La Iglesia Católica jerárquica, acomodada e instalada en el poder terrenal, ha olvidado el rasgo principal de Jesús de Nazarét, después de su condición de hijo de Dios: que fue un Indignado que adoptó una actitud de rebeldía frente al sistema y se comportó como un insumiso frente al orden establecido. El conflicto, nacido de la indignación, define su modo de ser, caracteriza su forma de vivir y constituye el criterio ético de su práctica liberadora. La insumisión y la resistencia fueron las opciones fundamentales durante los años de su actividad pública, tanto en el terreno religioso como en el político, ambos inseparables en una teocracia y la clave hermenéutica que explica su trágico final.
Hasta que el emperador Constantino corrompió a la Iglesia repartiéndose con ella el poder del Imperio Romano, los cristianos (nazarenos) eran gente indignada que protestaba ante las injusticias y luchaba contra la esclavitud, la indefensión de los débiles y por construir un mundo mejor, una batalla que muchas veces diezmaba sus filas y les causaba persecución y martirio.
Desde entonces, la Iglesia es parte del poder mundial y la vertiente indignada de Jesús ha sido injusta y vergonzosamente olvidada y escondida, acogiéndose al dudoso y confuso principio de que "A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César", como si la justicia y la dignidad humana no fueran cosas de Dios y solo pertenecieran al Estado.
La imagen de unos primeros cristianos "místicos", dedicados a rezar en las catacumbas y condenados a muerte solo por adorar a un dios distinto a los dioses paganos del Imperio es completamente falsa porque los romanos fueron un imperio tolerante con todas las religiones. A los cristianos los echaban a los leones porque eran resistentes y porque luchaban por construir un mundo mejor, contra las injusticias, corrupciones y abusos del poder en Roma.
El verdadero cristianismo es un mensaje revulsivo, revolucionario y comprometido con la lucha por construir un mundo mejor, pero a la Iglesia, receptora de ayudas oficiales e interesada en mantener pactos y concordatos que le permiten participar del poder y de sus privilegios, no le conviene esa versión combativa de la fe, lo que ha provocado que olvido y oculte los aspectos mas militantes y transformadores del mensaje de Jesucristo.
La versión de un Jesucristo indignado y enfrentado a las injusticias y abusos del poder político, religioso y económico de su época es claramente defendida por el teólogo Juan José Tamayo, autor de "Otra teología es posible" (Herder, 2012).
Una buena vía para entender al Jesús indignado es leer el artículo titulado "Jesús, indignado. Por eso lo mataron", que enlazamos y del que reproducimos los siguientes párrafos:
"Jesucristo se indigna con la religión oficial y sus intérpretes, que anteponen el cumplimiento de la ley al derecho a la vida e incitan a la venganza en vez de llamar al perdón. Cuando está en juego la vida y la libertad de las personas, infringe a conciencia las leyes judías del ayuno, del sábado, de la pureza, etc. y justifica que sus discípulos las incumplan. Come con pecadores y publicanos y osa afirmar que las prostitutas preceden a los escribas y fariseos en el reino de Dios. El centro de la religión está en la práctica de las bienaventuranzas, carta magna de la nueva religión.
Las autoridades religiosas vivían una escisión entre la realidad y la apariencia. Su actitud no podía ser más hipócrita: decían y no hacían, absolutizaban la Torá e imponían al pueblo cargas legales que ellos mismos no cumplían. Jesús les echa en cara la falsedad de su magisterio y su falta de coherencia. No les reconoce autoridad, ni sigue sus enseñanzas.
El conflicto, nacido de la indignación, define su modo de ser, caracteriza su forma de vivir
La acumulación de bienes es quizá la causa más importante de la indignación de Jesús, convencido como estaba de la incompatibilidad entre servir a Dios y al dinero y de que toda riqueza es injusta y se convierte en un medio de dominación y de opresión que genera pobreza en derredor. Cuestiona las raíces materiales y religiosas –generalmente unidas- de la exclusión y lucha por erradicarlas. Se pone del lado de los grupos marginados social y religiosamente: publicanos, pecadores, prostitutas, enfermos, posesos, paganos, samaritanos y gente de mal vivir.
La indignación de Jesús sube de tono cuando se enfrenta con los poderosos, a quienes acusa de opresores, y con la tiranía que imponía Roma a su pueblo. Precisamente la condena a muerte de Jesús, y muerte de cruz, dictada y ejecutada por la autoridad romana, fue la consecuencia lógica de la indignación contra con el poder político, a quien niega legitimidad, y contra el Imperio, a quien considera invasor. No se trató, por tanto, de un error, como creía Bultmann. ¡Se lo tenía merecido!
Jesús denuncia las múltiples marginaciones a las que eran sometidas las mujeres por mor de la religión y de la política, se opone a las leyes que las discriminaban (lapidación adulterio, libelo de repudio) y las incorpora a su movimiento en igualdad de condiciones que a los varones y con el mismo protagonismo. Es en el movimiento de Jesús donde ellas recuperan la dignidad que les negaba la religión oficial y la ciudadanía que les negaba el Imperio.
Indignado con el Dios autoritario. Es sin duda la indignación más dolorosa, la que más desgarro interior le provoca y la que pone a prueba su fe y su esperanza. El conflicto con Dios se muestra en toda su radicalidad en los momentos finales de su vida, cuando el agua le llega al cuello. Jesús pide cuentas a Dios por no estar de su lado en el proceso, la condena y la ejecución, como antes su correligionario Job, le expresa su más profunda decepción y lanza un grito de protesta: ”¿Por qué me has abandonado?”.
