Nicolás Sarkozy, Ministro del Interior, les ha llamado “gentuza” y ellos se han rebelado porque contemplan sus propias vidas y creen que sus derechos, en la democracia francesa, son basura.
En Francia ha estallado la violencia urbana porque los desfavorecidos se rebelan contra un gobierno que, como ocurrió en mayo de 1968, se ha vuelto demasiado arrogante.
No son los inmigrantes, sino sus hijos, aliados con muchos franceses a los que les une la pobreza y lo que ellos consideran como una “ciudadanía de segunda clase”. Son jóvenes y no quieren que sus vidas discurran en guettos degradados, marginados e inseguros. Desde esos barrios periféricos, donde la vida es dura y el trabajo escaso y mal pagado, los gobiernos y sus funcionarios parecen lejanos y arrogantes y la democracia es sólo una palabra hueca.
Lo que está ocurriendo en Francia quizás sea una de las primeras refriegas de esa gran rebelión mundial contra el poder vaticinada por politólogos y sociólogos, muchos de los cuales creen que la Tercera Guerra Mundial será algo parecido a una rebelión de los marginados contra unos gobiernos cada día más distantes y arrogantes.
De cualquier manera, ante la probabilidad de que el virus de la rebelión, como ocurrió tantas veces en el pasado, se extienda, lo importante es saber por qué se está produciendo el fenómeno.
Parece evidente que detrás de la rebelión desesperada está el rechazo al gobierno y el odio a una clase política que habla de democracia e igualdad sin bajarse de los coches oficiales, sin salir de esa nube en la que vive, inmersa en lujo y rodeada de guardaespaldas. “Ellos no saben como vivimos. No tienen idea de cómo es el mundo. Nos han llamado gentuza y ahora se van a enterar de lo que es capaz esa gentuza”, afirmaba una joven activista ante las cámaras de la televisión.
Es la rebelión de los ciudadanos de segunda, gente que se cree con el derecho a exigir al gobierno “igualdad”, “libertad” y “fraternidad”, los valores básicos de la democracia francesa, desde unos guettos periféricos y marginales en los viven y odian.
Aunque no sea justa la comparación, los marginados perciben hoy a los políticos como Chirac, Villepin o Sarkozy tan distantes y arrogantes como sus súbditos percibían a Luis XIV, Richelieu o la guillotinada Maria Antonieta.
Están hartos de palabras vacías y de promesas incumplidas y ya no soportan la comparación de su mundo degradado con la vida de los poderosos y los ricos. Es una revolución que se ha fraguado en el aburrimiento, contemplando una televisión en la que se refleja un mundo de lujo y consumo que simplemente no existe en esos guettos dominados por la prostitución, la droga, el desempleo y la inseguridad.
El Estado arrogante resulta insoportable y empieza a ser demolido por los que no quieren someterse a una democracia gestionada por privilegiados, que están al servicio de los poderosos y que han olvidado al verdadero dueño del poder: el ciudadano.
La actual explosión de violencia en Francia es similar a la del mayo francés de 1968 o a la famosa Revolución Francesa de finales del siglo XVIII. En ambos casos fue una insurrección de los ciudadanos contra el poder arrogante y distante, en el primer caso contra las clases privilegiadas: la monarquía, la nobleza y el clero, y, en los dos últimos, contra los políticos y los poderosos, que son hoy los nuevos amos.
Pero la situación es ahora más grave porque los rebeldes creen que tienen razón y se sienten amparados por una democracia que habla de igualdad y que, para ellos, es papel mojado. Además, ahora son millones y rodean nuestras prósperas ciudades.
En Francia ha estallado la violencia urbana porque los desfavorecidos se rebelan contra un gobierno que, como ocurrió en mayo de 1968, se ha vuelto demasiado arrogante.
No son los inmigrantes, sino sus hijos, aliados con muchos franceses a los que les une la pobreza y lo que ellos consideran como una “ciudadanía de segunda clase”. Son jóvenes y no quieren que sus vidas discurran en guettos degradados, marginados e inseguros. Desde esos barrios periféricos, donde la vida es dura y el trabajo escaso y mal pagado, los gobiernos y sus funcionarios parecen lejanos y arrogantes y la democracia es sólo una palabra hueca.
Lo que está ocurriendo en Francia quizás sea una de las primeras refriegas de esa gran rebelión mundial contra el poder vaticinada por politólogos y sociólogos, muchos de los cuales creen que la Tercera Guerra Mundial será algo parecido a una rebelión de los marginados contra unos gobiernos cada día más distantes y arrogantes.
De cualquier manera, ante la probabilidad de que el virus de la rebelión, como ocurrió tantas veces en el pasado, se extienda, lo importante es saber por qué se está produciendo el fenómeno.
Parece evidente que detrás de la rebelión desesperada está el rechazo al gobierno y el odio a una clase política que habla de democracia e igualdad sin bajarse de los coches oficiales, sin salir de esa nube en la que vive, inmersa en lujo y rodeada de guardaespaldas. “Ellos no saben como vivimos. No tienen idea de cómo es el mundo. Nos han llamado gentuza y ahora se van a enterar de lo que es capaz esa gentuza”, afirmaba una joven activista ante las cámaras de la televisión.
Es la rebelión de los ciudadanos de segunda, gente que se cree con el derecho a exigir al gobierno “igualdad”, “libertad” y “fraternidad”, los valores básicos de la democracia francesa, desde unos guettos periféricos y marginales en los viven y odian.
Aunque no sea justa la comparación, los marginados perciben hoy a los políticos como Chirac, Villepin o Sarkozy tan distantes y arrogantes como sus súbditos percibían a Luis XIV, Richelieu o la guillotinada Maria Antonieta.
Están hartos de palabras vacías y de promesas incumplidas y ya no soportan la comparación de su mundo degradado con la vida de los poderosos y los ricos. Es una revolución que se ha fraguado en el aburrimiento, contemplando una televisión en la que se refleja un mundo de lujo y consumo que simplemente no existe en esos guettos dominados por la prostitución, la droga, el desempleo y la inseguridad.
El Estado arrogante resulta insoportable y empieza a ser demolido por los que no quieren someterse a una democracia gestionada por privilegiados, que están al servicio de los poderosos y que han olvidado al verdadero dueño del poder: el ciudadano.
La actual explosión de violencia en Francia es similar a la del mayo francés de 1968 o a la famosa Revolución Francesa de finales del siglo XVIII. En ambos casos fue una insurrección de los ciudadanos contra el poder arrogante y distante, en el primer caso contra las clases privilegiadas: la monarquía, la nobleza y el clero, y, en los dos últimos, contra los políticos y los poderosos, que son hoy los nuevos amos.
Pero la situación es ahora más grave porque los rebeldes creen que tienen razón y se sienten amparados por una democracia que habla de igualdad y que, para ellos, es papel mojado. Además, ahora son millones y rodean nuestras prósperas ciudades.
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