Confunden la “democracia” con la “oligocracia”, prefieren las libertades y derechos colectivos a los del individuo, devalúan al ciudadano y lo subordinan al Estado, que es lo que de verdad adoran, y han sustituido los derechos y libertades del pueblo en democracia por el “populismo”. En sus filas hay gente bienintencionada, honrada y decente, pero están acobardados y no se atreven a desafiar a la masa de mediocres que domina su bando. Se llaman “progresistas” y se consideran de izquierdas, pero en realidad son autoritarios y la mayoría son antiguos marxistas reciclados. En España han llegado al poder de la mano de Zapatero y se han convertido en una plaga.
Todos los estados totalitarios y asesinos del siglo XX se autodenominaron “progresistas”. Lo hicieron con idéntico énfasis el comunismo, el fascismo y el nazismo, tres barbaries cuyo denominador común, al igual que en el progresismo actual, fue el predominio del Estado sobre el ciudadano y de lo colectivo sobre lo individual. Su balance fue estremecedor no solo porque eran adictos a la guerra, sino porque terminaron exterminando a decenas de millones de sus propios ciudadanos, siempre bajo la excusa de que se oponían al “progreso”, entronizando la violencia y el asesinato de los adversarios, considerados "parte del pasado" y elementos "superados por la historia".
El "progre" actual es ciertamente menos violento que sus colegas del pasado siglo, pero comparten una adoración por los derechos y valores colectivos y por la fuerza del Estado, que les empuja a a "comprender" los abusos de Fidel Castro, a doblar la cerviz ante el totalitarismo de China y a babear cobardemente ante las agresiones del totalitarismo islamista, en el que no ven su violencia intrínseca, ni su capacidad para subyugar a la mujer, ni su elitismo, considerándolo como un fenómeno normal y propio del multiculturalismo y de las sociedades mestizas.
Ignorar los derechos del feto que crece en el vientre materno, confundir "igualdad" con "paridad", dialogar sin defender los propios valores, conceder al asesino similares derechos que a sus víctimas y sustituir el respeto a las minorías por una dictadura minoritaria no es progresismo sino totalitarismo disfrazado. Decir que nada es verdad o mentira, porque todo depende del punto de vista, como hacen el relativismo y el utilitarismo, es, además, contrario a la democracia, sistema que se construye sobre una gran verdad colectiva.
Todo es confusión en la "progresía", una fe que ni siquiera es una ideología, porque le falta consistencia y grosor intelectual. Derrotado en el siglo XX por sus abusos, parecía que iba a morir, pero renace para tapar las enormes brechas que dejó abiertas en la izquierda mundial la caída del Muro de Berlín. Como el totalitarismo estaba desprestigiado, se disfrazó de democracia, pero jamás llegó a entenderla porque la democracia es justo lo contrario de lo que ellos proclaman y en democracia el individuo y el ciudadano son más importantes que el Estado.
El ex lider comunista español Julio Anguita definió la "progresía" con tanta crueldad como precisión cuando dijo que es "el sumidero por donde se han ido las auténticas ideas de la izquierda".
Sus contradicciones y paradojas son memorables: cuando el desempleo y la pobreza cubren cada día más la sociedad con su manto negro de tristeza e infelicidad, ellos se suben los sueldos, compran coches de lujo y siguen gastando un dinero público que creen que les pertenece porque ocupan el poder. Están contra la pena de muerte, pero defienden el aborto, que causa millones de muertos, y la eutanasia; siempre hablan de tolerancia, pero no soportan la disidencia y llaman "fascistas" a los que piensan diferente; dicen que la igualdad es lo más importante, pero ellos se hacen millonarios en el poder; dejan libres a los Albertos, multimillonarios acusados de estafar miles de millones, y meten en la cárcel al que roba un jamón en un supermercado; proclaman la libertad a los cuatro vientos, pero han creado la doctrina de lo "políticamente correcto", una especie de pensamiento único dictatorial al que hay que someterse por la fuerza.