La indignación de Jesús de Nazaret con los poderes económicos, religiosos, políticos y patriarcales constituye un desafío para los cristianos y cristianas de hoy y una llamada a incorporarse al movimiento de los Indignados. Y no para sacralizarlo, ¡en absoluto!, sino para sumar fuerzas y aportar nuevas razones a la lucha por “Otro mundo posible”."
Hasta que el emperador Constantino corrompió a la Iglesia repartiéndose con ella el poder del Imperio Romano, los cristianos (nazarenos) eran gente indignada que protestaba ante las injusticias y luchaba contra la esclavitud, la indefensión de los débiles y por construir un mundo mejor, una batalla que muchas veces diezmaba sus filas y les causaba persecución y martirio.
Desde entonces, la Iglesia es parte del poder mundial y la vertiente indignada de Jesús ha sido injusta y vergonzosamente olvidada y escondida, acogiéndose al dudoso y confuso principio de que "A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César", como si la justicia y la dignidad humana no fueran cosas de Dios y solo pertenecieran al Estado.
La imagen de unos primeros cristianos "místicos", dedicados a rezar en las catacumbas y condenados a muerte solo por adorar a un dios distinto a los dioses paganos del Imperio es completamente falsa porque los romanos fueron un imperio tolerante con todas las religiones. A los cristianos los echaban a los leones porque eran resistentes y porque luchaban por construir un mundo mejor, contra las injusticias, corrupciones y abusos del poder en Roma.
El verdadero cristianismo es un mensaje revulsivo, revolucionario y comprometido con la lucha por construir un mundo mejor, pero a la Iglesia, receptora de ayudas oficiales e interesada en mantener pactos y concordatos que le permiten participar del poder y de sus privilegios, no le conviene esa versión combativa de la fe, lo que ha provocado que olvido y oculte los aspectos mas militantes y transformadores del mensaje de Jesucristo.
La versión de un Jesucristo indignado y enfrentado a las injusticias y abusos del poder político, religioso y económico de su época es claramente defendida por el teólogo Juan José Tamayo, autor de "Otra teología es posible" (Herder, 2012).
Una buena vía para entender al Jesús indignado es leer el artículo titulado "Jesús, indignado. Por eso lo mataron", que enlazamos y del que reproducimos los siguientes párrafos:
"Jesucristo se indigna con la religión oficial y sus intérpretes, que anteponen el cumplimiento de la ley al derecho a la vida e incitan a la venganza en vez de llamar al perdón. Cuando está en juego la vida y la libertad de las personas, infringe a conciencia las leyes judías del ayuno, del sábado, de la pureza, etc. y justifica que sus discípulos las incumplan. Come con pecadores y publicanos y osa afirmar que las prostitutas preceden a los escribas y fariseos en el reino de Dios. El centro de la religión está en la práctica de las bienaventuranzas, carta magna de la nueva religión.
Las autoridades religiosas vivían una escisión entre la realidad y la apariencia. Su actitud no podía ser más hipócrita: decían y no hacían, absolutizaban la Torá e imponían al pueblo cargas legales que ellos mismos no cumplían. Jesús les echa en cara la falsedad de su magisterio y su falta de coherencia. No les reconoce autoridad, ni sigue sus enseñanzas.
El conflicto, nacido de la indignación, define su modo de ser, caracteriza su forma de vivir
La acumulación de bienes es quizá la causa más importante de la indignación de Jesús, convencido como estaba de la incompatibilidad entre servir a Dios y al dinero y de que toda riqueza es injusta y se convierte en un medio de dominación y de opresión que genera pobreza en derredor. Cuestiona las raíces materiales y religiosas –generalmente unidas- de la exclusión y lucha por erradicarlas. Se pone del lado de los grupos marginados social y religiosamente: publicanos, pecadores, prostitutas, enfermos, posesos, paganos, samaritanos y gente de mal vivir.
La indignación de Jesús sube de tono cuando se enfrenta con los poderosos, a quienes acusa de opresores, y con la tiranía que imponía Roma a su pueblo. Precisamente la condena a muerte de Jesús, y muerte de cruz, dictada y ejecutada por la autoridad romana, fue la consecuencia lógica de la indignación contra con el poder político, a quien niega legitimidad, y contra el Imperio, a quien considera invasor. No se trató, por tanto, de un error, como creía Bultmann. ¡Se lo tenía merecido!
Jesús denuncia las múltiples marginaciones a las que eran sometidas las mujeres por mor de la religión y de la política, se opone a las leyes que las discriminaban (lapidación adulterio, libelo de repudio) y las incorpora a su movimiento en igualdad de condiciones que a los varones y con el mismo protagonismo. Es en el movimiento de Jesús donde ellas recuperan la dignidad que les negaba la religión oficial y la ciudadanía que les negaba el Imperio.
Indignado con el Dios autoritario. Es sin duda la indignación más dolorosa, la que más desgarro interior le provoca y la que pone a prueba su fe y su esperanza. El conflicto con Dios se muestra en toda su radicalidad en los momentos finales de su vida, cuando el agua le llega al cuello. Jesús pide cuentas a Dios por no estar de su lado en el proceso, la condena y la ejecución, como antes su correligionario Job, le expresa su más profunda decepción y lanza un grito de protesta: ”¿Por qué me has abandonado?”.
La indignación de Jesús de Nazaret con los poderes económicos, religiosos, políticos y patriarcales constituye un desafío para los cristianos y cristianas de hoy y una llamada a incorporarse al movimiento de los Indignados. Y no para sacralizarlo, ¡en absoluto!, sino para sumar fuerzas y aportar nuevas razones a la lucha por “Otro mundo posible”."
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