La difusa frontera entre las actividades económicas legales y las delictivas se ha ensanchado de manera inabarcable. El producto criminal bruto representa un 20% del comercio mundial con unos tres millones de “sociedades fantasma” en paraísos fiscales. Una misma inclinación a evadirse en tales paraísos distingue a esas oligarquías financieras que han destruido los procesos económicos reales para instaurar el beneficio especulativo a gran escala, merced a la desregulación global. Pero sería incomprensible la corrupción económica que este descontrol financiero genera, si no la relacionásemos con los fraudulentos regímenes políticos que la amparan, beneficiándose de ella. También, entre los implacables competidores del “libre mercado”, abundan aquellos que la banalizan, e incluso llegan a justificar la conveniencia de las prácticas corruptas con el fin de “engrasar” el sistema, aludiendo al crecimiento que están experimentando países tan poco ejemplares, en ese sentido, como China o Tailandia.
En una serie de conferencias organizada por la Confederación de Empresarios de Andalucía, Felipe González y José María Aznar han dado sus “respuestas ante la crisis”. El primero recomienda regular el mercado con “un buen sistema de control y vigilancia”, en cuya aplicación es un consumado experto, tal como demostró a lo largo de su impoluta presidencia. El amigo de Bush, que ha interpretado el cambio de Obama como un “exotismo histórico”, propone encaramarse en una nueva oleada de privatizaciones de empresas públicas: es una lástima que este liberalísimo Caballero de las Azores no incluya en esa oleada al Partido Popular, que seguirá siendo estatal.
García Trevijano ya lo advertía al inicio de la transición: la de Juan Carlos es una monarquía orleanista. A Luis Felipe, escondido en un jardín cuando fueron a buscarlo “a falta de nada mejor y por temor a algo peor”, lo entronizaron con el propósito de repartirse el botín estatal: “se atrincheraron en todos los cargos, aumentaron enormemente el número de esos puestos y se acostumbraron a vivir de los fondos públicos” (Tocqueville). Este régimen, podrido hasta la médula, provocó la Revolución de 1848 y la llegada de la República.
En una serie de conferencias organizada por la Confederación de Empresarios de Andalucía, Felipe González y José María Aznar han dado sus “respuestas ante la crisis”. El primero recomienda regular el mercado con “un buen sistema de control y vigilancia”, en cuya aplicación es un consumado experto, tal como demostró a lo largo de su impoluta presidencia. El amigo de Bush, que ha interpretado el cambio de Obama como un “exotismo histórico”, propone encaramarse en una nueva oleada de privatizaciones de empresas públicas: es una lástima que este liberalísimo Caballero de las Azores no incluya en esa oleada al Partido Popular, que seguirá siendo estatal.
García Trevijano ya lo advertía al inicio de la transición: la de Juan Carlos es una monarquía orleanista. A Luis Felipe, escondido en un jardín cuando fueron a buscarlo “a falta de nada mejor y por temor a algo peor”, lo entronizaron con el propósito de repartirse el botín estatal: “se atrincheraron en todos los cargos, aumentaron enormemente el número de esos puestos y se acostumbraron a vivir de los fondos públicos” (Tocqueville). Este régimen, podrido hasta la médula, provocó la Revolución de 1848 y la llegada de la República.
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