Recuerdo como viví aquellos días en Cuba. Poco antes de la muerte de Franco, Fidel me había llamado para conversar un rato sobre España y me dijo que después de Franco España sería comunista. Le dije que yo creía que no porque en España existía un inmenso deseo de democracia y libertad y la meta era parecerse a la Europa de nuestro entorno. Él insistió afirmando que en Portugal, el comunismo se había equivocado apostando por los altos oficiales del Ejercito, como el almirante Rosa Coutiño y el general Otelo Saraiva de Carvallo, pero que en España la apuesta comunista había sido más inteligente y el comunismo se había ganado a los suboficiales en los cuarteles.
El día que murió Franco lo celebramos con champagne en mi casa, al lado de otros amigos cubanos. Yo por entonces, como gran parte de mi generación, era antifranquista y ansiaba la democracia. Llegué a la isla de Cuba en la primavera de 1975, pero ya en noviembre, cuando murió Franco, mi izquierdismo estaba en profunda crisis, tras conocer la vida miserable del pueblo cubano y el lujo obsceno de su clase dirigente comunista, un escándalo difícilmente digerible para cualquier persona decente.
Al día siguiente del fallecimiento, me llamó por teléfono el embajador de España, Enrique Suárez de Puga, un buen hombre y un leal y estupendo diplomático, para decirme: "Paco, tengo una importante noticia para ti. Cuba ha decretado tres días de duelo oficial por la muerte de Franco". Yo tenía delante el periódico "Granma" del día y no decía nada de eso, aunque daba la noticia de la muerte. Le respondí al embajador que no podía creerme esa noticia. Y me dijo: "vente a la embajada y lo comprobarás. Tengo en mis manos el oficio del duelo, firmado por el presidente Oswaldo Dorticós". Cogí el coche y en diez minutos estaba en la embajada, con el documento oficial en mis manos. Regresé a mi casa a toda prisa para dar la noticia, la envié con campanillas de URGENTE y me quedé reflexionando sobre lo que Franco había significado para la Cuba acorralada por los poderosos vecinos yanquis, todo un alivio, sobre todo moral, por su constante y valiente apoyo, que consistió en el envío de turrón, muñecas, juguetes, camiones y otros equipos, que para Cuba eran maná llovido del cielo.
Minutos después, me llaman del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba (MINREX) para decirme que preparara las maletas porque iba a ser expulsado de Cuba por mentir como periodista con aquella patraña sobre los tres días de duelo oficial. Les respondí que la noticia era cierta y que yo había visto el oficio del gobierno, firmado por el presidente. Me dijeron que dejara de mentir y que hiciera las maletas.
Llamé a varios amigos para contarle lo ocurrido. Entre ellos había un hombre bueno y de gran valor humano, Gustavo Robreño, el militar que dirigía la agencia cubana de noticias Prensa Latina. Robreño me dijo que iba a investigar. Después supe que llamó a a Raúl Castro y que el gran jefe del Ejército le confirmó que la noticia era cierta, pero que el periodista español "nos ha hecho una putada divulgándola". Me llamó Robreño y me dijo: "Quédate tranquilo que no te van a expulsar. Tu noticia es cierta, pero nos has jodido dándola".
La jugada del castrismo había quedado desmontada. Quiso quedar bien con España y comportarse correctamente con un amigo, pero ocultando al mundo esa información. Personalmente, me siento orgulloso de haberla publicado y de haber logrado, una vez más, que la verdad florezca entre las sombras sucias de las mentiras oficiales.
El embajador español, como buen profesional, cada vez que veía una bandera cubana que no estaba a madia asta por el luto decretado, protestaba y creaba un conflicto. Los responsables del edificio o la instalación consultaban a sus superiores y éstos les ordenaban que pusiera la bandera a media asta y que la izara de nuevo cuando el embajador se marchara. Aquello parecía un película de Cantinflas, con las banderas subiendo y bajando por toda la ciudad.
Mas adelante, en una recepción oficial, me llamó Fidel para conversar y mencionó el acontecimiento del duelo oficial. Fue muy parco en palabras y me dijo: "Gallego, nos jodiste con la noticia del duelo oficial". Yo le respondí que "era mi deber darla" y él guardó silencio. Sospecho que en el fondo, agradeció la publicación porque Cuba le debía a Franco aquel homenaje y el propio Fidel admiraba al general español.
Publico hoy este relato porque acabo de ver un artículo sobre aquel acontecimiento, publicado en una de las redes sociales más populares. Lo cuenta de manera parcial e incompleta y he querido publicar la versión cierta y de primera mano de aquellos días en la Habana, cuando distribuí la que quizás fue la más importante noticia que di desde los teletipos de la Agencia EFE, de la que llegué a ser director comercial y de informativos especiales. La noticia se publicó en todo el mundo y mi casa-oficina de la Habana fue invadida por un aluvión de llamadas de emisoras de radio y de periódicos extranjeros, que querían saber más. A todos les dije que Cuba no tenía más remedio que agradecer a Franco lo mucho que el líder español había hecho por la acosada isla comunista, a la que nunca dejó de ayudar, a pesar de que recibió potentísimas presiones de Washington para que rompiera con el régimen castrista.