Utilizan como blindaje a los periodistas sometidos y a los medios de comunicación afines, a los que alimentan generosamente desde el poder con contratos publicitarios y concesiones para que camuflen o silencien lo que les perjudica, propaguen el pensamiento único y fustiguen a los que se oponen a la doctrina oficial. Así han conseguido transformar en silencio, sin denuncias y sin ruido, la democracia en una oligocracia autoritaria, donde los ciudadanos han sido suplantados por los partidos políticos.
Afirman que la ideología es primordial y exhiben lo que llaman "principios y valores de la izquierda", pero son capaces de pactar hasta con el mismo diablo, renunciando a las ideas, con tal de alcanzar o conservar el poder. En España, punta de lanza del progresismo en Europa, los progresistas de Zapatero han pactado de manera reiterada con nacionalistas extremos en el País Vasco, Cataluña y Galicia, sin importarles que sus "socios" estén situados en las antípodas ideológicas y que pugnen por destruir el Estado. Son capaces de compartir la cama con el PNV y de echarlos después del poder, de coquetear con ETA y de decir después que hay que “aplastarla”. Proclaman que están ampliando los derechos de las minorías y, realmente, han amparado a los homosexuales y a otros grupos marginales, pero ignoran los derechos constitucionales de los ciudadanos que, sólo por emplear el idioma español, son acosados y humillados en regiones gobernadas por ellos y sus socios nacionalistas.
Son anticapitalistas y antiyankis, pero cuidan con tanto esmero los intereses de la burguesía y de las élites poderosas que han conseguido que los ricos y los grandes empresarios les prefieran a la derecha y siempre les voten. El antiamericanismo de su líder, Zapatero, es notable, pero él se pasó casi cinco años mendigando una entrevista con el presidente Bush y sigue haciendo lo mismo con Obama.
Sólo sienten pánico ante las estadísticas, los datos y las cifras, porque ponen de manifiesto sus carencias y contradiciones y porque les impiden manipular y disfrazar la realidad. En España, esos datos puros dicen que el país, de la mano de la progresía, retrocede, se divide, pierde empleos, se empobrece y ocupa los primeros puestos europeos en fracaso escolar, venta y consumo de drogas, borracheras, prostitución, coches oficiales, desempleo, avance hacia la pobreza, crecimiento de la delincuencia y población encarcelada.
Fustigan a la Iglesia porque es el único poder que no controlan, pero no sustituyen los valores que defendía el catolicismo por otros nuevos, de manera que la crítica corrosiva del laicismo y del relativismo sólo genera insolidaridad, deterioro de la familia, egoísmo, crispación y terribles daños a la convivencia.
Utilizan el dinero para controlarlo todo y emplean las subvenciones para generar clientelismo y sumisión. Afirman creer en la sociedad civil, pero en realidad la han invadido, asfixiado y colocado en estado de coma. La sociedad civil, tras haber padecido el "tratamiento progre", está arrasada y es incapaz de cumplir su vital papel de contrapeso del Estado. Han invadido todos los espacios sagrados de la sociedad que necesitan desarrollarse en libertad, como las universidades, las cajas de ahorro, los sindicatos, la patronal, las confesiones religiosas, las asociaciones civiles y ciudadanas y gran parte del llamado "Tercer Sector", donde están las asociaciones y fundaciones.
Bajo el imperio "progre", el Estado no para de crecer y el ciudadano no cesa de mermar. Los viejos equilibrios de la libertad han quedado rotos. Ya no es el gobierno el que teme a los ciudadanos, como es deseable en democracia, sino los ciudadanos los que temen al poder político.
El pensamiento "progre" beneficia mas que a nadie a los políticos y ha logrado convertir al dirigente en el verdadero "señor" y "dueño" de la sociedad, atiborrándolos de tantos privilegios y ventajas que su mundo ya no es el del ciudadano. Las élites políticas viven en auténticas burbujas que les impiden conocer a los ciudadanos y a sus dramas diarios. Desde sus residencias vigiladas, coches blindados, sueldos estelares y demás privilegios, desconocen la pobreza, las míseras pensiones, la dureza de las hipotecas, la inseguridad en las calles, el deterioro de la convivencia y otras muchas tragedias que convierten la vida en miserable.
