La España actual, la que gobierna Zapatero, ya es un despojo, pero un día fue grande y rebosaba salud, disciplina, esfuerzo y ética, aunque pocos lo recuerden. La sociedad española que sobrevivió al Franquismo tenía músculo, componentes éticos y estaba preparada para el futuro, como demostró con su poderoso despegue económico, pero era inocente y crédula. Y eso le perdió.
Su primer error fue recibir con los brazos abiertos y sin tomar medidas preventivas a una partitocracia disfrazada de democracia que le vendieron como la panacea política y moral. Estábamos tan deseosos de democracia que entregamos toda la sociedad y hasta nuestras vidas a los nuevos partidos, los cuales, sin obstáculos y con una ambición desmedida, penetraron en la sociedad como un torrente, ocupándolo todo, incluso los espacios de la sociedad civil que en democracia les están vedados: universidades, sindicatos, asociaciones ciudadanas, cajas de ahorros, religiones, etc.
Después llegaron los falsos profetas y comenzó a acelerarse la muerte de la patria.
El alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, el viejo profesor, fue el primero en destrozar la ética a hachazos. Entre risas complacientes y suicidas, dijo aquello de que "las promesas electorales están para no cumplirlas". Después, aquel insólito catedrático de ética socialista, famoso por sus bandos barrocos, meses despues de inaugurar un parque en Madrid dedicado a John Lennox (sic), congregó a una multitud de jóvenes poseidos por la llamada "Movida Madrileña" y culmina su intervención en el Palacio de Deportes, ante la masa que idolatraba tanta progresía y libertad, con las siguientes palabras. "¡Y ahora jóvenes, a colocarse y al loro!".
Los padres de aquellos jóvenes, ilusos españoles inconscientes de que estaban siendo cómplices del asesinato de la decencia, tan tranquilos en casa viendo Verano Azul, pensando que sus hijos aprendían ética del ídolo político al que habían votado. "Ahora se como educar a mis hijos", pensaban: "¡Que no se frustren! ¡Que no sufran lo que yo he sufrido en el Franquismo! Tienen que vivir su vida. No al suspenso. No a los profesores maltratadores y fascistas. Muera el usted, viva el TU. El porro es progre, Yo también fumo".
Aquellos imbéciles bien intencionados estaban siendo ya contaminados y desarbolados por sus líderes políticos, una labor que en España han realizados nuestros dirigentes con diligencia, primor y eficacia, hasta el punto de que la España de hoy, tres décadas después, es ya un bodrio purulento, desmoralizado y poblado de pobres esclavos sometidos, sin criterio, incapaces de oponerse a la nueva dictadura de partidos y tan idiotizados que votan una y otra vez, con entusiasmo, a sus verdugos.
Después de Tierno Galván llegaron otros muchos profetas de la muerte y del desarme moral. Uno de los mas eficaces fue Alfonso Guerra, aquel que un día dijo que Montesquieu había muerto, sancionando con esa frase el asesinato de la democracia por parte de la clase política y su sustitución por una oligocracia de partidos. Aquel Alfonso, un elitista que jamás se bajó de su coche oficial hasta hoy, llamaba a los suyos "descamisados", como hacía en Argentina el dictador Perón, pero los españoles ilusos se sentían entusiasmado por aquel demoledor cáustico y le gritaban ¡Alfonso, dales caña!
Después llagaron otros profetas de la muerte y destructores de la virtud, del valor y de la patria, como aquel Solchaga que afirmaba que España era el país donde uno podía hacerse rico en menos tiempo, o aquellos otros muchos que decían que "En política vale todo" o que "El fin justifica los medios" o que "Al enemigo ni agua".
Aquellas frases y principios, unidas al ejemplo deplorable de políticos como Felipe González, Barrionuevo, Corcuera, Vera, el chorizo Roldán, y otros muchos, sin olvidar a gente arrogante del color político opuesto como José María Aznar, que, al llevarnos a Irak, impuso su voluntad a la de la inmensa mayoría del pueblo español, hasta terminar en Zapatero y su corte de mediocres, capaces de pulverizar a martillazos lo que queda de digno y noble en España, han sido la destrucción de España y la causa directa de que la niña Marta del Castillo esté muerta, de que el territorio esté minado de corruptos, de que España ocupe hoy el primer puesto europeo en fracaso escolar, crecimiento de la delincuencia, desempleo, alcoholismo juvenil, consumo de drogas y prostitución, de que la democracia española apeste a cadaver, de que los pobres y desempleados crezcan cada día más y de que la economía esté destrozada y sin futuro.
De aquellos polvos, estos lodos. La España inmoral de los chorizos y la ineficacia comenzó a construirse cuando todavía estaba caliente el cadaver de Franco, cuando los españoles nos tragamos como buena una Constitución del 78 que ha hecho posible la España actual con todas sus miserias, que ha entronizado la partitocracia, creado una casta política que ha cambiado el servicio por el privilegio y que ha destruido cualquier principio noble y democrático vigente, como la separación de poderes, la igualdad y el imperio de la ley.
