La Justicia existe no sólo para castigar a los delincuentes, sino también para dar voz a los que no la tienen, sobre todo a las víctimas de homicidios, voluntarios o involuntarios. En las democracias, la Justicia es también pura vitamina para el sistema, que se basa en los valores y en la defensa del bien común.
Los muertos españoles del coronavirus reclaman tener voz y eso nos obliga a sentar a la casta en el banquillo. Algunos tienen que hablar por los muertos y entre todos tenemos que aclarar lo que ha ocurrido y saber por qué hubo tantos errores, fallos, imprevisiones, retrasos e insensateces. No bastará con salir en televisión y con el rostro compungido decir "Me he equivocado". Se trata de pagarlo con el castigo merecido, sin impunidad, para que la sociedad española respire en paz y para que los muertos dejen de saltar y gritar indignados desde el más allá.
La Justicia tiene que juzgar los delitos y también resarcir a las víctimas. La Justicia tiene que castigar de forma ejemplarizante para que en el futuro no regresen los criminales y para disuadir a otros que sientan la tentación de aplastar, cazar, gobernar sin tino, causar dolor y destrozar vidas. No hay perdón posible para los que causan tanto dolor y muerte.
El castigo de los culpables tendrá efectos terapeúticos de gran alcance para un país como España, que lleva demasiado tiempo gobernado por insensatos y miserables que han optado por enfrentarnos, por empobrecernos y por anteponer siempre sus propios intereses al bien común. Cuando los culpables sean castigados, un viento limpio y saludable barrerá España e norte a sur y de este a oeste y la limpiará, por lo menos parcialmente, de inmundicia y vergüenza.
Esto no se va a acabar cuando nos digan que ya no hay virus en el ambiente y que podemos salir de los hogares sin miedo. Es precisamente entonces cuando empezará la parte más brillante y saludable, el desenlace de la tragedia, el momento del castigo de todo el que fue miserable y se dejó llevar por la bajeza, la torpeza y la maldad.
Estamos sufriendo demasiado y está muriendo mucha gente para que cuando esto termine todo siga igual. Será bueno para el país acudir a la plaza pública para contemplar como los que nos hicieron polvo y nos causaron tanto dolor y muerte sufren el castigo que han ganado a pulso.
No somos ilusos y no creemos que el mundo va a cambiar tan sólo porque los que gobernaron con maldad y egoísmo estúpido sean castigados. La política de baja estofa no va a desaparecer, pero será muchos más débil y estará estigmatizada. Los canallas no serán erradicados, pero les costará mucho lograr lo que ahora han conseguido, que es apropiarse del Estado y ejercer el poder sin acierto y sin un sólo gramo de grandeza.
España tiene que redimirse después de esta tragedia y sustituir a los peores con los mejores, suplantando el egoísmo, el abuso de poder la corrupción y la rapiña por la generosidad, la entrega, la inteligencia, el respeto y el culto a los valores.
Francisco Rubiales
Los muertos españoles del coronavirus reclaman tener voz y eso nos obliga a sentar a la casta en el banquillo. Algunos tienen que hablar por los muertos y entre todos tenemos que aclarar lo que ha ocurrido y saber por qué hubo tantos errores, fallos, imprevisiones, retrasos e insensateces. No bastará con salir en televisión y con el rostro compungido decir "Me he equivocado". Se trata de pagarlo con el castigo merecido, sin impunidad, para que la sociedad española respire en paz y para que los muertos dejen de saltar y gritar indignados desde el más allá.
La Justicia tiene que juzgar los delitos y también resarcir a las víctimas. La Justicia tiene que castigar de forma ejemplarizante para que en el futuro no regresen los criminales y para disuadir a otros que sientan la tentación de aplastar, cazar, gobernar sin tino, causar dolor y destrozar vidas. No hay perdón posible para los que causan tanto dolor y muerte.
El castigo de los culpables tendrá efectos terapeúticos de gran alcance para un país como España, que lleva demasiado tiempo gobernado por insensatos y miserables que han optado por enfrentarnos, por empobrecernos y por anteponer siempre sus propios intereses al bien común. Cuando los culpables sean castigados, un viento limpio y saludable barrerá España e norte a sur y de este a oeste y la limpiará, por lo menos parcialmente, de inmundicia y vergüenza.
Esto no se va a acabar cuando nos digan que ya no hay virus en el ambiente y que podemos salir de los hogares sin miedo. Es precisamente entonces cuando empezará la parte más brillante y saludable, el desenlace de la tragedia, el momento del castigo de todo el que fue miserable y se dejó llevar por la bajeza, la torpeza y la maldad.
Estamos sufriendo demasiado y está muriendo mucha gente para que cuando esto termine todo siga igual. Será bueno para el país acudir a la plaza pública para contemplar como los que nos hicieron polvo y nos causaron tanto dolor y muerte sufren el castigo que han ganado a pulso.
No somos ilusos y no creemos que el mundo va a cambiar tan sólo porque los que gobernaron con maldad y egoísmo estúpido sean castigados. La política de baja estofa no va a desaparecer, pero será muchos más débil y estará estigmatizada. Los canallas no serán erradicados, pero les costará mucho lograr lo que ahora han conseguido, que es apropiarse del Estado y ejercer el poder sin acierto y sin un sólo gramo de grandeza.
España tiene que redimirse después de esta tragedia y sustituir a los peores con los mejores, suplantando el egoísmo, el abuso de poder la corrupción y la rapiña por la generosidad, la entrega, la inteligencia, el respeto y el culto a los valores.
Francisco Rubiales
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