El gobierno de Zapatero ha anunciado que subirá los impuestos, a pesar de que las grandes economías del mundo han evitado adoptar esa medida, cuyos efectos suelen ser siempre disminuir el consumo, incrementar el desempleo y destruir más tejido productivo. Pagar más impuestos siempre es impopular, pero en España lo es todavía más porque el gobierno que cobrará esos nuevos impuestos carece de confianza y respeto ciudadano. Las encuestas revelan que casi ocho de cada diez españoles no confian ya en Zapatero como líder.
Pagar más impuestos en una crisis para socorrer a los más débiles puede ser una medida de solidaridad aceptable y hasta recomendable. El problema es pagárselos a un gobierno escasamente ético, en el que muchos ciudadanos no confían, despilfarrador, caprichoso, experto en gobernar mal e incapaz de dar ejemplo reduciendo sus desmedidos gastos o disminuyendo sus escandalosos privilegios y sus despreciables niveles de ostentación. En democracia, el poder tiene que ser ejemplar y si no lo es no tiene derecho a esperar comportamientos ejemplares de sus ciudadanos. Cuando quien cobra no es de fiar, pagar impuestos deja de ser un acto solidario y cívico para transformarse en una recaudación forzada, un acto de violencia encubierta que esquilma y humilla a la ciudadanía democrática.
Hay millones de ciudadanos españoles que están pagando más dinero a Cáritas o a ONGs de probada honradez para remediar la actual crisis económica, pero que rechazan con todas sus fuerzas la idea de pagar más dinero a un gobierno que, como el de Zapatero, ha mostrado ante la crisis un comportamiento nada edificante y del que se teme que además de utilizar ese dinero en socorrer a los débiles, lo emplee también, como ha hecho en el pasado, en incrementar sus derroches, compensar a los nacionalistas por sus votos de apoyo a Zapatero, enriquecer todavía más a los catalanes, ayudar a los colectivos gays de África, comprar coches de lujo para los dirigentes políticos, subir todavía más los sueldos de los políticos o en programas de ayuda a dictaduras tan opresoras y sanguinarias como la cubana.
Los demócratas españoles, en el pasado, pagábamos nuestros impuestos con orgullo y espíritu solidario, creyendo que servían para financiar carreteras, pagar la seguridad social o compensar a los más débiles, pero esos tiempos pasaron porque los gobernantes nos han demostrado hasta la saciedad que los dineros de todos son empleados, muchas veces, en caprichos, arrogancias, privilegios e injusticias, cuando no para financiar apoyos políticos que no tienen otro valor que el de mantener en el poder al partido gobernante.
Pagar impuestos a esta democracia española, secuestrada y degradada, es difícil y casi heroico, sobre todo cuando hemos comprobado que el poder es incapaz de dar ejemplo a sus ciudadanos, cuando somos conscientes de que sólo cerrando algunas de esas televisiones públicas que en nada contribuyen a incrementar los valores en España y sólo se mantienen abiertas para servir a los políticos gobernantes, los recursos colectivos se incrementarían notablemente.
La subida de impuestos que reclama Zapatero tenía que haber llegado después de una catarata de medidas de austeridad pública que incluyera despido de asesores y enchufados, bajada voluntaria de sueldos públicos, reducción de las tarjetas de crédito y de los coches oficiales del poder, una reforma de las leyes para castigar de manera ejemplar la corrupción pública y un supresión drástica de las ostentaciones, caprichos y despilfarros públicos.
Sólo entonces, la subida de impuestos que proyecta el PSOE podría ser justa y democrática.
Enlas actuales condicones, sin confianza en los gestores del Estado, pagar más impuestos en España podría ser injusto y hasta una humillación para todo demócrata, que los abonará únicamente porque teme las represalias del poder y las sanciones previstas por la ley.
Pagar más impuestos en una crisis para socorrer a los más débiles puede ser una medida de solidaridad aceptable y hasta recomendable. El problema es pagárselos a un gobierno escasamente ético, en el que muchos ciudadanos no confían, despilfarrador, caprichoso, experto en gobernar mal e incapaz de dar ejemplo reduciendo sus desmedidos gastos o disminuyendo sus escandalosos privilegios y sus despreciables niveles de ostentación. En democracia, el poder tiene que ser ejemplar y si no lo es no tiene derecho a esperar comportamientos ejemplares de sus ciudadanos. Cuando quien cobra no es de fiar, pagar impuestos deja de ser un acto solidario y cívico para transformarse en una recaudación forzada, un acto de violencia encubierta que esquilma y humilla a la ciudadanía democrática.
Hay millones de ciudadanos españoles que están pagando más dinero a Cáritas o a ONGs de probada honradez para remediar la actual crisis económica, pero que rechazan con todas sus fuerzas la idea de pagar más dinero a un gobierno que, como el de Zapatero, ha mostrado ante la crisis un comportamiento nada edificante y del que se teme que además de utilizar ese dinero en socorrer a los débiles, lo emplee también, como ha hecho en el pasado, en incrementar sus derroches, compensar a los nacionalistas por sus votos de apoyo a Zapatero, enriquecer todavía más a los catalanes, ayudar a los colectivos gays de África, comprar coches de lujo para los dirigentes políticos, subir todavía más los sueldos de los políticos o en programas de ayuda a dictaduras tan opresoras y sanguinarias como la cubana.
Los demócratas españoles, en el pasado, pagábamos nuestros impuestos con orgullo y espíritu solidario, creyendo que servían para financiar carreteras, pagar la seguridad social o compensar a los más débiles, pero esos tiempos pasaron porque los gobernantes nos han demostrado hasta la saciedad que los dineros de todos son empleados, muchas veces, en caprichos, arrogancias, privilegios e injusticias, cuando no para financiar apoyos políticos que no tienen otro valor que el de mantener en el poder al partido gobernante.
Pagar impuestos a esta democracia española, secuestrada y degradada, es difícil y casi heroico, sobre todo cuando hemos comprobado que el poder es incapaz de dar ejemplo a sus ciudadanos, cuando somos conscientes de que sólo cerrando algunas de esas televisiones públicas que en nada contribuyen a incrementar los valores en España y sólo se mantienen abiertas para servir a los políticos gobernantes, los recursos colectivos se incrementarían notablemente.
La subida de impuestos que reclama Zapatero tenía que haber llegado después de una catarata de medidas de austeridad pública que incluyera despido de asesores y enchufados, bajada voluntaria de sueldos públicos, reducción de las tarjetas de crédito y de los coches oficiales del poder, una reforma de las leyes para castigar de manera ejemplar la corrupción pública y un supresión drástica de las ostentaciones, caprichos y despilfarros públicos.
Sólo entonces, la subida de impuestos que proyecta el PSOE podría ser justa y democrática.
Enlas actuales condicones, sin confianza en los gestores del Estado, pagar más impuestos en España podría ser injusto y hasta una humillación para todo demócrata, que los abonará únicamente porque teme las represalias del poder y las sanciones previstas por la ley.
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