Los serios y tristes enfrentamientos en las plazas de Alcorcón son indicios muy reveladores. La agresividad, la violencia, la coacción mafiosa y sangrienta y la reacción hostil y enconada se han incrustado en las venas de la sociedad y en la juventud, mientras el gobierno y las instituciones, en la inepcia, callan, dejan y siguen. Ya tuvimos un primer acercamiento con el film West Side Story. Y hace poco, el realizador mexicano Alfonso Cuarón, en su película, 'Hijos de los hombres', denunciando las grandes lacras, que azotan y amenazan a la humanidad en el siglo XXI, aborda el extravío general del ser humano a través de una visión apocalíptica, que se desarrolla "en el microcosmos" de Londres, el año 2027, devastado, en descomposición y azotado por masas de inmigrantes irregulares que son cazados y enjaulados por el ejército británico como alimañas, en medio de un caos incontenible, en que la vida es cuestión de simple azar. Esa realidad profetizada por los trazos fílmicos y literarios, avanza sinuosa y se presenta en nuestras calles.
El “Side Story” de Alcorcón ha traído el lamentable gemido de varios heridos y detenidos en su feo y extraño rostro de reyertas y revanchas. Los vecinos alarmados viven, con honda inquietud, la situación envuelta en armas de diversas clases y tamaños, creada por ocho bandas violentas de jóvenes iberoamericanos, identificadas en el municipio e ignoradas por la tópica pasividad, disimulo y tergiversación de autoridades y representantes políticos. En esto, se ha oído la voz del candidato socialista Miguel Sebastián, que a la pregunta que le hizo un inmigrante sobre convivencia e integración, respondió que «todos aquellos que cometan delitos deberían ser deportados».
La crisis de valores y la permisividad, al confundirse hoy, intencionadamente con la tolerancia, provocan la agresividad y el conflicto que explota no sólo en Madrid; no es un hecho aislado. La familia, agobiada y desecha, no cumple sus obligaciones, deseduca con la cesión a caprichos y rabietas, con la desatención e indisciplina, el adulto se forma en el seno del hogar; y la escuela, aminorada y deteriorada, no educa, no imparte las normas elementales de coexistencia, hábitos de comportamiento y el respeto a la autoridad legítima y la obediencia; con lo cual, los jóvenes, desprovistos, se amparan en la violencia y la fuerza, caen en las bandas y terminan en el marco de usos delictivos. La inepcia y la desidia de los estamentos públicos hacen que conviertan la libertad democrática en libertinaje y la permisión social, en justicia personal del más fuerte. Surgen los feroces instintos, los desvíos y las viciadas veleidades, producto de su mala educación.
Es señal e indicio de un negro futuro, si no se ataja, con contundencia, esta infección. La impunidad aboca ciertamente a la reincidencia. Los ámbitos y elementos públicos son propiedad de toda la ciudadanía. No se puede permitir que las bandas de mozalbetes los controlen y, parapetados, intimiden, amenacen, roben y vejen a colegiales y transeúntes. La sociedad civilizada debe enseñar y transmitir a la juventud, con eficacia, los principios fundamentales de respeto a la ley, a los derechos y libertades de los demás, de disciplina, de esfuerzo personal y el cumplimiento del deber; y que junto a los derechos existen los deberes; que las bajas inclinaciones y caprichos se han de domeñar. El Gobierno sabe que existe un conflicto social que tiene que resolver, sin dilación, con una competente política educativa, inmigratoria y de orden público. La democracia exige fortaleza y no, degradación.
Camilo Valverde Mudarra
El “Side Story” de Alcorcón ha traído el lamentable gemido de varios heridos y detenidos en su feo y extraño rostro de reyertas y revanchas. Los vecinos alarmados viven, con honda inquietud, la situación envuelta en armas de diversas clases y tamaños, creada por ocho bandas violentas de jóvenes iberoamericanos, identificadas en el municipio e ignoradas por la tópica pasividad, disimulo y tergiversación de autoridades y representantes políticos. En esto, se ha oído la voz del candidato socialista Miguel Sebastián, que a la pregunta que le hizo un inmigrante sobre convivencia e integración, respondió que «todos aquellos que cometan delitos deberían ser deportados».
La crisis de valores y la permisividad, al confundirse hoy, intencionadamente con la tolerancia, provocan la agresividad y el conflicto que explota no sólo en Madrid; no es un hecho aislado. La familia, agobiada y desecha, no cumple sus obligaciones, deseduca con la cesión a caprichos y rabietas, con la desatención e indisciplina, el adulto se forma en el seno del hogar; y la escuela, aminorada y deteriorada, no educa, no imparte las normas elementales de coexistencia, hábitos de comportamiento y el respeto a la autoridad legítima y la obediencia; con lo cual, los jóvenes, desprovistos, se amparan en la violencia y la fuerza, caen en las bandas y terminan en el marco de usos delictivos. La inepcia y la desidia de los estamentos públicos hacen que conviertan la libertad democrática en libertinaje y la permisión social, en justicia personal del más fuerte. Surgen los feroces instintos, los desvíos y las viciadas veleidades, producto de su mala educación.
Es señal e indicio de un negro futuro, si no se ataja, con contundencia, esta infección. La impunidad aboca ciertamente a la reincidencia. Los ámbitos y elementos públicos son propiedad de toda la ciudadanía. No se puede permitir que las bandas de mozalbetes los controlen y, parapetados, intimiden, amenacen, roben y vejen a colegiales y transeúntes. La sociedad civilizada debe enseñar y transmitir a la juventud, con eficacia, los principios fundamentales de respeto a la ley, a los derechos y libertades de los demás, de disciplina, de esfuerzo personal y el cumplimiento del deber; y que junto a los derechos existen los deberes; que las bajas inclinaciones y caprichos se han de domeñar. El Gobierno sabe que existe un conflicto social que tiene que resolver, sin dilación, con una competente política educativa, inmigratoria y de orden público. La democracia exige fortaleza y no, degradación.
Camilo Valverde Mudarra
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