Cuando la aristocracia perdió el poder al ser derrocada la monarquía absoluta como régimen dominante, no fue sustituida en la gestión de Estado por la burguesía, la clase emergente, que tuvo miedo y rechazó asumir el poder, prefiriendo dedicarse a ejercer influencia y a sus negocios y asuntos privados, sino por los "políticos profesionales", la nueva "casta" que gobierna nuestras democracias, que ha resultado ser una de las plagas más terribles de la historia humana.
Los profesionales de la política ni siquiera llevan dos siglos en el poder, pero durante ese tiempo han demostrado ser, con mucho, la peor casta gobernante de la historia de la humanidad. Su bautizo como grupo ya maduro para el poder fue en la Revolución Rusa de 1917, cuando los bolcheviques, verdaderos profesionales del poder, encabezaron el derrocamiento del zar y lo sustituyeron por una dictadura más implacable, cruel e ineficiente, la encabezada por Lenin y continuada por el asesino en serie Josef Stalin.
Desde entonces, las "fechorias" de la "casta profesional" son incontables: han deteriorado la democracia, que fue concebido como el mejor y el más justo sistema para la dignidad humana y la convivencia; han perdido el prestigio que siempre ha acompañado al gobierno; han deteriorado sus lazos con la ciudadanía, han destruído la confianza en el liderazgo, imprescindible para la armonía social, y han creado un liderazgo nefasto, propagador de la desigualdad, del privilegio y de la gestión corrupta de la cosa pública, que ha sido incapaz de solucionar ni siquiera uno solo de los grandes problemas de nuestro mundo: ni la violencia, ni la guerra, ni la pobreza, ni el hambre, ni la inseguridad, ni el miedo... Como consecuencia, el liderazgo global, el sistema democrático y la esperanza humana están hoy inmersos en una crisis peligrosa y de consecuencias preocupantes.
Comparada con la aristocracia, la nueva casta de "políticos profesionales" es un verdadero desastre. Con todos sus defectos, la aristocracia supo mantenerse en el poder durante más de un milenio, desde la Edad Media hasta el siglo XIX, demostrando una portentosa capacidad de adaptación a las circunstancias, dominando el sistema feudal, el pujante comercio en el Renacimiento y hasta los primeros tiempos de la Revolución Industrial.
Los aristócratas tenían la conciencia de ser una clase distinguida que daba órdenes a los demás y que estaba sujeta a deberes y privilegios. Su código giraba en torno a tres conceptos: rango, honor y herencia. Aristóteles los aprobaba y los diferenciaba de su variante corrupta, la oligocracia, que vivía del privilegio, pero sin honor y sin preparación para el liderazgo.
Conscientes de que eran un orden de gobierno privilegiado, supieron "compensar" a la sociedad a través de valores que cultivaron minuciosamente durante siglos: la preparación para el liderazgo, el honor y un riguroso código de deberes como el carácter sagrado de la palabra dada y el deber de promocionar a los que se destacaban en la sociedad.
Sus sustitutos, los políticos profesionales, los envidian y los imitan en el fondo, pero se han convertido en oligarcas, a los que Aristóteles definía como la versión corrupta de la aristoracia, no conocen el sentido del honor, ni tienen preparación para el liderazgo, ni promocionan a los que destacan. Viven para el privilegio, pero han sustituido el honor por la mentira y el engaño, prefieren la sumisión esclava, a la que llaman "lealtad", a la preparación para el liderazgo, y no promocionan a los mejores, sino a sus compañeros de partido que aceptan someterse y doblegarse.
La aristocracia fue derrocada por la democracia porque su mundo estaba basado en valores y principios, como el privilegio y la superioridad, que no pueden tener cabida en el gobierno de los iguales, pero sus sucesores los están haciendo buenos y añorados.
La democracia soñó con ser gobernada por los mejores, elegidos por los ciudadanos, pero nunca por una casta profesionalizada y aferrada al poder cuyo principal "mérito" es haber degenerado el sistema hasta límites insospechados, sustituyendo la honorable y justa democracia por una despreciable oligocracia, desigual e injusta.
Los profesionales de la política ni siquiera llevan dos siglos en el poder, pero durante ese tiempo han demostrado ser, con mucho, la peor casta gobernante de la historia de la humanidad. Su bautizo como grupo ya maduro para el poder fue en la Revolución Rusa de 1917, cuando los bolcheviques, verdaderos profesionales del poder, encabezaron el derrocamiento del zar y lo sustituyeron por una dictadura más implacable, cruel e ineficiente, la encabezada por Lenin y continuada por el asesino en serie Josef Stalin.
Desde entonces, las "fechorias" de la "casta profesional" son incontables: han deteriorado la democracia, que fue concebido como el mejor y el más justo sistema para la dignidad humana y la convivencia; han perdido el prestigio que siempre ha acompañado al gobierno; han deteriorado sus lazos con la ciudadanía, han destruído la confianza en el liderazgo, imprescindible para la armonía social, y han creado un liderazgo nefasto, propagador de la desigualdad, del privilegio y de la gestión corrupta de la cosa pública, que ha sido incapaz de solucionar ni siquiera uno solo de los grandes problemas de nuestro mundo: ni la violencia, ni la guerra, ni la pobreza, ni el hambre, ni la inseguridad, ni el miedo... Como consecuencia, el liderazgo global, el sistema democrático y la esperanza humana están hoy inmersos en una crisis peligrosa y de consecuencias preocupantes.
Comparada con la aristocracia, la nueva casta de "políticos profesionales" es un verdadero desastre. Con todos sus defectos, la aristocracia supo mantenerse en el poder durante más de un milenio, desde la Edad Media hasta el siglo XIX, demostrando una portentosa capacidad de adaptación a las circunstancias, dominando el sistema feudal, el pujante comercio en el Renacimiento y hasta los primeros tiempos de la Revolución Industrial.
Los aristócratas tenían la conciencia de ser una clase distinguida que daba órdenes a los demás y que estaba sujeta a deberes y privilegios. Su código giraba en torno a tres conceptos: rango, honor y herencia. Aristóteles los aprobaba y los diferenciaba de su variante corrupta, la oligocracia, que vivía del privilegio, pero sin honor y sin preparación para el liderazgo.
Conscientes de que eran un orden de gobierno privilegiado, supieron "compensar" a la sociedad a través de valores que cultivaron minuciosamente durante siglos: la preparación para el liderazgo, el honor y un riguroso código de deberes como el carácter sagrado de la palabra dada y el deber de promocionar a los que se destacaban en la sociedad.
Sus sustitutos, los políticos profesionales, los envidian y los imitan en el fondo, pero se han convertido en oligarcas, a los que Aristóteles definía como la versión corrupta de la aristoracia, no conocen el sentido del honor, ni tienen preparación para el liderazgo, ni promocionan a los que destacan. Viven para el privilegio, pero han sustituido el honor por la mentira y el engaño, prefieren la sumisión esclava, a la que llaman "lealtad", a la preparación para el liderazgo, y no promocionan a los mejores, sino a sus compañeros de partido que aceptan someterse y doblegarse.
La aristocracia fue derrocada por la democracia porque su mundo estaba basado en valores y principios, como el privilegio y la superioridad, que no pueden tener cabida en el gobierno de los iguales, pero sus sucesores los están haciendo buenos y añorados.
La democracia soñó con ser gobernada por los mejores, elegidos por los ciudadanos, pero nunca por una casta profesionalizada y aferrada al poder cuyo principal "mérito" es haber degenerado el sistema hasta límites insospechados, sustituyendo la honorable y justa democracia por una despreciable oligocracia, desigual e injusta.
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