Muchos expertos vaticinan que, tras la caída del Muro de Berlín y el hundimiento del comunismo, ahora la toca el turno al socialismo. La profecía parece acertada si se tienen en cuenta factores como la postración y decadencia que padece el socialismo en países como Francia y Alemania, donde esa doctrina política ha sido hegemónica durante largos años.
En Francia, la crisis del socialismo parece grave y hasta podría resultar irreversible, a juzgar por los acontecimientos. Ségolène Royal se cree con derecho a liderar el socialismo francés, al igual que su excompañero sentimental, François Hollande, pero ninguno de los dos cuenta con el apoyo de las bases y ambos parecen ignorar que el partido, con la militancia desconcertada y sin moral, se hunde.
Los analistas son casi unánimes a la hora de señalar las causas del desastre y, tras realizar inmersiones en la historia, opinan que la crisis del socialismo francés empezó hace mucho tiempo y que lo que ahora se está viendo son los efectos de una vieja enfermedad de suma gravedad.
La tesis de Voto en Blanco, compartida por muchos analistas, es que el socialismo siempre muere de corrupción, una enfermedad mortal para la izquierda pero que la derecha, con menos carga moral, suele tolerar mejor. El socialismo francés contrajo el SIDA político en tiempos de Mitterrand, cuando quedó archidemostrado que el presidente era un consumado corrupto y esa corrupción contaminó al partido en todos sus niveles.
En Alemania, la crisis socialista tiene el mismo motivo: la corrupción, que ha minado los cimientos de un socialismo que hoy, frente a Ángela Merkel, no tiene propuestas y parece vencido y arruinado.
En España, aunque el socialismo de Zapatero goce del esplendor del poder y exhiba cierto vigor, se trata más bien de un espejismo motivado por el brillo que proporcionar el gobierno y por la torpeza y debilidad de la derecha española, tan acomplejada e inmadura que siempre va a la zaga de los socialistas y es tan incapaz de tomar la iniciativa política como de presentar un programa ilusionante a sus electores.
Sin embargo, detrás del optimismo militante y del talante sonriente de Zapatero está la enfermedad infecciosa, contraída en tiempos de Felipe González, cuando el gobierno no sólo alcanzó niveles de corrupción desconocidos en Europa, sino que, además, sobrepasó la línea roja de la decencia política cuando el GAL asesinó a terroristas en nombre del poder político.
El socialismo sólo podrá regenerarse si retorna a las fuentes de la izquierda, se carga de ética y opta por defender la limpieza y la regeneración de la democrácia, pero esa tarea parece imposible para unos partidos ya desideologizados y en manos de unas elites profesionales a las que sólo motiva el poder y el privilegio.
En Francia, la crisis del socialismo parece grave y hasta podría resultar irreversible, a juzgar por los acontecimientos. Ségolène Royal se cree con derecho a liderar el socialismo francés, al igual que su excompañero sentimental, François Hollande, pero ninguno de los dos cuenta con el apoyo de las bases y ambos parecen ignorar que el partido, con la militancia desconcertada y sin moral, se hunde.
Los analistas son casi unánimes a la hora de señalar las causas del desastre y, tras realizar inmersiones en la historia, opinan que la crisis del socialismo francés empezó hace mucho tiempo y que lo que ahora se está viendo son los efectos de una vieja enfermedad de suma gravedad.
La tesis de Voto en Blanco, compartida por muchos analistas, es que el socialismo siempre muere de corrupción, una enfermedad mortal para la izquierda pero que la derecha, con menos carga moral, suele tolerar mejor. El socialismo francés contrajo el SIDA político en tiempos de Mitterrand, cuando quedó archidemostrado que el presidente era un consumado corrupto y esa corrupción contaminó al partido en todos sus niveles.
En Alemania, la crisis socialista tiene el mismo motivo: la corrupción, que ha minado los cimientos de un socialismo que hoy, frente a Ángela Merkel, no tiene propuestas y parece vencido y arruinado.
En España, aunque el socialismo de Zapatero goce del esplendor del poder y exhiba cierto vigor, se trata más bien de un espejismo motivado por el brillo que proporcionar el gobierno y por la torpeza y debilidad de la derecha española, tan acomplejada e inmadura que siempre va a la zaga de los socialistas y es tan incapaz de tomar la iniciativa política como de presentar un programa ilusionante a sus electores.
Sin embargo, detrás del optimismo militante y del talante sonriente de Zapatero está la enfermedad infecciosa, contraída en tiempos de Felipe González, cuando el gobierno no sólo alcanzó niveles de corrupción desconocidos en Europa, sino que, además, sobrepasó la línea roja de la decencia política cuando el GAL asesinó a terroristas en nombre del poder político.
El socialismo sólo podrá regenerarse si retorna a las fuentes de la izquierda, se carga de ética y opta por defender la limpieza y la regeneración de la democrácia, pero esa tarea parece imposible para unos partidos ya desideologizados y en manos de unas elites profesionales a las que sólo motiva el poder y el privilegio.
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