entre gallos engreídos para dilucidar cual de los líderes es el ganador, aunque para lograrlo tenga que utilizar la mentira y el engaño.
Aunque muchos ciudadanos no lo perciban porque se sienten fascinados por el combate de boxeo entre su amado líder y el odiado de la oposición, el falso debate pone de relieve casi todas las carencias de la democracia: el imperio de la mentira; el silencio sometido de los representantes del pueblo elegidos en las urnas; el poder desmesurado de los partidos políticos; la indignidad del Parlamento como poder básico del Estado y como institución sometida a la dictadura de los partidos; el papel deleznable de la prensa sometida al poder, incapaz de exigir y buscar la verdad; la marginación de los ciudadanos, cuyo papel único es contemplar el espectáculo circense, sin poder elevar hasta el poder político sus opiniones, preocupaciones y soluciones...
Es imposible que los españoles conozcan el verdadero "estado de la nación" cuando termine este falso debate parlamentario, pero sí podrán opinar sobre cual de los gallos de pelea ha golpeado más y mejor.
Mentiras, pan y circo para el pueblo.
Comentarios: