Zapatero no está ahí, en la Presidencia del Gobierno, porque fuera el mejor, sino por ser el rompedor, el gran destructor; este fue auspiciado por quienes lo apoyaron, para que de modo pausado fuese transformando la estructura social y política de la Nación Española, de modo que no la reconociese, como está pasando, “ni la madre que la trajo”. Su misión consiste en destruir los valores sociopolíticos tradicionales y las costumbres morales y cristianas. La prueba está en que no la ataja, la alimenta, va soltando a cada paso, en cada propuesta lo ilógico, lo contrario y lo ofensivo y dejando suelta la fuerza destructiva de los nacionalismos y fuerzas políticas adversas, lo mismo que hace con la debacle económica y sus efectos más evidentes, que cabalgan hacia los cinco millones de parados, como si él no estuviera en el Gobierno ya seis años, legislatura y media.
La crisis que tiene España es de valores, y es más profunda de lo que se cree y parece. La debilidad se muestra en el envilecimiento de los hábitos y de las sanas costumbres. Se ha castrado la idea de nación soberana; se ha enflaquecido la capacidad de separar lo principal de lo accesorio, la resistencia a la fatiga y el espíritu de sacrificio para defender los principios inmutables de carácter universal, se han oscurecido las creencias en cuestiones ineludibles sin las que el hombre pierde su consistencia vital y se ve, como marioneta, colgando de los hilos que lo mueven. Han venido las sombras de los Illuminati y le han robado la fe en un Dios que premia la bondad y la rectitud y lo han dejado solo en las frías arenas del desierto en que duerme a la intemperie y al alcance de las fieras del odio, la violencia y el dinero; está desasido de la idea fundamental, que lo sostenía y lo contenía; le robaron su fortaleza y lo dejaron en el vacío, en el abismo, en la nada que conduce al declive de la civilización; sin la contención de sus creencias y principios el individuo cae en el clásico concepto de que todo cabe, todo está permitido; y así, camina sin objetivo, revestido de banalidad, no halla los límites entre el bien y el mal, se le obnubila el sentido de la conciencia que dirige los actos éticos y se desencaja de los marcos de la ley moral.
Cierto que nos atenaza la crisis económica; pero, de ella se sale siempre; no ha existido crisis económica que no haya remitido; lo serio, lo decisivo, lo abismal está en que, ante el ataque a sus valores de etiología estructural, el hombre haya quedado sin la coraza de los valores que lo humanizan, sin los cuales se convierte en mequetrefe errante sin existencia propia, pendiente sólo de los dictados del poder; ese poder inculto de la izquierda radical que trata de imponer conducta y pensamiento a la sociedad, a fin conformarla y acomodarla a un Nuevo Orden Mundial. Ese NOM, sinónimo de negación y destrucción, es lo que arrastra la ruina de la conciencia individual y social; lo que desecha como inservible nuestra tradición cultural y las sanas costumbres; lo que induce hacia el aborto libre, hacia el asesinato consentido, silencioso y camuflado de progresía, hacia la sangría de la especie que chorrea ese ideario inculto y exterminador. No se entiende que se confíe a una niña inmadura y en formación la decisión de abortar, acto traumático de mujeres y madres, el drama que va contra al acto más maravilloso de la naturaleza femenina, que es el dar la vida, gestar un nuevo ser humano; el ser intrínseco de la mujer es dar vida, ser cocreadora de vida, alumbradora de nuevos entes irrepetibles de un valor infinito; defender lo contrario es retrógrado en sí mismo, es lo arcaico, lo inhumano.
Aquí, todo es al revés, un desgobierno; todo lo que se les ocurre es anormal, zafio e inadmisible; permitir a las adolescentes la píldora postcoital sin receta médica ni control es otro atentado a la lógica más elemental; premiar con una beca al alumno fracasado es de descerebrados; llamar “interferencia determinante” a la acción paterna es delictivo, además de enseñanza nociva para la juventud, como permitir y alentar la denuncia de un niño contra sus padres. Esto es de locura, de disparate, de gentes irresponsables que supuran la disolución en el terreno de la moral, de lo social, de lo político y de lo económico. Es impensable que haya un gobierno tan insulso y nefasto. No se puede dar mayor insensatez.
C. Mudarra
La crisis que tiene España es de valores, y es más profunda de lo que se cree y parece. La debilidad se muestra en el envilecimiento de los hábitos y de las sanas costumbres. Se ha castrado la idea de nación soberana; se ha enflaquecido la capacidad de separar lo principal de lo accesorio, la resistencia a la fatiga y el espíritu de sacrificio para defender los principios inmutables de carácter universal, se han oscurecido las creencias en cuestiones ineludibles sin las que el hombre pierde su consistencia vital y se ve, como marioneta, colgando de los hilos que lo mueven. Han venido las sombras de los Illuminati y le han robado la fe en un Dios que premia la bondad y la rectitud y lo han dejado solo en las frías arenas del desierto en que duerme a la intemperie y al alcance de las fieras del odio, la violencia y el dinero; está desasido de la idea fundamental, que lo sostenía y lo contenía; le robaron su fortaleza y lo dejaron en el vacío, en el abismo, en la nada que conduce al declive de la civilización; sin la contención de sus creencias y principios el individuo cae en el clásico concepto de que todo cabe, todo está permitido; y así, camina sin objetivo, revestido de banalidad, no halla los límites entre el bien y el mal, se le obnubila el sentido de la conciencia que dirige los actos éticos y se desencaja de los marcos de la ley moral.
Cierto que nos atenaza la crisis económica; pero, de ella se sale siempre; no ha existido crisis económica que no haya remitido; lo serio, lo decisivo, lo abismal está en que, ante el ataque a sus valores de etiología estructural, el hombre haya quedado sin la coraza de los valores que lo humanizan, sin los cuales se convierte en mequetrefe errante sin existencia propia, pendiente sólo de los dictados del poder; ese poder inculto de la izquierda radical que trata de imponer conducta y pensamiento a la sociedad, a fin conformarla y acomodarla a un Nuevo Orden Mundial. Ese NOM, sinónimo de negación y destrucción, es lo que arrastra la ruina de la conciencia individual y social; lo que desecha como inservible nuestra tradición cultural y las sanas costumbres; lo que induce hacia el aborto libre, hacia el asesinato consentido, silencioso y camuflado de progresía, hacia la sangría de la especie que chorrea ese ideario inculto y exterminador. No se entiende que se confíe a una niña inmadura y en formación la decisión de abortar, acto traumático de mujeres y madres, el drama que va contra al acto más maravilloso de la naturaleza femenina, que es el dar la vida, gestar un nuevo ser humano; el ser intrínseco de la mujer es dar vida, ser cocreadora de vida, alumbradora de nuevos entes irrepetibles de un valor infinito; defender lo contrario es retrógrado en sí mismo, es lo arcaico, lo inhumano.
Aquí, todo es al revés, un desgobierno; todo lo que se les ocurre es anormal, zafio e inadmisible; permitir a las adolescentes la píldora postcoital sin receta médica ni control es otro atentado a la lógica más elemental; premiar con una beca al alumno fracasado es de descerebrados; llamar “interferencia determinante” a la acción paterna es delictivo, además de enseñanza nociva para la juventud, como permitir y alentar la denuncia de un niño contra sus padres. Esto es de locura, de disparate, de gentes irresponsables que supuran la disolución en el terreno de la moral, de lo social, de lo político y de lo económico. Es impensable que haya un gobierno tan insulso y nefasto. No se puede dar mayor insensatez.
C. Mudarra
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