La progresía, en abierta contradición con sus postulados, no impide que los privilegios de los que están en el poder sean hoy escandalosos, comparables a los que disfrutaban en la época del absolutismo la nobleza y el clero: fueros propios, práctica inmunidad e impunidad, coches oficiales, sueldos elevados a los que no afectan la crisis, pensiones regias, acceso y control de los recursos del Estado, etc.
Todos los estados totalitarios y asesinos del siglo XX se autodenominaron “progresistas”. Lo hicieron con idéntico énfasis el comunismo, el fascismo y el nazismo, tres barbaries cuyo denominador común, al igual que en el progresismo actual, fue el predominio del Estado sobre el ciudadano y de lo colectivo sobre lo individual. Su balance fue estremecedor no solo porque eran adictos a la guerra, sino porque terminaron exterminando a decenas de millones de sus propios ciudadanos, siempre bajo la excusa de que se oponían al “progreso”, entronizando la violencia y el asesinato de los adversarios, considerados "parte del pasado" y elementos "superados por la historia".
El "progre" actual es ciertamente menos violento que sus colegas del pasado siglo, pero comparten una adoración por los derechos y valores colectivos y por la fuerza del Estado, que les empuja a a "comprender" los abusos de Fidel Castro, a doblar la cerviz ante el totalitarismo de China y a babear cobardemente ante las agresiones del totalitarismo islamista, en el que no ven su violencia intrínseca, ni su capacidad para subyugar a la mujer, ni su elitismo, considerándolo como un fenómeno normal y propio del multiculturalismo y de las sociedades mestizas.
Ignorar los derechos del feto que crece en el vientre materno, confundir "igualdad" con "paridad", dialogar sin defender los propios valores, conceder al asesino similares derechos que a sus víctimas y sustituir el respeto a las minorías por una dictadura minoritaria no es progresismo sino totalitarismo disfrazado. Decir que nada es verdad o mentira, porque todo depende del punto de vista, como hacen el relativismo y el utilitarismo, es, además, contrario a la democracia, sistema que se construye sobre una gran verdad colectiva.
Todo es confusión en la "progresía", una fe que ni siquiera es una ideología, porque le falta consistencia y grosor intelectual. Derrotado en el siglo XX por sus abusos, parecía que iba a morir, pero renace para tapar las enormes brechas que dejó abiertas en la izquierda mundial la caída del Muro de Berlín. Como el totalitarismo estaba desprestigiado, se disfrazó de democracia, pero jamás llegó a entenderla porque la democracia es justo lo contrario de lo que ellos proclaman y en democracia el individuo y el ciudadano son más importantes que el Estado.
El ex lider comunista español Julio Anguita definió la "progresía" con tanta crueldad como precisión cuando dijo que es "el sumidero por donde se han ido las auténticas ideas de la izquierda".
Sus contradicciones y paradojas son memorables: cuando el desempleo y la pobreza cubren cada día más la sociedad con su manto negro de tristeza e infelicidad, ellos se suben los sueldos, compran coches de lujo y siguen gastando un dinero público que creen que les pertenece porque ocupan el poder. Están contra la pena de muerte, pero defienden el aborto, que causa millones de muertos, y la eutanasia; siempre hablan de tolerancia, pero no soportan la disidencia y llaman "fascistas" a los que piensan diferente; dicen que la igualdad es lo más importante, pero ellos se hacen millonarios en el poder; dejan libres a los Albertos, multimillonarios acusados de estafar miles de millones, y meten en la cárcel al que roba un jamón en un supermercado; proclaman la libertad a los cuatro vientos, pero han creado la doctrina de lo "políticamente correcto", una especie de pensamiento único dictatorial al que hay que someterse por la fuerza.
Utilizan como blindaje a los periodistas sometidos y a los medios de comunicación afines, a los que alimentan generosamente desde el poder con contratos publicitarios y concesiones para que camuflen o silencien lo que les perjudica, propaguen el pensamiento único y fustiguen a los que se oponen a la doctrina oficial. Así han conseguido transformar en silencio, sin denuncias y sin ruido, la democracia en una oligocracia autoritaria, donde los ciudadanos han sido suplantados por los partidos políticos.