Creo que los oscuros comunistas que hoy se sientan en el gobierno de España, desde la Yoly al ministro Garzón sin sesera, deberían leer esta crónica para saber un poco más sobre lo que fue aquel general que tanto odian.
Francisco Rubiales
El día que murió Franco lo celebramos con champagne en mi casa, al lado de otros amigos cubanos. Yo por entonces, como gran parte de mi generación, era antifranquista y ansiaba la democracia. Llegué a la isla de Cuba en la primavera de 1975, pero ya en noviembre, cuando murió Franco, mi izquierdismo estaba en profunda crisis, tras conocer la vida miserable del pueblo cubano y el lujo obsceno de su clase dirigente comunista, un escándalo difícilmente digerible para cualquier persona decente.
Al día siguiente del fallecimiento, me llamó por teléfono el embajador de España, Enrique Suárez de Puga, un buen hombre y un leal y estupendo diplomático, para decirme: "Paco, tengo una importante noticia para ti. Cuba ha decretado tres días de duelo oficial por la muerte de Franco". Yo tenía delante el periódico "Granma" del día y no decía nada de eso, aunque daba la noticia de la muerte. Le respondí al embajador que no podía creerme esa noticia. Y me dijo: "vente a la embajada y lo comprobarás. Tengo en mis manos el oficio del duelo, firmado por el presidente Oswaldo Dorticós". Cogí el coche y en diez minutos estaba en la embajada, con el documento oficial en mis manos. Regresé a mi casa a toda prisa para dar la noticia, la envié con campanillas de URGENTE y me quedé reflexionando sobre lo que Franco había significado para la Cuba acorralada por los poderosos vecinos yanquis, todo un alivio, sobre todo moral, por su constante y valiente apoyo, que consistió en el envío de turrón, muñecas, juguetes, camiones y otros equipos, que para Cuba eran maná llovido del cielo.
Minutos después, me llaman del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba (MINREX) para decirme que preparara las maletas porque iba a ser expulsado de Cuba por mentir como periodista con aquella patraña sobre los tres días de duelo oficial. Les respondí que la noticia era cierta y que yo había visto el oficio del gobierno, firmado por el presidente. Me dijeron que dejara de mentir y que hiciera las maletas.
Llamé a varios amigos para contarle lo ocurrido. Entre ellos había un hombre bueno y de gran valor humano, Gustavo Robreño, el militar que dirigía la agencia cubana de noticias Prensa Latina. Robreño me dijo que iba a investigar. Después supe que llamó a a Raúl Castro y que el gran jefe del Ejército le confirmó que la noticia era cierta, pero que el periodista español "nos ha hecho una putada divulgándola". Me llamó Robreño y me dijo: "Quédate tranquilo que no te van a expulsar. Tu noticia es cierta, pero nos has jodido dándola".
La jugada del castrismo había quedado desmontada. Quiso quedar bien con España y comportarse correctamente con un amigo, pero ocultando al mundo esa información. Personalmente, me siento orgulloso de haberla publicado y de haber logrado, una vez más, que la verdad florezca entre las sombras sucias de las mentiras oficiales.
El embajador español, como buen profesional, cada vez que veía una bandera cubana que no estaba a madia asta por el luto decretado, protestaba y creaba un conflicto. Los responsables del edificio o la instalación consultaban a sus superiores y éstos les ordenaban que pusiera la bandera a media asta y que la izara de nuevo cuando el embajador se marchara. Aquello parecía un película de Cantinflas, con las banderas subiendo y bajando por toda la ciudad.
Mas adelante, en una recepción oficial, me llamó Fidel para conversar y mencionó el acontecimiento del duelo oficial. Fue muy parco en palabras y me dijo: "Gallego, nos jodiste con la noticia del duelo oficial". Yo le respondí que "era mi deber darla" y él guardó silencio. Sospecho que en el fondo, agradeció la publicación porque Cuba le debía a Franco aquel homenaje y el propio Fidel admiraba al general español.
Publico hoy este relato porque acabo de ver un artículo sobre aquel acontecimiento, publicado en una de las redes sociales más populares. Lo cuenta de manera parcial e incompleta y he querido publicar la versión cierta y de primera mano de aquellos días en la Habana, cuando distribuí la que quizás fue la más importante noticia que di desde los teletipos de la Agencia EFE, de la que llegué a ser director comercial y de informativos especiales. La noticia se publicó en todo el mundo y mi casa-oficina de la Habana fue invadida por un aluvión de llamadas de emisoras de radio y de periódicos extranjeros, que querían saber más. A todos les dije que Cuba no tenía más remedio que agradecer a Franco lo mucho que el líder español había hecho por la acosada isla comunista, a la que nunca dejó de ayudar, a pesar de que recibió potentísimas presiones de Washington para que rompiera con el régimen castrista.
Creo que los oscuros comunistas que hoy se sientan en el gobierno de España, desde la Yoly al ministro Garzón sin sesera, deberían leer esta crónica para saber un poco más sobre lo que fue aquel general que tanto odian.
Francisco Rubiales
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