Muchos pensamos que la democracia representativa moderna no es, ni mucho menos, el sistema opuesto al comunismo. Si lo fuera, no habría resultado tan fácil el tránsito del comunismo a al democracia realizado por los europeos orientales, cautivos durante décadas del stalinismo. En realidad, son dos sistemas más parecidos de lo que la gente cree. La diferencia principal es que la democracia permite dos derechos importantes: votar y ejercer un elevado márgen de libertad de expresión, mientras que el comunismo, torpemente, los suprimió.
La gente vota y grita en las democracias, pero ni el voto, ni el grito dañan la hegemonía de los oligarcas en el poder. El Estado en las actuales demoscracias degeneradas es, si cabe, todavía más fuerte y dominante que el Estado soviético, además de mucho más inteligente. No necesita la censura porque ha logrado imponer la autocensura y gestiona el miedo y la mentira de manera sofisticada y hábil, logrando que los esclavos se sientan libres. Los poderosos en las democracias gozan de los mismos o superiores privilegios que los que disfrutaba la nomenklatura de Breznev: sueldos altos, coches oficiales, acceso a la corrupción y a fondos secretos, impunidad práctica, poder sobre los demas, ostentación, etc.
El sistema seudodemocrático que nos gobierna y el anticuado sistema soviético funcionan con el mismo mecanismo básico: El Estado aplica fuerza letal a toda la población para abastecerse de todo lo necesario, sin tener que justificarse.
Ambos estados recaudan de manera inmisericorde impuestos y encarcelan, a punta de pistola, al que se niega a pagarlos, esté o no de acuerdo con el fin a que se destinen esos fondos. Ambos sistemas han asesinado a Montesquieu y dominan y contaminan los grandes poderes del Estado, incluso la Justicia, que está sometida al poder político. Los dos sistemas interpretan las leyes como conviene al poder, aplicándolas con dureza al adversario y de manera benévola para el aliado. Un sistema y otro odian al ciudadano, han devaluado al individuo y lo han expulsado de la política, ejercida en régimen de monopolio por partidos que, aunque dicen respetar la democracia, funcionan internamente con reglas totalitarias, igual que el viejo PCUS. Ambos sistemas han ocupado la sociedad civil y la han llevado hasta el borde del exterminio, aunque la democracia lo hace hipócritamente, estrangulandola mientras habla de la importancia del ciudadano y proclama su respeto al equilibrio (inexistente) entre las esferas públicas y privadas.
En realidad, las democracias que hoy dominan Occidente ya no son democracias sino partitocracias oligárquicas transformadas en el espacios dominados por la mentira, la manipulación, la hipocresía y el cinismo. La verdad y la igualdad , valores esenciales de la democracia, han sido aplastadas, mientras que la libertad funciona más como sensación que como fuerza transformadora.
De todas las doctrinas que conozco, la única que realmente ocupa el lado opuesto del comunismo es el anarcocapitalismo, bajo el cual no hay Estado opresor y ningún adulto está obligado a hacer aquello que no desee. La civilización que proclama el anarcocapitalismo es pacífica y es la única que renuncia a imponerse coercitivamente.
Si crees, como yo, que el Estado es una institución inmoral, ineficiente en la práctica, que siempre está dominado y gestionado por partidos políticos que suelen apestar a totalitarismo y que defienden los intereses de la oligarquía, te invito a que leas a autores como Mary Ruwart, Hans-Hermann Hoppe, Noam Chomsky, Bruce Benson y otros pensadores libertarios. Pronto descubriras que "otro mundo es posible" y que ese mundo, auténticamente democrático, es el verdadero hábitat natural del ciudadano libre.
FR
La gente vota y grita en las democracias, pero ni el voto, ni el grito dañan la hegemonía de los oligarcas en el poder. El Estado en las actuales demoscracias degeneradas es, si cabe, todavía más fuerte y dominante que el Estado soviético, además de mucho más inteligente. No necesita la censura porque ha logrado imponer la autocensura y gestiona el miedo y la mentira de manera sofisticada y hábil, logrando que los esclavos se sientan libres. Los poderosos en las democracias gozan de los mismos o superiores privilegios que los que disfrutaba la nomenklatura de Breznev: sueldos altos, coches oficiales, acceso a la corrupción y a fondos secretos, impunidad práctica, poder sobre los demas, ostentación, etc.
El sistema seudodemocrático que nos gobierna y el anticuado sistema soviético funcionan con el mismo mecanismo básico: El Estado aplica fuerza letal a toda la población para abastecerse de todo lo necesario, sin tener que justificarse.
Ambos estados recaudan de manera inmisericorde impuestos y encarcelan, a punta de pistola, al que se niega a pagarlos, esté o no de acuerdo con el fin a que se destinen esos fondos. Ambos sistemas han asesinado a Montesquieu y dominan y contaminan los grandes poderes del Estado, incluso la Justicia, que está sometida al poder político. Los dos sistemas interpretan las leyes como conviene al poder, aplicándolas con dureza al adversario y de manera benévola para el aliado. Un sistema y otro odian al ciudadano, han devaluado al individuo y lo han expulsado de la política, ejercida en régimen de monopolio por partidos que, aunque dicen respetar la democracia, funcionan internamente con reglas totalitarias, igual que el viejo PCUS. Ambos sistemas han ocupado la sociedad civil y la han llevado hasta el borde del exterminio, aunque la democracia lo hace hipócritamente, estrangulandola mientras habla de la importancia del ciudadano y proclama su respeto al equilibrio (inexistente) entre las esferas públicas y privadas.
En realidad, las democracias que hoy dominan Occidente ya no son democracias sino partitocracias oligárquicas transformadas en el espacios dominados por la mentira, la manipulación, la hipocresía y el cinismo. La verdad y la igualdad , valores esenciales de la democracia, han sido aplastadas, mientras que la libertad funciona más como sensación que como fuerza transformadora.
De todas las doctrinas que conozco, la única que realmente ocupa el lado opuesto del comunismo es el anarcocapitalismo, bajo el cual no hay Estado opresor y ningún adulto está obligado a hacer aquello que no desee. La civilización que proclama el anarcocapitalismo es pacífica y es la única que renuncia a imponerse coercitivamente.
Si crees, como yo, que el Estado es una institución inmoral, ineficiente en la práctica, que siempre está dominado y gestionado por partidos políticos que suelen apestar a totalitarismo y que defienden los intereses de la oligarquía, te invito a que leas a autores como Mary Ruwart, Hans-Hermann Hoppe, Noam Chomsky, Bruce Benson y otros pensadores libertarios. Pronto descubriras que "otro mundo es posible" y que ese mundo, auténticamente democrático, es el verdadero hábitat natural del ciudadano libre.
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