La crisis del coronavirus tendrá muchos efectos en nuestra civilización y cambiará muchas cosas. Asumiremos que no todo vale, que lo importante es "ser" no "tener", que los comportamientos son más valiosos que las ideas, que los políticos actuales han fracasado y que en adelante hay que elegir a los mejores para que nos gobiernen, desechando a los miserables que hoy se han apoderado del Estado, etc..
Pero quizás el cambio histórico más relevante sea la llegada de los robots, hasta ahora frenados y aparcados porque el mundo no estaba preparado para acogerlos. El coronavirus ha demostrado que el ser humano es demasiado frágil para que sobre él descanse el sistema productivo y los poderosos del mundo ya están decididos a sustituir su fuerza de trabajo por robots inteligentes y hábiles.
Los robots no cobran, ni enferman, ni descansan. Son perfectos para la producción y hoy pueden ya sustituir a más de la mitad de los trabajadores humanos. En el futuro, cuando el mundo se adapte al robot, sustituirán al 90 por ciento de los trabajadores actuales y nuestro mundo será de las máquinas inteligentes.
No es ciencia ficción sino una realidad del presente, que está frenada porque nadie se atrevía a dejarlos entrar en nuestro mundo, porque su llegada representa el desempleo de cientos de millones de personas que hoy viven de su trabajo. Pero el coronavirus ha abierto las puertas a los robots y ha colocado al mundo frente a un grave problema: ¿Que hacer con los cientos de millones de trabajadores que se quedarán sin trabajo cuando lleguen las máquinas inteligentes?
La respuesta ya está clara y la economía mundial la está asumiendo poco a poco: habrá que enviar a los hombres y mujeres que trabajan hoy a sus casas, dándoles un salario universal que les permita vivir.
Pero ¿A qué se dedicarán los humanos liberados del trabajo? tendrán que vivir en el ocio, la cultura, el entretenimiento, el ejercicio al aire libre y en otras tareas que todavía ni siquiera podemos imaginar porque ese mundo nuevo que ha empezado a llegar con el coronavirus todavía no está configurado. Con un poco de suerte, se dedicarán a la ayuda mutua y a construir un mundo mejor del que hoy tenemos, donde en plena crisis del coronavirus contemplamos con estupor a alimañas políticas llenas de vicio y odio, con cargos públicos, que se alegran de que mueran los ancianos y de que los adversarios políticos sean infectados.
Se abrirán nuevas incógnitas y desafíos y tendremos que responder a cuestiones tan delicadas como si habrá o no igualdad en ese futuro que ya llega, si la inteligencia artificial de las máquinas debe limitarse, que tipo de libertades y derechos serán garantizados o cómo encauzar la protesta y la disidencia en ese mundo nuevo. Quedan cientos de incógnitas, como la propiedad de las máquinas, la nueva policía, los nuevos ejércitos, la redacción de las leyes y la redefinición de la democracia y la tiranía, entre otras muchas.
Pero hay algunas cosas que ya están claras, como que el nuevo mundo tenderá a tener un poder central universal y que los estados se diluirán poco a poco. También es evidente que el político actual, con tendencias irresistibles a ser corrupto, egoísta, arbitrario y hasta delincuente y asesino, no valdrá para el futuro y que en el nuevo mundo de las máquinas los dirigentes tienen que ser más sabios, decentes y generosos.
Durante la crisis del coronavirus hemos contemplado con toda crudeza toda la bajeza y miseria que acumulan nuestros políticos, incapaces de defender nuestras vidas, capaces de poner en peligro hasta la misma existencia humana, que ni siquiera han sabido defender a los sanitarios y que, con su mediocridad insultante, han provocado miles de muertes que podía evitarse, personajes torpes, obtusos, egoístas, sectarios y sin preparación alguna ni ejemplaridad para ser líderes. Esta inmensa marea de vividores cargados de privilegios que sólo sabe enriquecerse y ordeñar el Estado en beneficio propio tiene que desaparecer y ser sustituida por personas de altura, por los mejores. Esos sistemas políticos de partidos, basados en el odio, la división y la competencia, tendrán que desaparecer porque el mundo se habrá dado cuenta de que mantenerlos con vida es apostar por la muerte colectiva y el fin de la Humanidad.
