La escasez de verdaderos líderes y la abundancia de mediocres en las esferas del poder son los dos rasgos principales del poder mundial en este siglo XXI. La revolución de los mediocres ha transformado la faz de la tierra y nos ha condenado a retroceder, imponiendo una política que genera más asco y vergüenza que ilusión y esperanza.
La gran revolución del siglo XX no fue el éxito de la democracia, ni la expansión del comunismo, ni la revolución industrial, ni el avance científico y tecnológico, ni el triunfo del Estado de Bienestar, sino la revolución de los mediocres, que se han unido y organizado, tomando el poder y convirtiéndose en la clase dominante que impone su ley en todo el planeta.
La invención diabólica de los partidos políticos, organizaciones cuyo fin es tomar el poder y disfrutar de privilegios, ha conseguido que ya no sean los mejores, sino los peores los que gobiernen la Tierra. La inteligencia y la virtud han quedado desalojadas de los palacios y ministerios, donde ahora imperan la mediocridad, la vulgaridad, el egoísmo, la mentira y el odio. Desde que los mediocres nos dominan, los grandes hombres y mujeres no son admitidos en el poder porque su simple presencia ridiculizaría a las bandadas de mediocres y torpes que nos gobiernan.
Los líderes populares de la Revolución Francesa, desde Robespierre a Dantón y Marat, sin olvidar al pensador Rousseau, y los creadores de la independencia de los Estados Unidos (Jefferson, Adans, Madison y otros) tenían claro que los partidos políticos constituían una aberración y algo contra natura. Y los prohibieron porque veían venir que con los partidos llegaría el imperio de la mediocridad y del mal gobierno.
La mediocridad es la gran herejía de nuestra época. Los mediocres se han apoderado del mundo y lo han cambiado todo, desde la política a la religión, sin olvidar los valores, las costumbres y las leyes. El dominio que ejerce la mediocridad es letal y está destruyendo, poco a poco, todos y cada uno de los logros y conquistas de la civilización, desde la libertad a los derechos individuales y los grandes valores, pasando por la fraternidad, el buen gobierno y el reino de la verdad.
Los viejos reyes y los nobles, que eran sus lugartenientes, se preparaban desde que nacían para gobernar, aprendían el uso de las armas y se entrenaban para vencer y tomar decisiones correctas, pero los mediocres que ahora gobiernan el mundo son tan arrogantes y estúpidos que no se preparan para nada porque confunden el gobierno con el poder. No saben ser fuertes, ni practican los valores y ni siquiera aprenden idiomas porque lo único que les interesa es ganar votos, disfrutar de privilegios, acceder a una riqueza que antes les estaba vedada y subyugar a los otros.
Basta echar una mirada al planeta para descubrir que la mayoría de los gobiernos están hoy presididos por mediocres que se han impuesto sobre otros mediocres en partidos políticos ideados para que horneen y cuezan grandes manadas de mediocres. Contemplen a Trump, a la Merkel, a Rajoy, al gordito de Corea del Norte y a otros muchos y se convencerán.
Con ellos han perecido la verdades y las certezas, arrasadas por la "postverdad", la mentira, la confusión y el engaño, el abuso de poder, sustituto de la prudencia y el buen gobierno, el egoísmo, la avaricia, la corrupción en todas sus facetas y un manto de impunidad que cubre a los poderosos y les preserva del castigo. Los mediocres se agrupan en esas manadas llamadas "partidos políticos" porque saben que separados no pueden lograr nada y que ni siquiera lograrían destacar en una sociedad libre y competitiva, pero saben que agrupados son invencibles. Como consecuencia, la inteligencia, el honor, el valor y la virtud están siendo perseguidos y erradicados. En los colegios, los más listos son acosados, mientras en la vida real, las personas honradas son miradas con desconfianza y apartadas del poder. El mundo que construyen estos inútiles es un infierno para los mejores y un paraíso para los imbéciles y los miserables.
En la política, los mejores huyen de los partidos como almas en pena porque los nuevos políticos mediocres han cambiado la política y del liderazgo. Para ellos, lo importante no es gobernar sino controlar el poder. Si se tiene el poder, creen que el gobernar es secundario porque los gobernados lo soportan todo y ellos se sienten protegidos detrás de sus privilegios y de sus policías, servicios de inteligencia, periodistas sometidos y jueces domesticados.
Nadie habla de ello, pero la gran revolución de nuestro tiempo es la vulgar Revolución de los Mediocres, una gigantesca confabulación de gente sin grandeza ni méritos que ha tomado el poder y está convirtiendo el mundo en un basurero.
Los mejores hombres y mujeres no tienen hoy cabida en esos partidos políticos controlados por mediocres. Si tipos como Julio César, Viriato, Gonzálo Fernández de Córdoba o Napoleón pidieran hoy el carné del PSOE, del PP, de Podemos, Ciudadanos o de algunos de los tugurios nacionalistas, pronto serían expulsados o les relegarían para siempre, haciendo fotocopias.
La ley de hierro de los mediocres es que odian a la gente con valor porque se sienten acomplejados ante la grandeza y sólo se sienten a gusto ante otros que sean todavía mas mediocres y torpes que ellos.
Hoy, en un mundo dominado por los mediocres, a los políticos no se les exige nada, ni siquiera que sepan idiomas y tengan formación, principios y valores. Se exigen certificados de buena conducta y de preparación académica para ocupar puestos secundarios en la sociedad, pero a la presidencia de un gobierno, a un ministerio o a la alcaldía de una gran ciudad puede llegar un canalla, inepto y medio analfabeto. Es la política diseñada al gusto de los mediocres, una verdadera bazofia dañina para la humanidad y la civilización.
La huella miserable de los mediocres no solo se ha hecho sentir en la política sino que ha invadido la religión, las artes, la ciencia y otras disciplinas de la vida. Los valores han sido masacrados y han desaparecido conceptos claves en el planeta religioso, como la lucha entre el bien y el mal. Para los mediocres, el bien y el mal son parecidos y ninguno de ellos sabe distinguir fácilmente la línea que los separa. Los grandes mensajes religiosos, como el amor y sacrificio de Jesucristo ("Toma tu cruz y sígueme" y "Ama al prójimo como a ti mismo"), a los mediocre les trae al pairo porque la grandeza no tiene cabida en sus mezquinos mundos de privilegios y ventajas.
Con ellos ha llegado el caos. La mentira sustituye a la verdad, la democracia es suplantada por dictaduras encubiertas de partidos políticos, los valores son masacrados, conviven con la corrupción sin pudor, jamás piden perdón a los ciudadanos, a los que desprecian, nunca dimiten, se enriquecen ilícitamente, son arbitrarios, funcionan como una mafia, cobran impuestos abusivos, despilfarran, se endeudan sin conocimiento y se creen con derecho a aplastar a todo el que les impida ejercer su dominio.
El actual rechazo y hasta odio de los ciudadanos a los políticos es la consecuencia directa de la dictadura de los mediocres. A pesar de la ayuda que reciben de la mayoría de los medios de comunicación, cómplices de la mediocridad a cambio de publicidad y dinero, la gente percibe que está siendo gobernada por personas sin valores, por tipos vulgares, sin ética ni grandeza, que siempre anteponen sus intereses al bien común.
Francisco Rubiales
La gran revolución del siglo XX no fue el éxito de la democracia, ni la expansión del comunismo, ni la revolución industrial, ni el avance científico y tecnológico, ni el triunfo del Estado de Bienestar, sino la revolución de los mediocres, que se han unido y organizado, tomando el poder y convirtiéndose en la clase dominante que impone su ley en todo el planeta.
La invención diabólica de los partidos políticos, organizaciones cuyo fin es tomar el poder y disfrutar de privilegios, ha conseguido que ya no sean los mejores, sino los peores los que gobiernen la Tierra. La inteligencia y la virtud han quedado desalojadas de los palacios y ministerios, donde ahora imperan la mediocridad, la vulgaridad, el egoísmo, la mentira y el odio. Desde que los mediocres nos dominan, los grandes hombres y mujeres no son admitidos en el poder porque su simple presencia ridiculizaría a las bandadas de mediocres y torpes que nos gobiernan.
Los líderes populares de la Revolución Francesa, desde Robespierre a Dantón y Marat, sin olvidar al pensador Rousseau, y los creadores de la independencia de los Estados Unidos (Jefferson, Adans, Madison y otros) tenían claro que los partidos políticos constituían una aberración y algo contra natura. Y los prohibieron porque veían venir que con los partidos llegaría el imperio de la mediocridad y del mal gobierno.
La mediocridad es la gran herejía de nuestra época. Los mediocres se han apoderado del mundo y lo han cambiado todo, desde la política a la religión, sin olvidar los valores, las costumbres y las leyes. El dominio que ejerce la mediocridad es letal y está destruyendo, poco a poco, todos y cada uno de los logros y conquistas de la civilización, desde la libertad a los derechos individuales y los grandes valores, pasando por la fraternidad, el buen gobierno y el reino de la verdad.
Los viejos reyes y los nobles, que eran sus lugartenientes, se preparaban desde que nacían para gobernar, aprendían el uso de las armas y se entrenaban para vencer y tomar decisiones correctas, pero los mediocres que ahora gobiernan el mundo son tan arrogantes y estúpidos que no se preparan para nada porque confunden el gobierno con el poder. No saben ser fuertes, ni practican los valores y ni siquiera aprenden idiomas porque lo único que les interesa es ganar votos, disfrutar de privilegios, acceder a una riqueza que antes les estaba vedada y subyugar a los otros.