Afirman que la ideología es primordial y exhiben lo que llaman "principios y valores de la izquierda", pero son capaces de pactar hasta con el mismo diablo, renunciando a las ideas, con tal de alcanzar o conservar el poder. En España, punta de lanza del progresismo en Europa, los progresistas de Zapatero han pactado de manera reiterada con nacionalistas extremos en el País Vasco, Cataluña y Galicia, sin importarles que sus "socios" estén situados en las antípodas ideológicas y que pugnen por destruir el Estado. Son capaces de compartir la cama con el PNV y de echarlos después del poder, de coquetear con ETA y de decir después que hay que “aplastarla”. Proclaman que están ampliando los derechos de las minorías y, realmente, han amparado a los homosexuales y a otros grupos marginales, pero ignoran los derechos constitucionales de los ciudadanos que, sólo por emplear el idioma español, son acosados y humillados en regiones gobernadas por ellos y sus socios nacionalistas.
Son anticapitalistas y antiyankis, pero cuidan con tanto esmero los intereses de la burguesía y de las élites poderosas que han conseguido que los ricos y los grandes empresarios les prefieran a la derecha y siempre les voten. El antiamericanismo de su líder, Zapatero, es notable, pero él se pasó casi cinco años mendigando una entrevista con el presidente Bush y sigue haciendo lo mismo con Obama.
Sólo sienten pánico ante las estadísticas, los datos y las cifras, porque ponen de manifiesto sus carencias y contradiciones y porque les impiden manipular y disfrazar la realidad. En España, esos datos puros dicen que el país, de la mano de la progresía, retrocede, se divide, pierde empleos, se empobrece y ocupa los primeros puestos europeos en fracaso escolar, venta y consumo de drogas, borracheras, prostitución, coches oficiales, desempleo, avance hacia la pobreza, crecimiento de la delincuencia y población encarcelada.
Fustigan a la Iglesia porque es el único poder que no controlan, pero no sustituyen los valores que defendía el catolicismo por otros nuevos, de manera que la crítica corrosiva del laicismo y del relativismo sólo genera insolidaridad, deterioro de la familia, egoísmo, crispación y terribles daños a la convivencia.
Utilizan el dinero para controlarlo todo y emplean las subvenciones para generar clientelismo y sumisión. Afirman creer en la sociedad civil, pero en realidad la han invadido, asfixiado y colocado en estado de coma. La sociedad civil, tras haber padecido el "tratamiento progre", está arrasada y es incapaz de cumplir su vital papel de contrapeso del Estado. Han invadido todos los espacios sagrados de la sociedad que necesitan desarrollarse en libertad, como las universidades, las cajas de ahorro, los sindicatos, la patronal, las confesiones religiosas, las asociaciones civiles y ciudadanas y gran parte del llamado "Tercer Sector", donde están las asociaciones y fundaciones.
Bajo el imperio "progre", el Estado no para de crecer y el ciudadano no cesa de mermar. Los viejos equilibrios de la libertad han quedado rotos. Ya no es el gobierno el que teme a los ciudadanos, como es deseable en democracia, sino los ciudadanos los que temen al poder político.
El pensamiento "progre" beneficia mas que a nadie a los políticos y ha logrado convertir al dirigente en el verdadero "señor" y "dueño" de la sociedad, atiborrándolos de tantos privilegios y ventajas que su mundo ya no es el del ciudadano. Las élites políticas viven en auténticas burbujas que les impiden conocer a los ciudadanos y a sus dramas diarios. Desde sus residencias vigiladas, coches blindados, sueldos estelares y demás privilegios, desconocen la pobreza, las míseras pensiones, la dureza de las hipotecas, la inseguridad en las calles, el deterioro de la convivencia y otras muchas tragedias que convierten la vida en miserable.
La progresía, en abierta contradición con sus postulados, no impide que los privilegios de los que están en el poder sean hoy escandalosos, comparables a los que disfrutaban en la época del absolutismo la nobleza y el clero: fueros propios, práctica inmunidad e impunidad, coches oficiales, sueldos elevados a los que no afectan la crisis, pensiones regias, acceso y control de los recursos del Estado, etc.
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