En vísperas de la Expo 92, en la década de los ochenta del pasado siglo, en una visita de Jordi Pujol a Sevilla, el entonces presidente de la Generalitat reconoció ante José Rodríguez de la Borbolla, por entonces presidente de la Junta de Andalucía, que Cataluña, con su imagen ya muy deteriorada, necesitaba desplegar una ofensiva de encanto en España e invertir muchos miles de millones de pesetas en una operación de imagen.
Aquella gran inversión que el President creía necesaria, nunca se hizo porque los sucesores de Don Jordi fueron más arrogantes y torpes y optaron por estimular un nacionalismo altivo e insolidario.
Hoy, Cataluña sigue necesitando una gigantesca operación de relaciones públicas que le permita mejorar su imagen en el resto del territorio de España, que es su principal mercado, donde su imagen está por lo menos seis o siete veces más deteriorada que en aquellos lejanos tiempos de la década de los ochenta del pasado siglo, cuando Cataluña ya empezaba a detectar el retroceso de su prestigio e imagen y la necesidad de potenciarla ante los consumidores para salvar su industria y comercio.
La imagen de Cataluña es hoy la peor de España, más deteriorada, incluso, que del País Vasco. Es la única comunidad española que padece un boicot sistemático y creciente a sus productos y, lo que es más grave, un boicot que es entendido por los ciudadanos como una práctica democrática de defensa cívica frente a abusos catalanes como los que han quedado plasmados en el Estatut recientemente aprobado, ley que ha hecho retroceder demasiados enteros la imagen de la Catuluña en España y de manera quizás irrecuperable.
Tengo un amigo catalán, que es experto en comunicación y dueño de una importante empresa del sector de la publicidad. Él calcula que el costo de la campaña de relaciones públicas que Cataluña necesita para neutralizar su pésima imagen en España sería tan alto que no podría ser asumida ni siquiera por la propia Generalitat. Y lo peor de todo es que los resultados de esa campaña gigante, si llegara a realizarse, siempre serían inciertos porque el deterioro de la imagen de Cataluña es demasiado profundo y bien incrustado el alma de los consumidores.
La campaña de imagen que Cataluña necesita requiere un gran esfuerzo técnico de imaginación y creatividad, además de inversiones masivas en publicidad, exposiciones, conferencias en foros cívicos, visitas de personajes, jornadas de estudio, conciertos, folletos, libros, produciones audiovisuales, gestos y declaraciones de amistad por parte de catalanes conocidos y otras muchas actuaciones.
La imagen de Cataluña es bastante peor que la que sufre el País Vasco, también deteriorada, a pesar de que en Euskadi hayan recurrido al terrorismo y a la violencia para dirimir sus disputas con España, y de que ETA haya sembrado de cadáveres todo el territorio español. Los consumidores, en el caso vasco, distinguen entre vascos buenos y vascos malos, entre terroristas y demócratas, mientras que el el caso de Cataluña la mala imagen y el rechazo es más profundo y generalizado, alcanzando con su onda expansiva a todo lo que significa Cataluña.
El País Vasco cuenta con personas queridas y valoradas en España, como Rosa Diez o Redondo Terreros, o con instituciones valoradas, como el Foro de Ermua, mientras que no existen en Cataluña.
"Nuestra imagen --afirma mi amigo catalán--, en parte merecida y también inmerecida, es consecuencia, sobre todo, de errores políticos. Es una imagen de nuevos ricos arrogantes, oportunistas, insolidarios y hasta racistas, que han roto la igualdad y la solidaridad, que quieren ser superiores a los demás y que han ofendido y despreciado gravemente a los ciudadanos del resto del Estado. Es una imagen que, probablemente, no tenga cura utilizando los médios profesionales y técnicos disponibles. Quizás haya que esperar dos o tres generaciones para que el antiguo aprecio y la admiración por lo catalán se restablezcan en España".
Aquella gran inversión que el President creía necesaria, nunca se hizo porque los sucesores de Don Jordi fueron más arrogantes y torpes y optaron por estimular un nacionalismo altivo e insolidario.
Hoy, Cataluña sigue necesitando una gigantesca operación de relaciones públicas que le permita mejorar su imagen en el resto del territorio de España, que es su principal mercado, donde su imagen está por lo menos seis o siete veces más deteriorada que en aquellos lejanos tiempos de la década de los ochenta del pasado siglo, cuando Cataluña ya empezaba a detectar el retroceso de su prestigio e imagen y la necesidad de potenciarla ante los consumidores para salvar su industria y comercio.
La imagen de Cataluña es hoy la peor de España, más deteriorada, incluso, que del País Vasco. Es la única comunidad española que padece un boicot sistemático y creciente a sus productos y, lo que es más grave, un boicot que es entendido por los ciudadanos como una práctica democrática de defensa cívica frente a abusos catalanes como los que han quedado plasmados en el Estatut recientemente aprobado, ley que ha hecho retroceder demasiados enteros la imagen de la Catuluña en España y de manera quizás irrecuperable.
Tengo un amigo catalán, que es experto en comunicación y dueño de una importante empresa del sector de la publicidad. Él calcula que el costo de la campaña de relaciones públicas que Cataluña necesita para neutralizar su pésima imagen en España sería tan alto que no podría ser asumida ni siquiera por la propia Generalitat. Y lo peor de todo es que los resultados de esa campaña gigante, si llegara a realizarse, siempre serían inciertos porque el deterioro de la imagen de Cataluña es demasiado profundo y bien incrustado el alma de los consumidores.
La campaña de imagen que Cataluña necesita requiere un gran esfuerzo técnico de imaginación y creatividad, además de inversiones masivas en publicidad, exposiciones, conferencias en foros cívicos, visitas de personajes, jornadas de estudio, conciertos, folletos, libros, produciones audiovisuales, gestos y declaraciones de amistad por parte de catalanes conocidos y otras muchas actuaciones.
La imagen de Cataluña es bastante peor que la que sufre el País Vasco, también deteriorada, a pesar de que en Euskadi hayan recurrido al terrorismo y a la violencia para dirimir sus disputas con España, y de que ETA haya sembrado de cadáveres todo el territorio español. Los consumidores, en el caso vasco, distinguen entre vascos buenos y vascos malos, entre terroristas y demócratas, mientras que el el caso de Cataluña la mala imagen y el rechazo es más profundo y generalizado, alcanzando con su onda expansiva a todo lo que significa Cataluña.
El País Vasco cuenta con personas queridas y valoradas en España, como Rosa Diez o Redondo Terreros, o con instituciones valoradas, como el Foro de Ermua, mientras que no existen en Cataluña.
"Nuestra imagen --afirma mi amigo catalán--, en parte merecida y también inmerecida, es consecuencia, sobre todo, de errores políticos. Es una imagen de nuevos ricos arrogantes, oportunistas, insolidarios y hasta racistas, que han roto la igualdad y la solidaridad, que quieren ser superiores a los demás y que han ofendido y despreciado gravemente a los ciudadanos del resto del Estado. Es una imagen que, probablemente, no tenga cura utilizando los médios profesionales y técnicos disponibles. Quizás haya que esperar dos o tres generaciones para que el antiguo aprecio y la admiración por lo catalán se restablezcan en España".
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