Los políticos profesionales son una plaga en España. Son gente que ha encontrado en la política privilegios y riqueza. Se hacen conservadores y el principal objetivo de sus vidas es ya mantenerse en el poder. Están políticamente agotados y carecen de ideas atractivas y de capacidad de relación con el electorado, pero son unos expertos en la técnica del apalancamiento. Es casi imposibles jubilarlos.
Alfonso Guerra, ya en edad de jubilación si trabajara en la sociedad civil, es uno de los ejemplos más notables de "político profesional" español.
El ex vicepresidente del gobierno con Felipe González y actual presidente de la Comisión Constitucional del Congreso tiene dos caras: la primera le permite criticar con la boca pequeña a Zapatero, como hace con relativa frecuencia en la revista "Temas", que dirige, mientras que la segunda la utiliza para arrinconar sus ideas a la hora de someterse a la disciplina de su partido, votar "si" al Estatuto de Cataluña" con el que dijo discrepar, y para asegurarse un sueldo oficial elevado y los privilegios del poder, de los que goza sin interrupción desde que en 1977 fue elegido diputado.
En abril de 2006, en una entrevista a EFE, parecía criticar las concesiones territoriales que hacía su partido con el Estatuto de Cataluña, pero lo hizo de manera críptica, sin que esa crítica pusiera en peligro sus privilegios políticos.
En otras ocasiones, Guerra pareció discrepar ante las concesiones excesivas de Zapatero a sus socios nacionalistas, pero no dijo ni una sóla palabra contundente que pudiera ser interpretada como una crítica directa o como la defensa sólida de una idea concreta de nación.
Sin embargo, en privado, Alfonso Guerra discrepa y lo hace con cierta fuerza, sobre todo si está rodeado de fieles.
Ahora, en "Temas", su amigo y antiguo colaborador José Felix Tezanos, sociólogo, reconoce que la "cuestión nacional" puede poner en peligro la continuidad del PSOE en el poder. El mismo Tezanos sostiene que la vieja guardia del PSOE admite la inconstitucionalidad del Estatuto de Cataluña, dando a entender, siempre con prudencia, para no perder los privilegios, que tanto él como Alfonso piensan que el estatuto catalán es inconstitucional.
Sin embargo, la otra cara de Alfonso, la que utiliza para mantener el coche oficial, hizo que apretara el botón del "sí" a la hora de votar aquel estatuto de Cataluña que la mayoría de los expertos no sólo lo considera inconstitucional sino también el mayor atentado de un gobierno contra la Constitución española, desde 1976.
El de Alfonso Guerra es el comportamiento típico del político profesional, que ha conseguido privilegios y riqueza gracias a su actividad política durante décadas. Hay muchos que son más cobardes y silenciosos que Guerra, pero al ex vicepresidente le creíamos más valiente y más consecuente con las ideas y principios.
A muchos ciudadanos españoles nos guataría ver más valantía y firmeza en los políticos profesionales, siempre sometidos al líder para mantener los enormes privilegios del poder. Sus críticas en privado, en voz baja y sus reflexiones periféricas y metafóricas, cuidadosamente dichas para que no se ofendan los que mandan, son pura cobardía política, intelectual y moral. También nos gustaría que se jubilaran y dejaran espacio libre para que entre en política gente noble, con capacidad de riesgo y de honradez.
Alfonso Guerra, ya en edad de jubilación si trabajara en la sociedad civil, es uno de los ejemplos más notables de "político profesional" español.
El ex vicepresidente del gobierno con Felipe González y actual presidente de la Comisión Constitucional del Congreso tiene dos caras: la primera le permite criticar con la boca pequeña a Zapatero, como hace con relativa frecuencia en la revista "Temas", que dirige, mientras que la segunda la utiliza para arrinconar sus ideas a la hora de someterse a la disciplina de su partido, votar "si" al Estatuto de Cataluña" con el que dijo discrepar, y para asegurarse un sueldo oficial elevado y los privilegios del poder, de los que goza sin interrupción desde que en 1977 fue elegido diputado.
En abril de 2006, en una entrevista a EFE, parecía criticar las concesiones territoriales que hacía su partido con el Estatuto de Cataluña, pero lo hizo de manera críptica, sin que esa crítica pusiera en peligro sus privilegios políticos.
En otras ocasiones, Guerra pareció discrepar ante las concesiones excesivas de Zapatero a sus socios nacionalistas, pero no dijo ni una sóla palabra contundente que pudiera ser interpretada como una crítica directa o como la defensa sólida de una idea concreta de nación.
Sin embargo, en privado, Alfonso Guerra discrepa y lo hace con cierta fuerza, sobre todo si está rodeado de fieles.
Ahora, en "Temas", su amigo y antiguo colaborador José Felix Tezanos, sociólogo, reconoce que la "cuestión nacional" puede poner en peligro la continuidad del PSOE en el poder. El mismo Tezanos sostiene que la vieja guardia del PSOE admite la inconstitucionalidad del Estatuto de Cataluña, dando a entender, siempre con prudencia, para no perder los privilegios, que tanto él como Alfonso piensan que el estatuto catalán es inconstitucional.
Sin embargo, la otra cara de Alfonso, la que utiliza para mantener el coche oficial, hizo que apretara el botón del "sí" a la hora de votar aquel estatuto de Cataluña que la mayoría de los expertos no sólo lo considera inconstitucional sino también el mayor atentado de un gobierno contra la Constitución española, desde 1976.
El de Alfonso Guerra es el comportamiento típico del político profesional, que ha conseguido privilegios y riqueza gracias a su actividad política durante décadas. Hay muchos que son más cobardes y silenciosos que Guerra, pero al ex vicepresidente le creíamos más valiente y más consecuente con las ideas y principios.
A muchos ciudadanos españoles nos guataría ver más valantía y firmeza en los políticos profesionales, siempre sometidos al líder para mantener los enormes privilegios del poder. Sus críticas en privado, en voz baja y sus reflexiones periféricas y metafóricas, cuidadosamente dichas para que no se ofendan los que mandan, son pura cobardía política, intelectual y moral. También nos gustaría que se jubilaran y dejaran espacio libre para que entre en política gente noble, con capacidad de riesgo y de honradez.
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