(¿VES, HUGO? VEO, VEO DOS, CUAL BEODO)
Después del encuentro sordo entre el presidente del Gobierno de la Nación, José Luis Rodríguez Zapatero, y el del PP, Mariano Rajoy Brey, transcurrida una novena larga del brutal y detestable atentado llevado a cabo por ETA (único responsable del mismo) en el aparcamiento de la T-4 del aeropuerto de Barajas, donde hubo dos víctimas mortales, los inmigrantes Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio, ya enterrados en su país de origen, Ecuador, indignantes “efectos colaterales”, según el eufemismo ominoso que ha usado la banda terrorista en el reciente comunicado hodierno que ha remitido a la edición digital de Gara, reconociendo la autoría del “chandrío” (decimos en la capital y alrededores de la ribera ibera de Navarra), la fechoría, lo que los ciudadanos de a pie de esta piel de toro puesta a secar al sol (que hoy calienta lo suyo) sacamos en claro es que nos merecemos, por nuestra torpe elección, los estúpidos e insensatos representantes políticos que tenemos.
Desocupado lector, le propongo la siguiente hipótesis de trabajo. Imagine que un astronauta español hubiera estado durante un año en el espacio y, transcurrido dicho plazo, hubiera regresado a la Tierra (y a su terruño) el pasado 28 de diciembre de 2006, verbigracia. Estoy completamente seguro de que se hubiera sentido un personaje kafkiano, asistiendo, estupefacto, a un absurdo tras otro. No dejaría de hacerse cruces ante los casos o sucedidos y las cosas proferidas por unos (los “hunos”) y otros (los “hotros”). Trataría, sin duda a nuestros políticos de besugos redomados.
Si dentro de nuestra clase política hubiera (¡es una lástima que no las haya!), como en el fútbol, primera, segunda y tercera división, los descensos estarían a la orden del día.
Exceptuando algunas declaraciones coherentes, plenas de sentido común, apelando al interés general, la inmensa mayoría de los portavoces (más bien “portacoces”) han merecido un suspenso como una casa de grande por la sociedad civil.
Entre la soberbia sin nervio e idiota de uno (que quiere ahora que confíe en él la formación política que confinó), el no me importa dejar de tener razón al rectificar de segundas y cargarle el muerto, la culpa, porque me peta, al mensajero de otro, el no me muevo un centímetro de aquí de otro (y, así, ad infinítum) lo cierto es que la casa de la democracia (metamorfoseándose, poco a poco, en coso sin poso) sigue creando tamo y nadie se digna ni brinda a barrerlo. Y así no extraña que muchos ciudadanos estemos hasta el gorro de los políticos, sintiéndonos desangelados por nuestros zoquetes mandatarios.
E. S. O., un andoba de Cornago
Después del encuentro sordo entre el presidente del Gobierno de la Nación, José Luis Rodríguez Zapatero, y el del PP, Mariano Rajoy Brey, transcurrida una novena larga del brutal y detestable atentado llevado a cabo por ETA (único responsable del mismo) en el aparcamiento de la T-4 del aeropuerto de Barajas, donde hubo dos víctimas mortales, los inmigrantes Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio, ya enterrados en su país de origen, Ecuador, indignantes “efectos colaterales”, según el eufemismo ominoso que ha usado la banda terrorista en el reciente comunicado hodierno que ha remitido a la edición digital de Gara, reconociendo la autoría del “chandrío” (decimos en la capital y alrededores de la ribera ibera de Navarra), la fechoría, lo que los ciudadanos de a pie de esta piel de toro puesta a secar al sol (que hoy calienta lo suyo) sacamos en claro es que nos merecemos, por nuestra torpe elección, los estúpidos e insensatos representantes políticos que tenemos.
Desocupado lector, le propongo la siguiente hipótesis de trabajo. Imagine que un astronauta español hubiera estado durante un año en el espacio y, transcurrido dicho plazo, hubiera regresado a la Tierra (y a su terruño) el pasado 28 de diciembre de 2006, verbigracia. Estoy completamente seguro de que se hubiera sentido un personaje kafkiano, asistiendo, estupefacto, a un absurdo tras otro. No dejaría de hacerse cruces ante los casos o sucedidos y las cosas proferidas por unos (los “hunos”) y otros (los “hotros”). Trataría, sin duda a nuestros políticos de besugos redomados.
Si dentro de nuestra clase política hubiera (¡es una lástima que no las haya!), como en el fútbol, primera, segunda y tercera división, los descensos estarían a la orden del día.
Exceptuando algunas declaraciones coherentes, plenas de sentido común, apelando al interés general, la inmensa mayoría de los portavoces (más bien “portacoces”) han merecido un suspenso como una casa de grande por la sociedad civil.
Entre la soberbia sin nervio e idiota de uno (que quiere ahora que confíe en él la formación política que confinó), el no me importa dejar de tener razón al rectificar de segundas y cargarle el muerto, la culpa, porque me peta, al mensajero de otro, el no me muevo un centímetro de aquí de otro (y, así, ad infinítum) lo cierto es que la casa de la democracia (metamorfoseándose, poco a poco, en coso sin poso) sigue creando tamo y nadie se digna ni brinda a barrerlo. Y así no extraña que muchos ciudadanos estemos hasta el gorro de los políticos, sintiéndonos desangelados por nuestros zoquetes mandatarios.
E. S. O., un andoba de Cornago