La de la España actual es una historia triste, la de un asesinato colectivo de los mejor que teníamos, perpetrado por una clase política sin altura y sin un solo gramo de grandeza, aplaudida y alentada por una sociedad de mequetrefes mediocres y suicidas, incapaces de defender los valores y principios que sus mayores habían atesorado.
Su primer error fue recibir con los brazos abiertos y sin tomar medidas preventivas a una partitocracia disfrazada de democracia que le vendieron como la panacea política y moral. Estábamos tan deseosos de democracia que entregamos toda la sociedad y hasta nuestras vidas a los nuevos partidos, los cuales, sin obstáculos y con una ambición desmedida, penetraron en la sociedad como un torrente, ocupándolo todo, incluso los espacios de la sociedad civil que en democracia les están vedados: universidades, sindicatos, asociaciones ciudadanas, cajas de ahorros, religiones, etc.
Después llegaron los falsos profetas y comenzó a acelerarse la muerte de la patria.
El alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, el viejo profesor, fue el primero en destrozar la ética a hachazos. Entre risas complacientes y suicidas, dijo aquello de que "las promesas electorales están para no cumplirlas". Después, aquel insólito catedrático de ética socialista, famoso por sus bandos barrocos, meses despues de inaugurar un parque en Madrid dedicado a John Lennox (sic), congregó a una multitud de jóvenes poseidos por la llamada "Movida Madrileña" y culmina su intervención en el Palacio de Deportes, ante la masa que idolatraba tanta progresía y libertad, con las siguientes palabras. "¡Y ahora jóvenes, a colocarse y al loro!".
Los padres de aquellos jóvenes, ilusos españoles inconscientes de que estaban siendo cómplices del asesinato de la decencia, tan tranquilos en casa viendo Verano Azul, pensando que sus hijos aprendían ética del ídolo político al que habían votado. "Ahora se como educar a mis hijos", pensaban: "¡Que no se frustren! ¡Que no sufran lo que yo he sufrido en el Franquismo! Tienen que vivir su vida. No al suspenso. No a los profesores maltratadores y fascistas. Muera el usted, viva el TU. El porro es progre, Yo también fumo".
Aquellos imbéciles bien intencionados estaban siendo ya contaminados y desarbolados por sus líderes políticos, una labor que en España han realizados nuestros dirigentes con diligencia, primor y eficacia, hasta el punto de que la España de hoy, tres décadas después, es ya un bodrio purulento, desmoralizado y poblado de pobres esclavos sometidos, sin criterio, incapaces de oponerse a la nueva dictadura de partidos y tan idiotizados que votan una y otra vez, con entusiasmo, a sus verdugos.
Después de Tierno Galván llegaron otros muchos profetas de la muerte y del desarme moral. Uno de los mas eficaces fue Alfonso Guerra, aquel que un día dijo que Montesquieu había muerto, sancionando con esa frase el asesinato de la democracia por parte de la clase política y su sustitución por una oligocracia de partidos. Aquel Alfonso, un elitista que jamás se bajó de su coche oficial hasta hoy, llamaba a los suyos "descamisados", como hacía en Argentina el dictador Perón, pero los españoles ilusos se sentían entusiasmado por aquel demoledor cáustico y le gritaban ¡Alfonso, dales caña!
Después llagaron otros profetas de la muerte y destructores de la virtud, del valor y de la patria, como aquel Solchaga que afirmaba que España era el país donde uno podía hacerse rico en menos tiempo, o aquellos otros muchos que decían que "En política vale todo" o que "El fin justifica los medios" o que "Al enemigo ni agua".
Aquellas frases y principios, unidas al ejemplo deplorable de políticos como Felipe González, Barrionuevo, Corcuera, Vera, el chorizo Roldán, y otros muchos, sin olvidar a gente arrogante del color político opuesto como José María Aznar, que, al llevarnos a Irak, impuso su voluntad a la de la inmensa mayoría del pueblo español, hasta terminar en Zapatero y su corte de mediocres, capaces de pulverizar a martillazos lo que queda de digno y noble en España, han sido la destrucción de España y la causa directa de que la niña Marta del Castillo esté muerta, de que el territorio esté minado de corruptos, de que España ocupe hoy el primer puesto europeo en fracaso escolar, crecimiento de la delincuencia, desempleo, alcoholismo juvenil, consumo de drogas y prostitución, de que la democracia española apeste a cadaver, de que los pobres y desempleados crezcan cada día más y de que la economía esté destrozada y sin futuro.
De aquellos polvos, estos lodos. La España inmoral de los chorizos y la ineficacia comenzó a construirse cuando todavía estaba caliente el cadaver de Franco, cuando los españoles nos tragamos como buena una Constitución del 78 que ha hecho posible la España actual con todas sus miserias, que ha entronizado la partitocracia, creado una casta política que ha cambiado el servicio por el privilegio y que ha destruido cualquier principio noble y democrático vigente, como la separación de poderes, la igualdad y el imperio de la ley.
La de la España actual es una historia triste, la de un asesinato colectivo de los mejor que teníamos, perpetrado por una clase política sin altura y sin un solo gramo de grandeza, aplaudida y alentada por una sociedad de mequetrefes mediocres y suicidas, incapaces de defender los valores y principios que sus mayores habían atesorado.
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