En muchos de los ambientes pensantes de Estados Unidos sentencian que la clave para entender el drástico giro de España en la escena internacional y su actual política es que su presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, no cree en la democracia.
A juzgar por los documentos que circulan por Washington, la mayoría de los analistas y politólogos americanos consideran que sólo la poca fe en la democracia explica asuntos como la "amistad" de Zapatero con reputados dictadores mundiales como los que dirigen los destinos de Siria, Iran, Cuba, Venezuela, Bolivia y otros, y también las comprometidas decisiones que su gobierno está impulsando en España, muchas de ellas, como los nuevos estatutos autonómicos o la débil negociación con el terrorismo de ETA, adoptadas en contra de la mayoría de la población.
La verdadera democracia ata a los gobernantes con una cuerda corta que les resulta incómoda y les impide actuaciones que son, por desgracia, habituales en la democracia española, como son inmiscuirse e influir en los poderes legislativo y judicial, obrar en contra del criterio mayoritario de una nación, ocupar y constreñir a la sociedad civil o mediatizar a los jueces para que se plieguen a los intereses del gobierno, entre otras.
Zapatero acaba de declarar algo sorprendente que parecen dar la razón a los famosos Think Tanks norteamericanos, que "la democracia fue la gran fuerza del siglo XX, mientras que la paz será la del siglo XXI".
En apariencia, la afirmación de ZP suena bien, pero es tan frívola y vacía que no resiste medio análisis superficial: ¿Qué paz? ¿Paz sin dignidad ni principios? ¿La paz que se basa en ceder terreno, ideas y principios frente al enemigo? ¿Qué tipo de gobierno gestionará esa paz? ¿Estamos ante úna reencarnación del viejo y trágico principio de la izquierda, según el cual "el fin justifica los medios"? ¿Se refiere Zapatero a una paz impuesta desde el poder, al margen de la opinión de los ciudadanos?
Algunos políticos cercanos a Zapatero sostienen que el "presi" cree en la democracia, pero que cree más en un gobierno que sea capaz de sacar adelante, con energía y decisión, un programa concreto.
Yo preguntaría y ZP y a su legión de admiradores bien nutridos: ¿no es eso mismo lo que han pensado los totalitarios a lo largo de la historia, que lo importante son los logros, sin que importen demasiado los medios? ¿No decía Hitler que todo debía someterse al supremo objetivo de la grandeza de Alemania?
La democracia es el mejor antídoto conocido frente al totalitarismo, pero siempre resulta molesta para los gobernantes, que se ven obligados a realizar cosas que no les gustan, cosas como la transparencia informativa, la pulcritud en la gestión pública, el respeto a la independencia y autonomía de los poderes básicos del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), el sometimiento escrupuloso a la ley, la erradicación del privilegio y la ventaja, la lucha contra la corrupción, el deber de someterse al control del ciudadano, la primacía del individuo frente al poder, la obligación de decir la verdad, etc, etc.
A juzgar por los documentos que circulan por Washington, la mayoría de los analistas y politólogos americanos consideran que sólo la poca fe en la democracia explica asuntos como la "amistad" de Zapatero con reputados dictadores mundiales como los que dirigen los destinos de Siria, Iran, Cuba, Venezuela, Bolivia y otros, y también las comprometidas decisiones que su gobierno está impulsando en España, muchas de ellas, como los nuevos estatutos autonómicos o la débil negociación con el terrorismo de ETA, adoptadas en contra de la mayoría de la población.
La verdadera democracia ata a los gobernantes con una cuerda corta que les resulta incómoda y les impide actuaciones que son, por desgracia, habituales en la democracia española, como son inmiscuirse e influir en los poderes legislativo y judicial, obrar en contra del criterio mayoritario de una nación, ocupar y constreñir a la sociedad civil o mediatizar a los jueces para que se plieguen a los intereses del gobierno, entre otras.
Zapatero acaba de declarar algo sorprendente que parecen dar la razón a los famosos Think Tanks norteamericanos, que "la democracia fue la gran fuerza del siglo XX, mientras que la paz será la del siglo XXI".
En apariencia, la afirmación de ZP suena bien, pero es tan frívola y vacía que no resiste medio análisis superficial: ¿Qué paz? ¿Paz sin dignidad ni principios? ¿La paz que se basa en ceder terreno, ideas y principios frente al enemigo? ¿Qué tipo de gobierno gestionará esa paz? ¿Estamos ante úna reencarnación del viejo y trágico principio de la izquierda, según el cual "el fin justifica los medios"? ¿Se refiere Zapatero a una paz impuesta desde el poder, al margen de la opinión de los ciudadanos?
Algunos políticos cercanos a Zapatero sostienen que el "presi" cree en la democracia, pero que cree más en un gobierno que sea capaz de sacar adelante, con energía y decisión, un programa concreto.
Yo preguntaría y ZP y a su legión de admiradores bien nutridos: ¿no es eso mismo lo que han pensado los totalitarios a lo largo de la historia, que lo importante son los logros, sin que importen demasiado los medios? ¿No decía Hitler que todo debía someterse al supremo objetivo de la grandeza de Alemania?
La democracia es el mejor antídoto conocido frente al totalitarismo, pero siempre resulta molesta para los gobernantes, que se ven obligados a realizar cosas que no les gustan, cosas como la transparencia informativa, la pulcritud en la gestión pública, el respeto a la independencia y autonomía de los poderes básicos del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), el sometimiento escrupuloso a la ley, la erradicación del privilegio y la ventaja, la lucha contra la corrupción, el deber de someterse al control del ciudadano, la primacía del individuo frente al poder, la obligación de decir la verdad, etc, etc.
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