Zapatero nos lleva directamente hacia el "crack". Lo negarán los sindicalistas, que son cómplices del desastre, y los apesebrados del poder, que son una legión cobarde y culpable, pero la parte de España sana, que vive de su trabajo y que cree en la democracia, lo sabe: el "crack" ya está a la vista.
El balance del gobierno de Zapatero es aterrador: nos ha arrebatado la prosperidad; nos ha dañado la unidad y la cohesión; ha hecho trizas la convivencia; ha debilitado a la sociedad civil, ha resquebrajado los valores y, bajo su mandato, España ha dejado de ser una democracia poblada de hombres libres para convertirse en una oligocracia donde no existe otro poder que el de los descontrolados partidos políticos y el de sus aliados.
Para conducirnos hacia el desastre cuenta con aliados que un día tendrán que pagar la dura responsabilidad contraida. Su principal aliado es su propio partido, el PSOE, cuyos militantes prefieren callar antes de criticar la sucia deriva del gobierno; los sindicatos, subvencionados y comprados hasta el punto de que ya sólo representan a sus bien pagadas élites, a muchos funcionarios y a un puñado de trabajadores fijos de grandes empresas; los partidos nacionalistas, que no aman a España y que sonrien ante el desastre que se avecina; y la legión de los subsidiados, enchufados y paniaguados, que viven del privilegio, del Estado y de los impuestos ciudadanos.
Su mayor obsesión no es el bien común, sino permanecer en el poder, para lo cual no ha dudado en perseguir y acosar a toda oposición, sobre todo a la independiente Iglesia Católica, que influye en la sociedad y a la que no puede someter, y a la oposición politica de derecha, la única que es alternativa de gobierno, a la que está aislando y desprestigiando para evitar que pueda alcanzar el poder.
Cuando en un país la oposición acosa al gobierno, es señal de que hay democracia, pero cuando es el gobierno el que acosa a la oposición, entonces hay tiranía. En España, la oposición, por desgracia también vinculada a la corrupción y a la partitocracia, ya hasta teme hablar por teléfono ante el riesgo de ser espiada.
El drama del "crack" español se está forjando con desinformación, manipulación, desigualdad, desconfianza ciudadana y dosis letales de un mal gobierno que, tercamente, cierra las puertas a las reformas estructurales, laborales, fiscales y económicas, que el país necesita con urgencia, mientras que todas las leyes básicas de la democracia han dejado de respetarse: separación de poderes, protagonismo del ciudadano, imperio de la ley, igualdad, derechos fundamentales, información libre y crítica, sociedad civil fuerte e independiente...
La víctima principal es el ciudadano, que además de perder su prosperidad, su confianza en el poder y su esperanza en el futuro, se siente marginado del proceso de toma de decisiones, ha dejado de ser cómplice del sistema político y se ve forzado a pagar impuestos temiendo que su dinero sea mal utilizado por un poder político de comportamiento nada edificante.
La esperanza de España, de nuevo, como en la postguerra y en los albores de la democracia, vuelve a situarse en el exterior y depende de que Estados Unidos o la Unión Europea, que ya empiezan a salir de la crisis, decidan venir a rescatarnos de la ruina de Zapatero.
El balance del gobierno de Zapatero es aterrador: nos ha arrebatado la prosperidad; nos ha dañado la unidad y la cohesión; ha hecho trizas la convivencia; ha debilitado a la sociedad civil, ha resquebrajado los valores y, bajo su mandato, España ha dejado de ser una democracia poblada de hombres libres para convertirse en una oligocracia donde no existe otro poder que el de los descontrolados partidos políticos y el de sus aliados.
Para conducirnos hacia el desastre cuenta con aliados que un día tendrán que pagar la dura responsabilidad contraida. Su principal aliado es su propio partido, el PSOE, cuyos militantes prefieren callar antes de criticar la sucia deriva del gobierno; los sindicatos, subvencionados y comprados hasta el punto de que ya sólo representan a sus bien pagadas élites, a muchos funcionarios y a un puñado de trabajadores fijos de grandes empresas; los partidos nacionalistas, que no aman a España y que sonrien ante el desastre que se avecina; y la legión de los subsidiados, enchufados y paniaguados, que viven del privilegio, del Estado y de los impuestos ciudadanos.
Su mayor obsesión no es el bien común, sino permanecer en el poder, para lo cual no ha dudado en perseguir y acosar a toda oposición, sobre todo a la independiente Iglesia Católica, que influye en la sociedad y a la que no puede someter, y a la oposición politica de derecha, la única que es alternativa de gobierno, a la que está aislando y desprestigiando para evitar que pueda alcanzar el poder.
Cuando en un país la oposición acosa al gobierno, es señal de que hay democracia, pero cuando es el gobierno el que acosa a la oposición, entonces hay tiranía. En España, la oposición, por desgracia también vinculada a la corrupción y a la partitocracia, ya hasta teme hablar por teléfono ante el riesgo de ser espiada.
El drama del "crack" español se está forjando con desinformación, manipulación, desigualdad, desconfianza ciudadana y dosis letales de un mal gobierno que, tercamente, cierra las puertas a las reformas estructurales, laborales, fiscales y económicas, que el país necesita con urgencia, mientras que todas las leyes básicas de la democracia han dejado de respetarse: separación de poderes, protagonismo del ciudadano, imperio de la ley, igualdad, derechos fundamentales, información libre y crítica, sociedad civil fuerte e independiente...
La víctima principal es el ciudadano, que además de perder su prosperidad, su confianza en el poder y su esperanza en el futuro, se siente marginado del proceso de toma de decisiones, ha dejado de ser cómplice del sistema político y se ve forzado a pagar impuestos temiendo que su dinero sea mal utilizado por un poder político de comportamiento nada edificante.
La esperanza de España, de nuevo, como en la postguerra y en los albores de la democracia, vuelve a situarse en el exterior y depende de que Estados Unidos o la Unión Europea, que ya empiezan a salir de la crisis, decidan venir a rescatarnos de la ruina de Zapatero.
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