Algunos políticos y sus amigos y cómplices de la prensa se lamentan de los que aprovechan las debilidades de la democracia para alcanzar el poder y citan como ejemplo a Berlusconi, a la extrema derecha francesa, el movimiento de Beppe Grillo, en Italia, los partidos racistas holandeses y daneses, los ingleses del Brexit, los chavistas españoles, los separatistas vasco-catalanes y, finalmente, Donald Trump.
Sin embargo ocultan la gran verdad: que han sido los partidos tradicionales, teóricamente democráricos pero realmente asesinos de ese sistema, entre ellos los españoles PP y PSOE, los primeros que han aprovechado las debilidades del sistema para apropiarse del Estado, expulsar a los ciudadanos de los procesos de toma de decisiones y desvirtuar la democracia hasta convertirla en una opereta a su servicio, eliminando la división de poderes, la libertad crítica de la prensa, la fuerza de la sociedad civil y hasta la libertad de elegir y la vigencia de una ley igual para todos.
Atribuir la prostitución de la democracia a gente como Berlusconi, Le Pen y Trump es una injusticia y una falsedad porque los primeros que la han prostituido son los que han construido desde el poder una sociedad injusta, desigual, desiquilibrada y sin valores.
La corrupción reinante en el socialismo de Andalucía, el mar de lodo en el que navega el PP, la compra de votos a los nacionalistas vascos y catalanes, a cambio de silencio y tolerancia ante sus delitos, las estafas que se han cometido desde la banca sin que el poder político haya movido un dedo, el saqueo de las cajas de ahorro, el enriquecimiento ilícito de miles de políticos y escándalos trepidantes e hirientes como los EREs de Andalucía y los de Gürtel no son otra cosa sino ataques a la democracia perpetrados desde partidos que deberían haber sido democráticos, pero que se han comportado como mafias, comportamientos similares o peores que los del denostado Berlusconi.
La democracia está dañada en casi todo el mundo y sus demoledores han sido los liderazgos en teoría democráticos, sobre todo la socialdemocracia, que es la tendencia ideológica mas fuerte en el mundo.
La arrogancia, la desculturización de la sociedad, el hundimiento de los valores, la baja calidad de la enseñanza, la basura televisiva esparcida sin piedad sobre los ciudadanos, la manipulación de los medios de comunicación desde el poder y la mentira y la corrupción elevadas a la categoría de políticas institucionales tenían que dar los frutos que ahora vemos y que algunos hipócritas contemplan con aparente horror.
La victoria de Trump, que tanto lamentan porque se impuso a una Hillary que era la favorita de la progresía y del establishment mundial, es la reacción de un pueblo que estaba cansado de Obama y de sus políticas ineficaces y empobrecesoras, un pueblo americano que reaccionó en contra de una prensa que ha olvidado sus deberes democráticos de difundir la verdad y la crítica al poder y que se ha aliado con los poderosos en busca de contratos publicitarios, concesiones, privilegios y otras ayudas inconfesables.
Negar todo esto y afirmar, como están haciendo algunos medios y sus amigos políticos, que la victoria de Trump es un triunfo de la extrema derecha y de la antidemocracia es una injusticia más del sistema corrompido que engorda el Estado sin otro fin que colocar a sus amigos políticos, que se blinda con impunidades y aforamientos, que prefiere cobrar más impuestos antes que abrazar la austeridad, que recorta servicios y derechoas antes que renunciar a sus privilegios inmerecidos y que cada día deteriora y envilece un poco más la democracia, que ya ha quedado reducida a un sistema cuatrienal o quinquenal de votaciones.
Es cierto que el nuevo totalitarismo populista y de otros matices aprovecha las debilidades de la democracia para tomar el poder y controlarlo, pero escandalizarse ante ese hecho es hipócrita y deleznable porque los que ahora asaltan la democracia sólo hacen lo mismo que han hecho en el pasado los partidos políticos tradicionales, los que ahora protestan porque su indecente monopolio del poder está en peligro.
Francisco Rubiales
Sin embargo ocultan la gran verdad: que han sido los partidos tradicionales, teóricamente democráricos pero realmente asesinos de ese sistema, entre ellos los españoles PP y PSOE, los primeros que han aprovechado las debilidades del sistema para apropiarse del Estado, expulsar a los ciudadanos de los procesos de toma de decisiones y desvirtuar la democracia hasta convertirla en una opereta a su servicio, eliminando la división de poderes, la libertad crítica de la prensa, la fuerza de la sociedad civil y hasta la libertad de elegir y la vigencia de una ley igual para todos.
Atribuir la prostitución de la democracia a gente como Berlusconi, Le Pen y Trump es una injusticia y una falsedad porque los primeros que la han prostituido son los que han construido desde el poder una sociedad injusta, desigual, desiquilibrada y sin valores.
La corrupción reinante en el socialismo de Andalucía, el mar de lodo en el que navega el PP, la compra de votos a los nacionalistas vascos y catalanes, a cambio de silencio y tolerancia ante sus delitos, las estafas que se han cometido desde la banca sin que el poder político haya movido un dedo, el saqueo de las cajas de ahorro, el enriquecimiento ilícito de miles de políticos y escándalos trepidantes e hirientes como los EREs de Andalucía y los de Gürtel no son otra cosa sino ataques a la democracia perpetrados desde partidos que deberían haber sido democráticos, pero que se han comportado como mafias, comportamientos similares o peores que los del denostado Berlusconi.
La democracia está dañada en casi todo el mundo y sus demoledores han sido los liderazgos en teoría democráticos, sobre todo la socialdemocracia, que es la tendencia ideológica mas fuerte en el mundo.
La arrogancia, la desculturización de la sociedad, el hundimiento de los valores, la baja calidad de la enseñanza, la basura televisiva esparcida sin piedad sobre los ciudadanos, la manipulación de los medios de comunicación desde el poder y la mentira y la corrupción elevadas a la categoría de políticas institucionales tenían que dar los frutos que ahora vemos y que algunos hipócritas contemplan con aparente horror.
La victoria de Trump, que tanto lamentan porque se impuso a una Hillary que era la favorita de la progresía y del establishment mundial, es la reacción de un pueblo que estaba cansado de Obama y de sus políticas ineficaces y empobrecesoras, un pueblo americano que reaccionó en contra de una prensa que ha olvidado sus deberes democráticos de difundir la verdad y la crítica al poder y que se ha aliado con los poderosos en busca de contratos publicitarios, concesiones, privilegios y otras ayudas inconfesables.
Negar todo esto y afirmar, como están haciendo algunos medios y sus amigos políticos, que la victoria de Trump es un triunfo de la extrema derecha y de la antidemocracia es una injusticia más del sistema corrompido que engorda el Estado sin otro fin que colocar a sus amigos políticos, que se blinda con impunidades y aforamientos, que prefiere cobrar más impuestos antes que abrazar la austeridad, que recorta servicios y derechoas antes que renunciar a sus privilegios inmerecidos y que cada día deteriora y envilece un poco más la democracia, que ya ha quedado reducida a un sistema cuatrienal o quinquenal de votaciones.
Es cierto que el nuevo totalitarismo populista y de otros matices aprovecha las debilidades de la democracia para tomar el poder y controlarlo, pero escandalizarse ante ese hecho es hipócrita y deleznable porque los que ahora asaltan la democracia sólo hacen lo mismo que han hecho en el pasado los partidos políticos tradicionales, los que ahora protestan porque su indecente monopolio del poder está en peligro.
Francisco Rubiales
Comentarios: