El golpe contra Mel Zelaya en Honduras y el sorprendente comportamiento del grueso de la comunidad internacional, que ha apoyado lo totalitario y despreciado lo democrático, ha puesto sobre la mesa grandes incognitas y desafios que apasionan y dividen al mundo actual y de cuya respuesta dependerá, probablemente, el futuro político de los ciudadanos y de la democracia en este complejo siglo XXI.
La primera pregunta es si es lícito y admisible que alguien como Zelaya, que ganó unas elecciones presidenciales en Honduras con un discurso moderado y más bien conservador, se haya convertido en uno de los principales aliados del ultraizquierdista Hugo Chávez, rompiendo su tradicional alianza estratégica con los Estados Unidos y embarcando a su país, en contra del criterio de los que le votaron, en la alianza agresiva y procomunista que lideran los cubanos hermanos Castro y el gorila venezolano Hugo Chavez.
La segunda es incognita es todavía más profunda y trascendental: ¿Que debe prevalecer en el derecho de las democracias, el respeto al orden contitucional o el derecho de los pueblos y sociedades a rebelarse contra mandatarios que traicionan a sus pueblos y a los programas que presentaron cuando fueron elegidos?
La tercera pregunta es mas simple, pero quizás la más trascendente: ¿Que está ocurriendo en los Estados Unidos para que el gobierno de ese país, que se presenta ante el mundo como el primer defensor de la democracia, se adhiera al bando totalitario que apadrina el asalto a la democracia hondureña, con regímenes tan antidemocráticos como Cuba y Venezuela a la cabeza?
La democracia no es solo el resultado de unas votaciones sino también una cultura basada en el respeto a las leyes y a principios y valores inamovibles. Si algún dirigente político electo irrespeta esas leyes y principios, pierde la legitimidad y se sale del ámbito democrático.
Para un verdadero demócrata, las respuestas a las tres incognitas planteadas en Honduras son claras y contundentes:
1.- No es lícito lo que ha hecho en Honduras Mel Zelaya porque su "cambio de rumbo" representa una traición a sus votantes y a las leyes y normas que rigen la vida política de su país. La democracia exige que los gobernantes estén obligados a cumplir las leyes y sus programas electorales y que, cuando los traicionan, pierdan la legitimidad y los derechos que el pueblo y la Constitución les otorgó al elegirlos. Es cierto que muchos gobernantes defienden su derecho a gobernar como quieran, sin trabas ni compromisos, una vez que son elegidos, pero esa doctrina es antidemocrática y esconde siempre a dictadores potenciales y a sinvergüenzas camuflados de demócratas.
2,. El derecho del pueblo a rebelarse contra un mal gobernante que ha traicionado su programa y ha perdido la confianza de sus electores debe prevalecer siempre frente al mal llamado "orden constitucional". En el caso de Honduras, el primero que violó ese "orden constitucional" fue el propio Mel Zelaya, al cambiar su orientación política, al traicionar su programa electoral y al pretender sustituir las reglas básicas del orden democrático hondureño.
3.- Algo grave está ocurriendo en Estados Unidos, donde el presidente Obama está rompiendo con los más nobles y hermosos principios democráticos, recogidos claramente en la Constitución de los Estados Unidos y en la tradición de ese país. Al apoyar el actual asalto a Honduras, impulsado por los peores sátrapas totalitarios de América y Europa, Obama da la espalda a los grandiosos principios y doctrinas que fundaron su nación, en especial al pensamiento de próceres como Jefferson, Madison y otros.
Para los demócratas del mundo es comprensible que un marxista camuflado de demócrata como el español Zapatero se alinee con golpistas totalitarios como Hugo Chávez y con regímenes sanguinarios como el que han creado en Cuba los hermanos Fidel y Raul Castro, pero no es comprensible ni admisible que lo haga un país de probada fe democrática como Estados Unidos y un presidente como Obama.
Al analizar los sucesos de Honduras y, sobre todo, el comportamiento antidemocrático de buena parte de la comunidad internacional, surgen dos conclusiones inquietantes: la primera es que el poder político mundial está hoy copado, mayoritariamente, por falsos demócratas y vulgares dirigentes sin principios, obsesionados únicamente por acaparar poder y privilegios; la segunda conclusión es que la democracia, por desgracia, retrocede en la mayoría de los países del planeta.
La primera pregunta es si es lícito y admisible que alguien como Zelaya, que ganó unas elecciones presidenciales en Honduras con un discurso moderado y más bien conservador, se haya convertido en uno de los principales aliados del ultraizquierdista Hugo Chávez, rompiendo su tradicional alianza estratégica con los Estados Unidos y embarcando a su país, en contra del criterio de los que le votaron, en la alianza agresiva y procomunista que lideran los cubanos hermanos Castro y el gorila venezolano Hugo Chavez.
La segunda es incognita es todavía más profunda y trascendental: ¿Que debe prevalecer en el derecho de las democracias, el respeto al orden contitucional o el derecho de los pueblos y sociedades a rebelarse contra mandatarios que traicionan a sus pueblos y a los programas que presentaron cuando fueron elegidos?
La tercera pregunta es mas simple, pero quizás la más trascendente: ¿Que está ocurriendo en los Estados Unidos para que el gobierno de ese país, que se presenta ante el mundo como el primer defensor de la democracia, se adhiera al bando totalitario que apadrina el asalto a la democracia hondureña, con regímenes tan antidemocráticos como Cuba y Venezuela a la cabeza?
La democracia no es solo el resultado de unas votaciones sino también una cultura basada en el respeto a las leyes y a principios y valores inamovibles. Si algún dirigente político electo irrespeta esas leyes y principios, pierde la legitimidad y se sale del ámbito democrático.
Para un verdadero demócrata, las respuestas a las tres incognitas planteadas en Honduras son claras y contundentes:
1.- No es lícito lo que ha hecho en Honduras Mel Zelaya porque su "cambio de rumbo" representa una traición a sus votantes y a las leyes y normas que rigen la vida política de su país. La democracia exige que los gobernantes estén obligados a cumplir las leyes y sus programas electorales y que, cuando los traicionan, pierdan la legitimidad y los derechos que el pueblo y la Constitución les otorgó al elegirlos. Es cierto que muchos gobernantes defienden su derecho a gobernar como quieran, sin trabas ni compromisos, una vez que son elegidos, pero esa doctrina es antidemocrática y esconde siempre a dictadores potenciales y a sinvergüenzas camuflados de demócratas.
2,. El derecho del pueblo a rebelarse contra un mal gobernante que ha traicionado su programa y ha perdido la confianza de sus electores debe prevalecer siempre frente al mal llamado "orden constitucional". En el caso de Honduras, el primero que violó ese "orden constitucional" fue el propio Mel Zelaya, al cambiar su orientación política, al traicionar su programa electoral y al pretender sustituir las reglas básicas del orden democrático hondureño.
3.- Algo grave está ocurriendo en Estados Unidos, donde el presidente Obama está rompiendo con los más nobles y hermosos principios democráticos, recogidos claramente en la Constitución de los Estados Unidos y en la tradición de ese país. Al apoyar el actual asalto a Honduras, impulsado por los peores sátrapas totalitarios de América y Europa, Obama da la espalda a los grandiosos principios y doctrinas que fundaron su nación, en especial al pensamiento de próceres como Jefferson, Madison y otros.
Para los demócratas del mundo es comprensible que un marxista camuflado de demócrata como el español Zapatero se alinee con golpistas totalitarios como Hugo Chávez y con regímenes sanguinarios como el que han creado en Cuba los hermanos Fidel y Raul Castro, pero no es comprensible ni admisible que lo haga un país de probada fe democrática como Estados Unidos y un presidente como Obama.
Al analizar los sucesos de Honduras y, sobre todo, el comportamiento antidemocrático de buena parte de la comunidad internacional, surgen dos conclusiones inquietantes: la primera es que el poder político mundial está hoy copado, mayoritariamente, por falsos demócratas y vulgares dirigentes sin principios, obsesionados únicamente por acaparar poder y privilegios; la segunda conclusión es que la democracia, por desgracia, retrocede en la mayoría de los países del planeta.
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