La concesión, como pide la Fiscalía del Estado, de un régimen de libertad vigilada al terrorista etarra De Juan Chaos, que está presionando al gobierno con una calculada huelga de hambre, constituiría una de las más lamentables pruebas de la tradicional cobardía del Estado, que suele mostrarse implacable con los débiles y débil y cobarde frente a los fuertes, exigiendo que el ladrón de un jamón por hambre pague su delito hasta la última gota, mientras pacta y perdona a mafias y bandas armadas, con tal de que abracen la paz.
Pero el caso del etarra De Juana Chaos es quizás, único en el mundo, ya que se trata de la concesión de clemencia y beneficios gobernamentales a un terrorista que ni se ha arrepentido, ni ha pedido perdón a sus víctimas, ni se ha regenerado en la cárcel.
Estamos hablando de un sujeto responsable de 25 muertes, de más de un centenar de litros de sangre derramada.
Para ilustrar la tradicional cobardía del Estado frente al delito organizado, reproduzco un párrafo de Políticos, los nuevos amos, mi último libro, recién salido de la imprenta:
"El Estado ha mostrado muchas veces sentir más temor de sus propios súbditos que de sus enemigos externos. Los Estados, cuando son agredidos por otros Estados, se inclinan a negociar, pero, cuando el ataque procede de uno de sus súbditos, se limitan a castigarlo. Otros observadores interpretan este fenómeno desde una óptica distinta y sostienen que el Estado es una máquina que se muestra tanto más cruel e implacable cuanto más débil sea su adversario. De hecho, el Estado se ha mostrado siempre más tolerante frente a grupos poderosos como mafias, logias y organizaciones delictivas que frente a un ladrón o un revolucionario frustrado. Otro extraño fenómeno observado es que el Estado, cuyo poder suele ser terriblemente eficaz, se muestra sospechosamente torpe frente a adversarios como las bandas terroristas o la delincuencia organizada, grupos con los que a veces hasta parece sentirse cómodo. Así, no es extraño que el Estado negocie con terroristas y hampones y llegue a perdonarles hasta los delitos de sangre, a cambio de la rendición o la paz, mientras que esa actitud es impensable si el contrario es un simple ciudadano que comete su primer delito".
Con su actitud, los poderes públicos españoles estarían enviando a la sociedad y, en particular, a los delincuentes y hampones, un mensaje inquietante: "haced huelga de hambre y presionad al Estado porque entonces seremos clementes".
Pero el caso del etarra De Juana Chaos es quizás, único en el mundo, ya que se trata de la concesión de clemencia y beneficios gobernamentales a un terrorista que ni se ha arrepentido, ni ha pedido perdón a sus víctimas, ni se ha regenerado en la cárcel.
Estamos hablando de un sujeto responsable de 25 muertes, de más de un centenar de litros de sangre derramada.
Para ilustrar la tradicional cobardía del Estado frente al delito organizado, reproduzco un párrafo de Políticos, los nuevos amos, mi último libro, recién salido de la imprenta:
"El Estado ha mostrado muchas veces sentir más temor de sus propios súbditos que de sus enemigos externos. Los Estados, cuando son agredidos por otros Estados, se inclinan a negociar, pero, cuando el ataque procede de uno de sus súbditos, se limitan a castigarlo. Otros observadores interpretan este fenómeno desde una óptica distinta y sostienen que el Estado es una máquina que se muestra tanto más cruel e implacable cuanto más débil sea su adversario. De hecho, el Estado se ha mostrado siempre más tolerante frente a grupos poderosos como mafias, logias y organizaciones delictivas que frente a un ladrón o un revolucionario frustrado. Otro extraño fenómeno observado es que el Estado, cuyo poder suele ser terriblemente eficaz, se muestra sospechosamente torpe frente a adversarios como las bandas terroristas o la delincuencia organizada, grupos con los que a veces hasta parece sentirse cómodo. Así, no es extraño que el Estado negocie con terroristas y hampones y llegue a perdonarles hasta los delitos de sangre, a cambio de la rendición o la paz, mientras que esa actitud es impensable si el contrario es un simple ciudadano que comete su primer delito".
Con su actitud, los poderes públicos españoles estarían enviando a la sociedad y, en particular, a los delincuentes y hampones, un mensaje inquietante: "haced huelga de hambre y presionad al Estado porque entonces seremos clementes".
Comentarios: