Asesinos y familias rotas los ha habido siempre, pero ahora se aprecia un aumento de la agresividad y la criminalidad que coincide con la quiebra de los valores humanos, cívicos, morales y religiosos, con la implantación de un sistema educativo lúdico y permisivo y con una legislación garantista y suave en exceso. Ello ha abocado a la desestructuración social imperante, a la pérdida de la autoridad y de la disciplina familiar y escolar, a la mala educación y peor crianza en el pasotismo y la dejadez. Al niño hay que guiarlo en la rectitud y en la responsabilidad; no darle todos los gustos y caprichos y no caer en la fácil concesión, ni ceder a sus exigencias y menos aún a través de rabietas; esa laxa permisividad, así como la vivencia de una infancia desecha y traumática da lugar a una personalidad problemática que no domina sus actos ni reprime sus instintos con el freno del bien; así pues, se ha forjado un ser veleidoso y primitivo, que, sin duda, originará, en la adolescencia, un delincuente, que ve natural la violencia, para conseguir sus gustos y deseos.
Si aquel dijo que "la Justicia es un cachondeo", estos se están cachondeando de la justicia. Esto no se puede consentir. Estos niñacos, los asesinos de esta pobre niña, están tomándole el pelo al juez, a la policía y a todo el mundo, sin miedo ni temor alguno. No solamente han violado y matado miserablemente a la niña, sino que juegan, burlan y pisotean los sentimientos más profundos de la familia al sustraerle el último resquicio de saber qué sucedió y de enterrar el cadáver. La frialdad y premeditación con la que actúan y la indiferencia ante el dolor y la muerte causados aterran; el complot armado por estos sujetos y su entorno de encubridores provisto del apoyo de menores, para revolver mentiras y remover argucias, abre las fauces de un abismo de maldad y crueldad indecibles.
Están demasiado bien asesorados, demasiado bien dispuestos en el engaño, la tergiversación y la regulación de su espacio y tiempo. Que unos mequetrefes incultos y desalmados tras quebrantar minuciosamente la ley, se rían y burlen de la sociedad que los condena, y que, gozando de derechos al amparo de la misma ley, estén maniobrando para conseguir lo que parece un crimen perfecto, es tremendamente enervante, calamitoso e indignante. En su frío desprecio por la vida humana hay una aberrante estrategia que oculta los hechos y protege algo y a alguien. No se entiende cómo la policía no ha conseguido ya extraerles la verdad; ni cómo unos sujetos de este calado moral han logrado superar airosamente la tensión de los interrogatorios, desorientar los pasos policiales y deshacerse impunemente del cadáver. ¿Cómo es posible, se preguntan muchos, que los padres lo permitieran y que Marta del Castillo se relacionara con esa gente y accediera a subir sola al piso aquel?
Es preciso oír la voz mayoritaria del pueblo que exige el endurecimiento y cumplimiento íntegro de las penas sin tanto miramiento y consideración con el delincuente. Sobre todo, hay un ochenta y nueve por ciento de la gente que pide se establezca la cadena perpetua revisable para los delitos de violación y pederastia, terrorismo.
C. Mudarra
Si aquel dijo que "la Justicia es un cachondeo", estos se están cachondeando de la justicia. Esto no se puede consentir. Estos niñacos, los asesinos de esta pobre niña, están tomándole el pelo al juez, a la policía y a todo el mundo, sin miedo ni temor alguno. No solamente han violado y matado miserablemente a la niña, sino que juegan, burlan y pisotean los sentimientos más profundos de la familia al sustraerle el último resquicio de saber qué sucedió y de enterrar el cadáver. La frialdad y premeditación con la que actúan y la indiferencia ante el dolor y la muerte causados aterran; el complot armado por estos sujetos y su entorno de encubridores provisto del apoyo de menores, para revolver mentiras y remover argucias, abre las fauces de un abismo de maldad y crueldad indecibles.
Están demasiado bien asesorados, demasiado bien dispuestos en el engaño, la tergiversación y la regulación de su espacio y tiempo. Que unos mequetrefes incultos y desalmados tras quebrantar minuciosamente la ley, se rían y burlen de la sociedad que los condena, y que, gozando de derechos al amparo de la misma ley, estén maniobrando para conseguir lo que parece un crimen perfecto, es tremendamente enervante, calamitoso e indignante. En su frío desprecio por la vida humana hay una aberrante estrategia que oculta los hechos y protege algo y a alguien. No se entiende cómo la policía no ha conseguido ya extraerles la verdad; ni cómo unos sujetos de este calado moral han logrado superar airosamente la tensión de los interrogatorios, desorientar los pasos policiales y deshacerse impunemente del cadáver. ¿Cómo es posible, se preguntan muchos, que los padres lo permitieran y que Marta del Castillo se relacionara con esa gente y accediera a subir sola al piso aquel?
Es preciso oír la voz mayoritaria del pueblo que exige el endurecimiento y cumplimiento íntegro de las penas sin tanto miramiento y consideración con el delincuente. Sobre todo, hay un ochenta y nueve por ciento de la gente que pide se establezca la cadena perpetua revisable para los delitos de violación y pederastia, terrorismo.
C. Mudarra
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