En un subcontinente –el latinoamericano- en el que las desigualdades más flagrantes, las corrupciones de todo tipo, las terribles estelas dejadas por la impunidad más aberrante, el nivel ínfimo de una clase política atenazada por imágenes y procedimientos de un pasado demasiado imperfecto, y la vuelta a vetustas fórmulas políticas en forma de “novedosos procesos revolucionarios”, son el pan de cada día, parece que un solo país configura la excepción a la regla general: me refiero a la República de Chile.
No quiero decir con esto que en Chile no estén presentes hoy, aunque en una proporción menor, algunas de las lacras antes mencionadas. Pero, lo que parece obvio es que los chilenos han decidido emprender un camino distinto al de sus convecinos latinoamericanos.
Con más de 16 millones y medio de habitantes, de los cuáles un 97 por ciento se encuentran alfabetizados y un 93 por ciento son mestizos, los chilenos tienen actualmente una esperanza de vida que llega a los casi 77 años y residen en un territorio de algo más de 760 mil kilómetros cuadrados.
Su excepción en el turbulento panorama latinoamericano es tan manifiesta como lo fue el proceso de la llegada al poder de la primera mujer en los 186 años de Chile como nación independiente. Michelle Bachelet, médico pediatra, madre de 3 hijos, divorciada y formada en la antigua República Democrática Alemana, es la primera víctima de la dictadura de Pinochet en llegar a La Moneda, el palacio presidencial chileno. Su padre, el general Alberto Bachelet, fue asesinado tras ser salvajemente torturado mientras se encontraba detenido tras el sangriento golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Como militar respetuoso con la Ley, no quiso sumarse al criminal e involucionista proyecto pinochetista. Ella, junto con su madre, también sufrió la detención, la tortura y el exilio.
Lo interesante de esta mujer, una especialista en temas de Defensa –fue ministra del ramo con éxito, a pesar de las reticencias iniciales que produjo su nombramiento-, es que a pesar de su agnosticismo reconocido, acaba de nombrar –como muy bien apunta el analista argentino Andrés Oppenheimer en el periódico “La Nación”- un gabinete en el que participan, mayoritariamente, socialistas y demócratas cristianos. Ha buscado a los mejores por encima de banderas partidarias, ideológicas e incluso de fe, al contrario de lo que sucede en muchos de los restantes países iberoamericanos, en los que las “bandas de amigos, amiguetes y amigos de los amiguetes”, sea cuál sea su calificación personal y profesional, ostentan unos cargos, poderes y privilegios absolutamente incompatibles con el funcionamiento de una democracia más o menos organizada y moderna.
No hay que olvidar que la sociedad chilena todavía está inmersa en el proceso de “daños colaterales” –y no tan colaterales- sufridos por la acción de la dictadura militar de Pinochet, y que buena parte de la misma, aunque minoritaria, todavía tiene su corazoncito cercano a los postulados que tanto enfatizó el criminal general junto a sus secuaces. Esta circunstancia hace más valiosa a los ojos de propios y extraños las primeras medidas tomadas por la presidenta chilena.
En su gabinete figuran personalidades como la de Alejandro Foxley, demócrata cristiano, ex ministro de Hacienda y que ahora será el nuevo Canciller (ministro de Asuntos Exteriores) del Gobierno. No obstante, uno de los detalles que llaman la atención es la alta calificación de los miembros de su equipo: un 70 por ciento o más hablan inglés y otras lenguas –de hecho Michelle Bachelet habla cuatro idiomas- y la mayoría ostentan doctorados en las universidades más importantes de Estados Unidos y Europa. En los países latinoamericanos esto no es lo habitual: según Oppenheimer, “menos del 10 por ciento de los ministros habla inglés, o alguna otra lengua extranjera”.
Muchos de los ministros de Bachelet vivieron en el exilio, en los Estados Unidos o en Europa, y lo que hicieron fue prepararse para el futuro “en lugar de lamentarse acerca de sus dramas personales”. Andrés Velasco, que será ministro de Hacienda, es profesor de la Universidad de Harvard y obtuvo su maestría en Yale y su doctorado en Economía en Columbia; Vivianne Blanlot, que será ministra de Defensa, obtuvo una maestría en Economía de American University en Washington; Karen Poniachik, que será ministra de Minería, una cartera clave, ha sido directora de programas de negocios del Consejo de las Américas en Nueva York; Edudardo Bitran, con un doctorado en Economía de la Universidad de Boston, será el nuevo ministro de Obras Públicas; Alvaro Rojas Marín, médico veterinario con un doctorado de la Universidad de Munich, será ministro de Agricultura.....y así hasta la veintena.
Patricio Navia, profesor chileno en la Universidad de Nueva York, también nos aporta otra clave: “muchos de los hombres y mujeres que ha elegido Bachelet se caracterizan por privilegiar la discusión, el debate de ideas por encima del dogmatismo”. Si esto es así, si Michelle Bachelet logra –tal como de una u otra manera ha hecho el ex presidente Ricardo Lagos, un ex miembro del gobierno de Salvador Allende que deja su cargo con un 70 por ciento de aprobación popular- continuar con esta senda de trabajar con los mejores “para que Chile tenga lo mejor”, sin duda habrá marcado otro hito en el devenir del país trasandino.
No pocos analistas de todo el mundo indican que el verdadero éxito económico chileno se basa en su incorporación a la economía global, a su política de acuerdos bilaterales –sin descuidar las posibilidades de integración regional, como el MERCOSUR-, y a su pragmatismo comercial –sus productos, por ejemplo, similares en muchos campos a los argentinos, es posible encontrarlo desde hace años en los hipermercados europeos, cosa que no ocurre con los de sus vecinos-. No obstante el verdadero éxito de los chilenos consistirá en globalizar en su propia sociedad conceptos como el de democracia, y valores como el de la igualdad, el respeto máximo por la Ley, y la defensa a ultranza de los derechos humanos.
La tarea es ímproba pero vale la pena. No obstante, Chile, una vez más en las últimas décadas, muestra que su apuesta de futuro es sólida y está bien encaminada. Muchos vecinos deberían mirarse en este espejo tan cercano.
Eduardo Caldarola de Bello
No quiero decir con esto que en Chile no estén presentes hoy, aunque en una proporción menor, algunas de las lacras antes mencionadas. Pero, lo que parece obvio es que los chilenos han decidido emprender un camino distinto al de sus convecinos latinoamericanos.
Con más de 16 millones y medio de habitantes, de los cuáles un 97 por ciento se encuentran alfabetizados y un 93 por ciento son mestizos, los chilenos tienen actualmente una esperanza de vida que llega a los casi 77 años y residen en un territorio de algo más de 760 mil kilómetros cuadrados.
Su excepción en el turbulento panorama latinoamericano es tan manifiesta como lo fue el proceso de la llegada al poder de la primera mujer en los 186 años de Chile como nación independiente. Michelle Bachelet, médico pediatra, madre de 3 hijos, divorciada y formada en la antigua República Democrática Alemana, es la primera víctima de la dictadura de Pinochet en llegar a La Moneda, el palacio presidencial chileno. Su padre, el general Alberto Bachelet, fue asesinado tras ser salvajemente torturado mientras se encontraba detenido tras el sangriento golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Como militar respetuoso con la Ley, no quiso sumarse al criminal e involucionista proyecto pinochetista. Ella, junto con su madre, también sufrió la detención, la tortura y el exilio.
Lo interesante de esta mujer, una especialista en temas de Defensa –fue ministra del ramo con éxito, a pesar de las reticencias iniciales que produjo su nombramiento-, es que a pesar de su agnosticismo reconocido, acaba de nombrar –como muy bien apunta el analista argentino Andrés Oppenheimer en el periódico “La Nación”- un gabinete en el que participan, mayoritariamente, socialistas y demócratas cristianos. Ha buscado a los mejores por encima de banderas partidarias, ideológicas e incluso de fe, al contrario de lo que sucede en muchos de los restantes países iberoamericanos, en los que las “bandas de amigos, amiguetes y amigos de los amiguetes”, sea cuál sea su calificación personal y profesional, ostentan unos cargos, poderes y privilegios absolutamente incompatibles con el funcionamiento de una democracia más o menos organizada y moderna.