Basta echar una mirada al planeta para descubrir que la mayoría de los gobiernos están hoy presididos por mediocres que se han impuesto sobre otros mediocres en partidos políticos ideados para que horneen y cuezan grandes manadas de mediocres. Contemplen a Trump, a la Merkel, a Rajoy, al gordito de Corea del Norte y a otros muchos y se convencerán.
Con ellos han perecido la verdades y las certezas, arrasadas por la "postverdad", la mentira, la confusión y el engaño, el abuso de poder, sustituto de la prudencia y el buen gobierno, el egoísmo, la avaricia, la corrupción en todas sus facetas y un manto de impunidad que cubre a los poderosos y les preserva del castigo. Los mediocres se agrupan en esas manadas llamadas "partidos políticos" porque saben que separados no pueden lograr nada y que ni siquiera lograrían destacar en una sociedad libre y competitiva, pero saben que agrupados son invencibles. Como consecuencia, la inteligencia, el honor, el valor y la virtud están siendo perseguidos y erradicados. En los colegios, los más listos son acosados, mientras en la vida real, las personas honradas son miradas con desconfianza y apartadas del poder. El mundo que construyen estos inútiles es un infierno para los mejores y un paraíso para los imbéciles y los miserables.
En la política, los mejores huyen de los partidos como almas en pena porque los nuevos políticos mediocres han cambiado la política y del liderazgo. Para ellos, lo importante no es gobernar sino controlar el poder. Si se tiene el poder, creen que el gobernar es secundario porque los gobernados lo soportan todo y ellos se sienten protegidos detrás de sus privilegios y de sus policías, servicios de inteligencia, periodistas sometidos y jueces domesticados.
Nadie habla de ello, pero la gran revolución de nuestro tiempo es la vulgar Revolución de los Mediocres, una gigantesca confabulación de gente sin grandeza ni méritos que ha tomado el poder y está convirtiendo el mundo en un basurero.
Los mejores hombres y mujeres no tienen hoy cabida en esos partidos políticos controlados por mediocres. Si tipos como Julio César, Viriato, Gonzálo Fernández de Córdoba o Napoleón pidieran hoy el carné del PSOE, del PP, de Podemos, Ciudadanos o de algunos de los tugurios nacionalistas, pronto serían expulsados o les relegarían para siempre, haciendo fotocopias.
La ley de hierro de los mediocres es que odian a la gente con valor porque se sienten acomplejados ante la grandeza y sólo se sienten a gusto ante otros que sean todavía mas mediocres y torpes que ellos.
Hoy, en un mundo dominado por los mediocres, a los políticos no se les exige nada, ni siquiera que sepan idiomas y tengan formación, principios y valores. Se exigen certificados de buena conducta y de preparación académica para ocupar puestos secundarios en la sociedad, pero a la presidencia de un gobierno, a un ministerio o a la alcaldía de una gran ciudad puede llegar un canalla, inepto y medio analfabeto. Es la política diseñada al gusto de los mediocres, una verdadera bazofia dañina para la humanidad y la civilización.
La huella miserable de los mediocres no solo se ha hecho sentir en la política sino que ha invadido la religión, las artes, la ciencia y otras disciplinas de la vida. Los valores han sido masacrados y han desaparecido conceptos claves en el planeta religioso, como la lucha entre el bien y el mal. Para los mediocres, el bien y el mal son parecidos y ninguno de ellos sabe distinguir fácilmente la línea que los separa. Los grandes mensajes religiosos, como el amor y sacrificio de Jesucristo ("Toma tu cruz y sígueme" y "Ama al prójimo como a ti mismo"), a los mediocre les trae al pairo porque la grandeza no tiene cabida en sus mezquinos mundos de privilegios y ventajas.
Con ellos ha llegado el caos. La mentira sustituye a la verdad, la democracia es suplantada por dictaduras encubiertas de partidos políticos, los valores son masacrados, conviven con la corrupción sin pudor, jamás piden perdón a los ciudadanos, a los que desprecian, nunca dimiten, se enriquecen ilícitamente, son arbitrarios, funcionan como una mafia, cobran impuestos abusivos, despilfarran, se endeudan sin conocimiento y se creen con derecho a aplastar a todo el que les impida ejercer su dominio.
El actual rechazo y hasta odio de los ciudadanos a los políticos es la consecuencia directa de la dictadura de los mediocres. A pesar de la ayuda que reciben de la mayoría de los medios de comunicación, cómplices de la mediocridad a cambio de publicidad y dinero, la gente percibe que está siendo gobernada por personas sin valores, por tipos vulgares, sin ética ni grandeza, que siempre anteponen sus intereses al bien común.
Francisco Rubiales
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