Los grandes consensos que hicieron posible en España la transición desde el Franquismo a la Democracia se están rompiendo, generándose una dinámica que pone en peligro la convivencia de los españoles y el futuro como país.
El proceso de ruptura se ha acelerado intensamente desde que los socialistas ganaron las elecciones de 2004 y existe un gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero.
Se ha roto el consenso de la lucha contra el terrorismo, firmado por los dos grandes partidos políticos españoles para hacer saber a los terroristas que serían perseguidos y encarcelados, con independencia del color del gobierno, hasta que se rindieran sin condiciones.
También se ha roto el vital consenso sobre la Constitución, el documento que establecía las reglas básicas de ese proyecto común que es la "nación", rechazada por los nacionalismos extremos vasco y catalán y reformada por la puerta falsa en el Estatuto que recientemente aprobó el Parlamento de Cataluña.
Otro consenso en crisis es el de la unidad nacional y otro no menos importante es el de la educación común, vulnerado por la nueva LOE, que permite a los gobiernos autonómicos regular una parte importante de los contenidos y programas impartidos en las escuelas.
No menos fundamentales son otros consensos, también en peligro, como son el uso del español como lengua oficial para entendernos, ya marginado y hasta perseguido, de hecho, en Cataluña y el Psís Vasco, el de la política exterior, nunca tan cuestionada como ahora, o el mismo concepto de “democracia”, el sistema político de libertades, derechos y deberes que adoptamos, claramente alterado por el Estatuto Catalán, un texto autoritario e intervensionista que sólo menciona 11 veces la palabra “libertad” y 55 veces “planificación”, un concepto éste superado por la Historia y más propio de los totalitarismos estatales que de las democracias avanzadas.
Sin embargo, lo más grave y peligroso para España quizás no sea ni siquiera la ruptura del vital consenso sobre la Carta Magna, sino la de aquel pacto, nunca firmado pero sí asumido por todos tras la muerte del dictador Franco, según el cual, para convivir en paz, era necesario olvidar el pasado, no pedir cuentas a nadie y poner los ojos en el futuro.
Desde el actual gobierno, de manera irresponsable, se están lanzando mensajes inquietantes que tienden a abrir las puertas del rencor y a resucitar el pasado más sucio y negativo de este país, el de la guerra civil que enfrentó a los españoles entre 1936 y 1939.
El proceso de ruptura se ha acelerado intensamente desde que los socialistas ganaron las elecciones de 2004 y existe un gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero.
Se ha roto el consenso de la lucha contra el terrorismo, firmado por los dos grandes partidos políticos españoles para hacer saber a los terroristas que serían perseguidos y encarcelados, con independencia del color del gobierno, hasta que se rindieran sin condiciones.
También se ha roto el vital consenso sobre la Constitución, el documento que establecía las reglas básicas de ese proyecto común que es la "nación", rechazada por los nacionalismos extremos vasco y catalán y reformada por la puerta falsa en el Estatuto que recientemente aprobó el Parlamento de Cataluña.
Otro consenso en crisis es el de la unidad nacional y otro no menos importante es el de la educación común, vulnerado por la nueva LOE, que permite a los gobiernos autonómicos regular una parte importante de los contenidos y programas impartidos en las escuelas.
No menos fundamentales son otros consensos, también en peligro, como son el uso del español como lengua oficial para entendernos, ya marginado y hasta perseguido, de hecho, en Cataluña y el Psís Vasco, el de la política exterior, nunca tan cuestionada como ahora, o el mismo concepto de “democracia”, el sistema político de libertades, derechos y deberes que adoptamos, claramente alterado por el Estatuto Catalán, un texto autoritario e intervensionista que sólo menciona 11 veces la palabra “libertad” y 55 veces “planificación”, un concepto éste superado por la Historia y más propio de los totalitarismos estatales que de las democracias avanzadas.
Sin embargo, lo más grave y peligroso para España quizás no sea ni siquiera la ruptura del vital consenso sobre la Carta Magna, sino la de aquel pacto, nunca firmado pero sí asumido por todos tras la muerte del dictador Franco, según el cual, para convivir en paz, era necesario olvidar el pasado, no pedir cuentas a nadie y poner los ojos en el futuro.
Desde el actual gobierno, de manera irresponsable, se están lanzando mensajes inquietantes que tienden a abrir las puertas del rencor y a resucitar el pasado más sucio y negativo de este país, el de la guerra civil que enfrentó a los españoles entre 1936 y 1939.
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