No hay que olvidar que la sociedad chilena todavía está inmersa en el proceso de “daños colaterales” –y no tan colaterales- sufridos por la acción de la dictadura militar de Pinochet, y que buena parte de la misma, aunque minoritaria, todavía tiene su corazoncito cercano a los postulados que tanto enfatizó el criminal general junto a sus secuaces. Esta circunstancia hace más valiosa a los ojos de propios y extraños las primeras medidas tomadas por la presidenta chilena.
En su gabinete figuran personalidades como la de Alejandro Foxley, demócrata cristiano, ex ministro de Hacienda y que ahora será el nuevo Canciller (ministro de Asuntos Exteriores) del Gobierno. No obstante, uno de los detalles que llaman la atención es la alta calificación de los miembros de su equipo: un 70 por ciento o más hablan inglés y otras lenguas –de hecho Michelle Bachelet habla cuatro idiomas- y la mayoría ostentan doctorados en las universidades más importantes de Estados Unidos y Europa. En los países latinoamericanos esto no es lo habitual: según Oppenheimer, “menos del 10 por ciento de los ministros habla inglés, o alguna otra lengua extranjera”.
Muchos de los ministros de Bachelet vivieron en el exilio, en los Estados Unidos o en Europa, y lo que hicieron fue prepararse para el futuro “en lugar de lamentarse acerca de sus dramas personales”. Andrés Velasco, que será ministro de Hacienda, es profesor de la Universidad de Harvard y obtuvo su maestría en Yale y su doctorado en Economía en Columbia; Vivianne Blanlot, que será ministra de Defensa, obtuvo una maestría en Economía de American University en Washington; Karen Poniachik, que será ministra de Minería, una cartera clave, ha sido directora de programas de negocios del Consejo de las Américas en Nueva York; Edudardo Bitran, con un doctorado en Economía de la Universidad de Boston, será el nuevo ministro de Obras Públicas; Alvaro Rojas Marín, médico veterinario con un doctorado de la Universidad de Munich, será ministro de Agricultura.....y así hasta la veintena.
Patricio Navia, profesor chileno en la Universidad de Nueva York, también nos aporta otra clave: “muchos de los hombres y mujeres que ha elegido Bachelet se caracterizan por privilegiar la discusión, el debate de ideas por encima del dogmatismo”. Si esto es así, si Michelle Bachelet logra –tal como de una u otra manera ha hecho el ex presidente Ricardo Lagos, un ex miembro del gobierno de Salvador Allende que deja su cargo con un 70 por ciento de aprobación popular- continuar con esta senda de trabajar con los mejores “para que Chile tenga lo mejor”, sin duda habrá marcado otro hito en el devenir del país trasandino.
No pocos analistas de todo el mundo indican que el verdadero éxito económico chileno se basa en su incorporación a la economía global, a su política de acuerdos bilaterales –sin descuidar las posibilidades de integración regional, como el MERCOSUR-, y a su pragmatismo comercial –sus productos, por ejemplo, similares en muchos campos a los argentinos, es posible encontrarlo desde hace años en los hipermercados europeos, cosa que no ocurre con los de sus vecinos-. No obstante el verdadero éxito de los chilenos consistirá en globalizar en su propia sociedad conceptos como el de democracia, y valores como el de la igualdad, el respeto máximo por la Ley, y la defensa a ultranza de los derechos humanos.
La tarea es ímproba pero vale la pena. No obstante, Chile, una vez más en las últimas décadas, muestra que su apuesta de futuro es sólida y está bien encaminada. Muchos vecinos deberían mirarse en este espejo tan cercano.
Eduardo Caldarola de Bello
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