El escritor chileno Jorge Edwards afirma que “Hay un contagio populista en América latina”, refiriéndose a la proliferación de esos nuevos gobiernos que mezclan el nacionalismo, el populismo y el sentimiento antigringo, que están tomando el poder en distintos países latinoamericanos, siguiendo el surco abierto por el venezolano Hugo Chávez.
Pero nosotros creemos que más que un contagio hay una reacción popular de rechazo a la democracia, el mejor sistema político posible, sin duda, pero que en Latinoamérica ha sido frívolamente desacreditado, degenerado y prostituido por las viejas oligarquías criollas y por sus protectores, los Estados Unidos de América.
Lo que está ocurriendo en América Latina es tan lógico como preocupante: caudillos que se apoyan en el pueblo abandonado y sometido para establecer un nuevo tipo de poder que sustituya a las desacreditadas democracias, históricamente desprestigiadas por haber sido utilizadas por las oligarquías para explotar y aplastar.
No es un resurgimiento del castrismo, aunque el movimiento se sienta “cerca” de Cuba, como tampoco se identifica con los viejos populismos del tipo Paz Estensoro o Victor Raul Haya de la Torre, sino que se identifica más, aunque con rasgos propios, con el tipo de caudillismo militar que representó en general Torrijos, en Panamá o el general Velasco, en Perú. De lo que se trata es de instaurar un nuevo tipo de poder, que no tiene por qué someterse a las reglas de la democracia, y que obtiene su sentido y legitimidad devolviendo la dignidad a los que, durante siglos, han estado oprimidos.
El problema principal de esta nueva vía es que los nuevos gobiernos carecen de controles de la ciudadanía y de la sociedad civil, lo que los convierte en dictaduras más o menos camufladas, bienintencionadas y benévolas.
Aunque la democracia haya sido suciamente prostituída en América Latina por las oligarquías y por partidos políticos corruptos, en los que han hecho carrera políticos desalmados, sigue siendo el mejor de los sistemas posibles y el único que garantiza que el monstruo del poder político, encarnado en los gobiernos, esté bajo control.
Por lo tanto, lo que América Latina necesita no es un nuevo tipo de dictadura benévola y populista, sino una democracia auténtica, controlada por los ciudadanos, en la que los partidos políticos pierdan toneladas de poder y donde el poder gubernamental tenga que rendir cuenta a una ciudadanía responsable, capaz de autogobernarse y encuadrada en una sociedad civil fuerte, capaz de servir como contrapeso a los gobiernos.
Los Chavez, los Evos y los que vienen detrás son tan poco demócratas como los viejos oligarcas que traicionaron una y mil veces a Latinoamérica. Al carecer de controles auténticamente democráticos, son totalitarios sin control cívico, pero es cierto que, por los inmensos errores cometidos por los falsos demócratas del pasado, parecen más modernos, justos, populares y benévolos.
Pero nosotros creemos que más que un contagio hay una reacción popular de rechazo a la democracia, el mejor sistema político posible, sin duda, pero que en Latinoamérica ha sido frívolamente desacreditado, degenerado y prostituido por las viejas oligarquías criollas y por sus protectores, los Estados Unidos de América.
Lo que está ocurriendo en América Latina es tan lógico como preocupante: caudillos que se apoyan en el pueblo abandonado y sometido para establecer un nuevo tipo de poder que sustituya a las desacreditadas democracias, históricamente desprestigiadas por haber sido utilizadas por las oligarquías para explotar y aplastar.
No es un resurgimiento del castrismo, aunque el movimiento se sienta “cerca” de Cuba, como tampoco se identifica con los viejos populismos del tipo Paz Estensoro o Victor Raul Haya de la Torre, sino que se identifica más, aunque con rasgos propios, con el tipo de caudillismo militar que representó en general Torrijos, en Panamá o el general Velasco, en Perú. De lo que se trata es de instaurar un nuevo tipo de poder, que no tiene por qué someterse a las reglas de la democracia, y que obtiene su sentido y legitimidad devolviendo la dignidad a los que, durante siglos, han estado oprimidos.
El problema principal de esta nueva vía es que los nuevos gobiernos carecen de controles de la ciudadanía y de la sociedad civil, lo que los convierte en dictaduras más o menos camufladas, bienintencionadas y benévolas.
Aunque la democracia haya sido suciamente prostituída en América Latina por las oligarquías y por partidos políticos corruptos, en los que han hecho carrera políticos desalmados, sigue siendo el mejor de los sistemas posibles y el único que garantiza que el monstruo del poder político, encarnado en los gobiernos, esté bajo control.
Por lo tanto, lo que América Latina necesita no es un nuevo tipo de dictadura benévola y populista, sino una democracia auténtica, controlada por los ciudadanos, en la que los partidos políticos pierdan toneladas de poder y donde el poder gubernamental tenga que rendir cuenta a una ciudadanía responsable, capaz de autogobernarse y encuadrada en una sociedad civil fuerte, capaz de servir como contrapeso a los gobiernos.
Los Chavez, los Evos y los que vienen detrás son tan poco demócratas como los viejos oligarcas que traicionaron una y mil veces a Latinoamérica. Al carecer de controles auténticamente democráticos, son totalitarios sin control cívico, pero es cierto que, por los inmensos errores cometidos por los falsos demócratas del pasado, parecen más modernos, justos, populares y benévolos.