El diario Gara publica que enviados oficiales del Gobierno de Rodríguez Zapatero y la banda terrorista ETA han mantenido diversas reuniones y numerosas negociaciones, antes y desde el anuncio de su alto el fuego permanente, el pasado marzo. El comunicado de la banda confirma la existencia de reuniones previas a la «tregua», que fueron amparadas por varios gobiernos europeos, con el aval de un conocido centro internacional en funciones de notaría, en que se cerraron varios compromisos y garantías para desarrollar el «proceso».
«El pacto -asegura el diario vasco- concerniente al futuro de Vasconia y Navarra, contiene el reconocimiento de Euskal Herria, el compromiso del Gobierno Español de respetar las decisiones de los ciudadanos vascos, y el convenio de que los acuerdos políticos debían alcanzarse entre los partidos y agentes vascos». El Gobierno que preside R. Zapatero «se comprometía también a aceptar sin ninguna limitación el contenido de lo pactado por las formaciones vascas, y que la legislación vigente no restringiría la voluntad del pueblo vasco, sino que garantizaría su ejercicio, y que el Gobierno se comprometía a lograr un pacto de Estado sobre esos principios» y «garantías: la disminución de la presencia policial, así como la desaparición de presiones policiales; el respeto "de facto" de la actividad política de las organizaciones de la izquierda abertzale, en igualdad de condiciones al resto de formaciones y sin limitaciones de derechos; y que no hubiera detenciones por parte de los diferentes cuerpos policiales».
En contrapartida a la negociación, «ETA se comprometía a decretar un alto el fuego permanente, y a no realizar acciones de abastecimiento de armas ni explosivos».
Si todo es cierto, como se ve, es todo un contrato leonino. Salvo el alto el fuego, nada de nada; ni entrega de armas ni arrepentimiento. Nada, sólo exigencias. Zapatero sin cartas y sin partida, frente al tahúr con la baraja marcada y los ases bajo la manga: autodeterminación, presos, legalización de Batasuna, impunidad subvencionada y la pistola en la mano, por si acaso. Jamás tendrá la banda un jugador tan neófito y propicio, un gobernante tendido en el diván del orgullo y de la inopia, en el carro del fastidio y de la decepción, solapado en la concurrencia de una sociedad claudicante, sumida en el sopor del consumo, ayuna de valores y asideros sólidos. Unos gobernantes propensos a barbechar los abrojos de la discordia, mediante la tala los cimientos éticos y sociales que legitiman la democrática, e incluso usan y extienden la terminología y el nivel de lenguaje del terror propio de las relaciones diplomáticas interestatales.
En aquel momento en que toda la base social demócrata y decente se mantuvo unida y sin fisuras, la banda terrorista se sintió acorralada y vio cercano su exterminio por la eficacia de los medios empleados para domeñarla; de ahí, que constreñida por el cerco, buscara el resquicio para fracturar el Pacto por las Libertades; no le fue difícil, al amparo de astutas conveniencias y artimañas interesadas por las que tendrán que pagar y rendir cuentas. Aquellos que, en maliciosa oratoria, se atreven a herir y culpar a media España de que no está por la paz, si no acepta sus dictados, convocan tristemente manifestaciones partidistas y denigran a los vilmente asesinados con vacuas y tergiversadas razones, serán desdeñados y puestos en su sitio.
Sin embargo, el ciudadano calla, observa y entiende; no se engaña, conoce bien la andanza de gente insana, desmedida y obstinada, el tipo de desoladores, patéticos y lesivos.
Cicerón
«El pacto -asegura el diario vasco- concerniente al futuro de Vasconia y Navarra, contiene el reconocimiento de Euskal Herria, el compromiso del Gobierno Español de respetar las decisiones de los ciudadanos vascos, y el convenio de que los acuerdos políticos debían alcanzarse entre los partidos y agentes vascos». El Gobierno que preside R. Zapatero «se comprometía también a aceptar sin ninguna limitación el contenido de lo pactado por las formaciones vascas, y que la legislación vigente no restringiría la voluntad del pueblo vasco, sino que garantizaría su ejercicio, y que el Gobierno se comprometía a lograr un pacto de Estado sobre esos principios» y «garantías: la disminución de la presencia policial, así como la desaparición de presiones policiales; el respeto "de facto" de la actividad política de las organizaciones de la izquierda abertzale, en igualdad de condiciones al resto de formaciones y sin limitaciones de derechos; y que no hubiera detenciones por parte de los diferentes cuerpos policiales».
En contrapartida a la negociación, «ETA se comprometía a decretar un alto el fuego permanente, y a no realizar acciones de abastecimiento de armas ni explosivos».
Si todo es cierto, como se ve, es todo un contrato leonino. Salvo el alto el fuego, nada de nada; ni entrega de armas ni arrepentimiento. Nada, sólo exigencias. Zapatero sin cartas y sin partida, frente al tahúr con la baraja marcada y los ases bajo la manga: autodeterminación, presos, legalización de Batasuna, impunidad subvencionada y la pistola en la mano, por si acaso. Jamás tendrá la banda un jugador tan neófito y propicio, un gobernante tendido en el diván del orgullo y de la inopia, en el carro del fastidio y de la decepción, solapado en la concurrencia de una sociedad claudicante, sumida en el sopor del consumo, ayuna de valores y asideros sólidos. Unos gobernantes propensos a barbechar los abrojos de la discordia, mediante la tala los cimientos éticos y sociales que legitiman la democrática, e incluso usan y extienden la terminología y el nivel de lenguaje del terror propio de las relaciones diplomáticas interestatales.
En aquel momento en que toda la base social demócrata y decente se mantuvo unida y sin fisuras, la banda terrorista se sintió acorralada y vio cercano su exterminio por la eficacia de los medios empleados para domeñarla; de ahí, que constreñida por el cerco, buscara el resquicio para fracturar el Pacto por las Libertades; no le fue difícil, al amparo de astutas conveniencias y artimañas interesadas por las que tendrán que pagar y rendir cuentas. Aquellos que, en maliciosa oratoria, se atreven a herir y culpar a media España de que no está por la paz, si no acepta sus dictados, convocan tristemente manifestaciones partidistas y denigran a los vilmente asesinados con vacuas y tergiversadas razones, serán desdeñados y puestos en su sitio.
Sin embargo, el ciudadano calla, observa y entiende; no se engaña, conoce bien la andanza de gente insana, desmedida y obstinada, el tipo de desoladores, patéticos y lesivos.
Cicerón