(Y EL IMPRESCINDIBLE CAMBIO Y/O LA NECESARIA CORRECCIÓN)
“El modo de dar una vez en el clavo es dar cien veces en la herradura”.
Miguel de Unamuno y Jugo
Así que, si hacemos caso a Unamuno y tenemos presente y tomamos en consideración y cuenta la tesis que el célebre bilbaíno/salmantino sostiene en el epígrafe que precede a las palabras que sirven de arranque al presente párrafo, y recordamos aquelllos vocablos de Confucio, que, si la memoria no me juega ahora una mala pasada, siguen diciendo que “quien comete un error y no lo corrige comete otro aún mayor”, cabe colegir y propalar a los cuatro vientos o puntos cardinales que el presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, tú, desocupado lector, y todo quisque o hijo de vecino (servidor incluido; pues no, aquí no hay ninguna excepción) deberemos aplicarnos el cuento y rectificar cuantas veces erremos y haga falta.
Ahora bien, en esta piel de toro puesta a secar al sol (que hace unos días ha vuelto a calentar), muchos de los “hunos” y muchos de los “hotros” (apellídense los primeros, verbigracia, Unamuno; decidan llamarse los segundos “Otramotro”) no saben a qué atenerse, quiero decir que ignoran a y con qué carta quedarse. Porque lo cierto es que tan mal visto está cambiar (para los unos) como no cambiar (para los otros). Y viceversa.
A ver, servidor, E. S. O., un andoba de Cornago, tiene asumido y bastante claro (casi hasta cristalino) lo que sigue. Que uno debe variar de modo de vida, de costumbres, compañía y criterio si se da cuenta por propia iniciativa, tras coherente, congruente y consecuente reflexión, o porque alguien le hace ver que la realidad era y es contraria u opuesta a la que toma o tomaba por tal, o sea, que estaba o vivía en el error y aun en el horror. Seguramente, para las personas con las que ahora coincide, el comportamiento y la decisión adoptada por éste serán reputados aciertos inconcusos, mas los discrepantes actuales considerarán los tales sendos yerros mayúsculos, deslealtades morrocotudas. Y es que, hagas lo que hagas, sean milagros o maravillas, siempre habrá alguien que creerá a pie juntillas que la cagas (con perdón).
La vida, maestra excelente, si aprovechamos las plurales lecciones que un día sí y otro también nos brinda su extensa colección, que nos suministra su lato muestrario, sigue enseñándonos que, por alta que sea nuestra denodada pretensión, queriendo congelar en nuestra mente, por ejemplo, el aviso de David de que abisus abisum invocat (“el abismo llama al abismo”, esto es, que una terca falta de presión en la expresión puede provocar o acarrear el marcaje de cerca de otra falta) del salmo XLI, seguiremos haciendo acopio de yerros hasta la misma laude, lápida sepulcral.
E. S. O., un andoba de Cornago
“El modo de dar una vez en el clavo es dar cien veces en la herradura”.
Miguel de Unamuno y Jugo
Así que, si hacemos caso a Unamuno y tenemos presente y tomamos en consideración y cuenta la tesis que el célebre bilbaíno/salmantino sostiene en el epígrafe que precede a las palabras que sirven de arranque al presente párrafo, y recordamos aquelllos vocablos de Confucio, que, si la memoria no me juega ahora una mala pasada, siguen diciendo que “quien comete un error y no lo corrige comete otro aún mayor”, cabe colegir y propalar a los cuatro vientos o puntos cardinales que el presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, tú, desocupado lector, y todo quisque o hijo de vecino (servidor incluido; pues no, aquí no hay ninguna excepción) deberemos aplicarnos el cuento y rectificar cuantas veces erremos y haga falta.
Ahora bien, en esta piel de toro puesta a secar al sol (que hace unos días ha vuelto a calentar), muchos de los “hunos” y muchos de los “hotros” (apellídense los primeros, verbigracia, Unamuno; decidan llamarse los segundos “Otramotro”) no saben a qué atenerse, quiero decir que ignoran a y con qué carta quedarse. Porque lo cierto es que tan mal visto está cambiar (para los unos) como no cambiar (para los otros). Y viceversa.
A ver, servidor, E. S. O., un andoba de Cornago, tiene asumido y bastante claro (casi hasta cristalino) lo que sigue. Que uno debe variar de modo de vida, de costumbres, compañía y criterio si se da cuenta por propia iniciativa, tras coherente, congruente y consecuente reflexión, o porque alguien le hace ver que la realidad era y es contraria u opuesta a la que toma o tomaba por tal, o sea, que estaba o vivía en el error y aun en el horror. Seguramente, para las personas con las que ahora coincide, el comportamiento y la decisión adoptada por éste serán reputados aciertos inconcusos, mas los discrepantes actuales considerarán los tales sendos yerros mayúsculos, deslealtades morrocotudas. Y es que, hagas lo que hagas, sean milagros o maravillas, siempre habrá alguien que creerá a pie juntillas que la cagas (con perdón).
La vida, maestra excelente, si aprovechamos las plurales lecciones que un día sí y otro también nos brinda su extensa colección, que nos suministra su lato muestrario, sigue enseñándonos que, por alta que sea nuestra denodada pretensión, queriendo congelar en nuestra mente, por ejemplo, el aviso de David de que abisus abisum invocat (“el abismo llama al abismo”, esto es, que una terca falta de presión en la expresión puede provocar o acarrear el marcaje de cerca de otra falta) del salmo XLI, seguiremos haciendo acopio de yerros hasta la misma laude, lápida sepulcral.
E. S. O., un andoba de Cornago