Dentro de algunas décadas, los niños y jóvenes estudiarán en las escuelas que las dos grandes herencias que nos dejó el coronavirus fueron el fin de la política basura y la llegada del "amigo" robot.
Francisco Rubiales
Pero quizás el cambio histórico más relevante sea la llegada de los robots, hasta ahora frenados y aparcados porque el mundo no estaba preparado para acogerlos. El coronavirus ha demostrado que el ser humano es demasiado frágil para que sobre él descanse el sistema productivo y los poderosos del mundo ya están decididos a sustituir su fuerza de trabajo por robots inteligentes y hábiles.
Los robots no cobran, ni enferman, ni descansan. Son perfectos para la producción y hoy pueden ya sustituir a más de la mitad de los trabajadores humanos. En el futuro, cuando el mundo se adapte al robot, sustituirán al 90 por ciento de los trabajadores actuales y nuestro mundo será de las máquinas inteligentes.
No es ciencia ficción sino una realidad del presente, que está frenada porque nadie se atrevía a dejarlos entrar en nuestro mundo, porque su llegada representa el desempleo de cientos de millones de personas que hoy viven de su trabajo. Pero el coronavirus ha abierto las puertas a los robots y ha colocado al mundo frente a un grave problema: ¿Que hacer con los cientos de millones de trabajadores que se quedarán sin trabajo cuando lleguen las máquinas inteligentes?
La respuesta ya está clara y la economía mundial la está asumiendo poco a poco: habrá que enviar a los hombres y mujeres que trabajan hoy a sus casas, dándoles un salario universal que les permita vivir.
Pero ¿A qué se dedicarán los humanos liberados del trabajo? tendrán que vivir en el ocio, la cultura, el entretenimiento, el ejercicio al aire libre y en otras tareas que todavía ni siquiera podemos imaginar porque ese mundo nuevo que ha empezado a llegar con el coronavirus todavía no está configurado. Con un poco de suerte, se dedicarán a la ayuda mutua y a construir un mundo mejor del que hoy tenemos, donde en plena crisis del coronavirus contemplamos con estupor a alimañas políticas llenas de vicio y odio, con cargos públicos, que se alegran de que mueran los ancianos y de que los adversarios políticos sean infectados.
Se abrirán nuevas incógnitas y desafíos y tendremos que responder a cuestiones tan delicadas como si habrá o no igualdad en ese futuro que ya llega, si la inteligencia artificial de las máquinas debe limitarse, que tipo de libertades y derechos serán garantizados o cómo encauzar la protesta y la disidencia en ese mundo nuevo. Quedan cientos de incógnitas, como la propiedad de las máquinas, la nueva policía, los nuevos ejércitos, la redacción de las leyes y la redefinición de la democracia y la tiranía, entre otras muchas.
Pero hay algunas cosas que ya están claras, como que el nuevo mundo tenderá a tener un poder central universal y que los estados se diluirán poco a poco. También es evidente que el político actual, con tendencias irresistibles a ser corrupto, egoísta, arbitrario y hasta delincuente y asesino, no valdrá para el futuro y que en el nuevo mundo de las máquinas los dirigentes tienen que ser más sabios, decentes y generosos.
Durante la crisis del coronavirus hemos contemplado con toda crudeza toda la bajeza y miseria que acumulan nuestros políticos, incapaces de defender nuestras vidas, capaces de poner en peligro hasta la misma existencia humana, que ni siquiera han sabido defender a los sanitarios y que, con su mediocridad insultante, han provocado miles de muertes que podía evitarse, personajes torpes, obtusos, egoístas, sectarios y sin preparación alguna ni ejemplaridad para ser líderes. Esta inmensa marea de vividores cargados de privilegios que sólo sabe enriquecerse y ordeñar el Estado en beneficio propio tiene que desaparecer y ser sustituida por personas de altura, por los mejores. Esos sistemas políticos de partidos, basados en el odio, la división y la competencia, tendrán que desaparecer porque el mundo se habrá dado cuenta de que mantenerlos con vida es apostar por la muerte colectiva y el fin de la Humanidad.
Dentro de algunas décadas, los niños y jóvenes estudiarán en las escuelas que las dos grandes herencias que nos dejó el coronavirus fueron el fin de la política basura y la llegada del "amigo" robot.
Francisco Rubiales
Comentarios: