Cuando una nación tiene una democracia asentada y la cuida y la respeta con finura y esmero, los poderes no se solapan y se salvaguardan los derechos y deberes de los ciudadanos. McCain y Obama, candidatos actuales, luchan por la Presidencia de EE.UU., pero sea cual sea quien triunfe, sabe todo el mundo, que Norteamérica, seguirá su marcha, que las líneas vitales de su política se mantendrán y que el patriotismo, el amor por su País y el espíritu impulsor de la gran "promesa americana" va a persistir. Sin complejos ni titubeos, el que gane defenderá orgulloso su democracia estable y tradicional que ha permanecido y permanece inmune a los totalitarismos nacionalsocialista y comunista y nunca se ha rendido a espejismos socialdemócratas.
Leyendo y oyendo los discursos de ambos, convincentes y cargados de argumentos, no se aprecian grandes diferencias; ciertamente que las hay, pero atañen más bien a la forma, que al fondo, a matices y maneras de enfocar la problemática interna y externa. Los dos han ofrecido un cambio, dado el desacierto y la descomposición de la vida política en Washington y las fallidas políticas de G. Bush del que se muestran "ya hartos"; los dos prometen procurar el bien público y servir a la gente de su país, encarar los desafíos de este siglo XXI, atender la salud, la educación y la economía, atajar el terrorismo y la proliferación nuclear, poner remedio, con la creación de nuevos empleos y la ayuda fiscal, a las dificultades reales de las clases medias, de los trabajadores y de los más de cien millones de americanos desfavorecidos y endeudados, militares retornados y niños olvidados y desatendidos.
Obama, dejando las generalidades líricas de la campaña, con gran énfasis en su preocupación social, se viene a las concreciones y presenta las líneas de su programa real y consistente. Tras minuciosa síntesis de su política interior y exterior, dijo: "Restableceré nuestro nivel moral, para que América una vez más sea la "fortaleza moral e intelectual", esencia de nuestro espíritu americano". Consciente de su situación, reconoció: "no soy el candidato más convencional para este cargo; no encajo en el pedigrí típico". Cierto, tiene sus detractores. Ya hay en la cárcel dos tipos, que intentaban atentar contra él.
McCain, con su sinceridad habitual, expuso un programa atractivo, de integración nacional, patriótico y democrático, consonante con la oferta liberal conservadora. Ha reiterado su oposición al aborto, al enlace homosexual, aunque no al reconocimiento de derechos en uniones civiles y al matrimonio que contempla de forma específica la unión exclusiva entre varón y mujer. A pesar de su conservadurismo social, ha votado a favor de la investigación con células madre. Y promete encarar la verdad sobre Irak, apoyar la política de Israel y frenar el peligro latente del fundamentalismo en Irán.
La pujanza de la población civil que siempre ha combinado pragmatismo y fe en los principios, optimismo y conservadurismo, individualismo y confianza en el pueblo, lo cual es la raíz de la identidad e índole de Estados Unidos, ha girado hacia posiciones liberales y conservadoras, fruto de la propia inercia ciudadana, que se ha posicionado hoy más a la derecha. En Estados Unidos, permanece vigente la idea de una nación viva, que se debe a sus tradiciones y, en ellas, funda su futuro y que es compartida en general, incluso por los que se creen progresistas; allí, a nadie se le ocurre dinamitar la continuidad. Sin duda, aún durará años esa singular entidad de una Norteamérica que se siente incrustada en los basamentos de la libertad y de los valores esenciales.
C. V. Mudarra
Leyendo y oyendo los discursos de ambos, convincentes y cargados de argumentos, no se aprecian grandes diferencias; ciertamente que las hay, pero atañen más bien a la forma, que al fondo, a matices y maneras de enfocar la problemática interna y externa. Los dos han ofrecido un cambio, dado el desacierto y la descomposición de la vida política en Washington y las fallidas políticas de G. Bush del que se muestran "ya hartos"; los dos prometen procurar el bien público y servir a la gente de su país, encarar los desafíos de este siglo XXI, atender la salud, la educación y la economía, atajar el terrorismo y la proliferación nuclear, poner remedio, con la creación de nuevos empleos y la ayuda fiscal, a las dificultades reales de las clases medias, de los trabajadores y de los más de cien millones de americanos desfavorecidos y endeudados, militares retornados y niños olvidados y desatendidos.
Obama, dejando las generalidades líricas de la campaña, con gran énfasis en su preocupación social, se viene a las concreciones y presenta las líneas de su programa real y consistente. Tras minuciosa síntesis de su política interior y exterior, dijo: "Restableceré nuestro nivel moral, para que América una vez más sea la "fortaleza moral e intelectual", esencia de nuestro espíritu americano". Consciente de su situación, reconoció: "no soy el candidato más convencional para este cargo; no encajo en el pedigrí típico". Cierto, tiene sus detractores. Ya hay en la cárcel dos tipos, que intentaban atentar contra él.
McCain, con su sinceridad habitual, expuso un programa atractivo, de integración nacional, patriótico y democrático, consonante con la oferta liberal conservadora. Ha reiterado su oposición al aborto, al enlace homosexual, aunque no al reconocimiento de derechos en uniones civiles y al matrimonio que contempla de forma específica la unión exclusiva entre varón y mujer. A pesar de su conservadurismo social, ha votado a favor de la investigación con células madre. Y promete encarar la verdad sobre Irak, apoyar la política de Israel y frenar el peligro latente del fundamentalismo en Irán.
La pujanza de la población civil que siempre ha combinado pragmatismo y fe en los principios, optimismo y conservadurismo, individualismo y confianza en el pueblo, lo cual es la raíz de la identidad e índole de Estados Unidos, ha girado hacia posiciones liberales y conservadoras, fruto de la propia inercia ciudadana, que se ha posicionado hoy más a la derecha. En Estados Unidos, permanece vigente la idea de una nación viva, que se debe a sus tradiciones y, en ellas, funda su futuro y que es compartida en general, incluso por los que se creen progresistas; allí, a nadie se le ocurre dinamitar la continuidad. Sin duda, aún durará años esa singular entidad de una Norteamérica que se siente incrustada en los basamentos de la libertad y de los valores esenciales.
C. V. Mudarra
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