Fiscal Antonio Di Pietro
Ahora, cuando los políticos están tan desprestigiados y rechazados por el pueblo que hasta carecen de poder, es el momento óptimo para que los jueces y fiscales, asqueados de tanta corrupción y abuso de poder, se rebelen, recuperen el concepto de limpieza y el sentido de Estado y llenen las cárceles españolas de políticos corruptos y antidemocráticos.
Esa rebelión de jueces y fiscales en aras de la dignidad y la Justicia es la única salida para España, un país bloqueado por un bucle diabólico, donde los políticos están tan podridos que no pueden abandonar la suciedad y el pueblo está tan sometido y debilitado que no puede imponer limpieza, dignidad y democracia.
En la Italia de los años noventa del siglo pasado está toda la inspiración que los jueces decentes de España necesitan. Allí se destapó un sistema de corrupción partidista "institucionalizado", en el que los partidos recibían un porcentaje de las obras públicas adjudicadas a las empresas. El sistema estaba tan imbricado en la política que los empresarios podían consultar las tablas de comisiones para saber el volumen de extorsión a la que debía someterse una vez adjudicada una concesión, una obra o un contrato público.
Todos estaban implicados: democristianos, comunistas, socialistas, neofascistas... La corrupción era tan sistemática que si la empresa no pagaba, era eliminada de las licitaciones y subvenciones públicas.
Los jueces y fiscales italianos tuvieron la decencia que los españoles no han tenido y, bajo el movimiento denominado "Mani Pulite" (Manos Limpias), fueron destapando los casos e imputando a los principales dirigentes políticos, provocando un auténtico exterminio de partidos y políticos corruptos. Bettino Craxi, Secretario General del PSI (Partido Socialista Italiano) murió exiliado en Túnez para evitar la justicia, mientras la Democracia Cristiana, el principal partido italiano desde la postguerra, desapareció, victima de la meritoria y grandiosa limpieza que capitaneó el fiscal Antonio Di Pietro.
La corrupción española no está tan sistematizada como lo estuvo la italiana, pero no es menos intensa y está tan imbricada o más en el corazón de los partidos y en el alma de los políticos, sin que ninguno pueda exhibir su inocencia porque el que no ha practicado la corrupción es un cómplice por haber guardado silencio ante la porquería que se movía en su entorno.
Los resultados de la corrupción en España son también terribles, sobre todo porque el pueblo ha perdido la confianza en sus dirigentes y en el sistema y porque el escándalo se ha convertido en continuo, con dirigentes implicados que desfilan ante las cámaras de la televisión y decenas de miles de políticos e intermediarios que son incapaces de justificar sus abultados patrimonios.
No hay sistema corrupto que mil años dure. Tarde o temprano la sociedad despierta. Los jueces y fiscales españoles tienen ahora la oportunidad y el deber de acelerar ese proceso y apuntarse el tanto de regenerar España, ante la incapacidad que tienen los políticos de adecentar su miserable existencia y su comportamiento rastrero.
Con una Justicia que afronte la regeneración entraría en escena el miedo, con toda su fuerza limpiadora y terapéutica. Cambiaría toda la política española y no tendrían cabida muchas especies y estirpes de políticos y dirigentes de baja estofa: independentistas que practican la traición a la patria, políticos corruptos, estafadores que incumplen sus promesas electorales, políticos que mienten a los ciudadanos, ladrones que no devuelven el botín robado y los numerosos dirigentes que anteponen sus ingreses mezquinos al bien común.
Francisco Rubiales
Esa rebelión de jueces y fiscales en aras de la dignidad y la Justicia es la única salida para España, un país bloqueado por un bucle diabólico, donde los políticos están tan podridos que no pueden abandonar la suciedad y el pueblo está tan sometido y debilitado que no puede imponer limpieza, dignidad y democracia.
En la Italia de los años noventa del siglo pasado está toda la inspiración que los jueces decentes de España necesitan. Allí se destapó un sistema de corrupción partidista "institucionalizado", en el que los partidos recibían un porcentaje de las obras públicas adjudicadas a las empresas. El sistema estaba tan imbricado en la política que los empresarios podían consultar las tablas de comisiones para saber el volumen de extorsión a la que debía someterse una vez adjudicada una concesión, una obra o un contrato público.
Todos estaban implicados: democristianos, comunistas, socialistas, neofascistas... La corrupción era tan sistemática que si la empresa no pagaba, era eliminada de las licitaciones y subvenciones públicas.
Los jueces y fiscales italianos tuvieron la decencia que los españoles no han tenido y, bajo el movimiento denominado "Mani Pulite" (Manos Limpias), fueron destapando los casos e imputando a los principales dirigentes políticos, provocando un auténtico exterminio de partidos y políticos corruptos. Bettino Craxi, Secretario General del PSI (Partido Socialista Italiano) murió exiliado en Túnez para evitar la justicia, mientras la Democracia Cristiana, el principal partido italiano desde la postguerra, desapareció, victima de la meritoria y grandiosa limpieza que capitaneó el fiscal Antonio Di Pietro.
La corrupción española no está tan sistematizada como lo estuvo la italiana, pero no es menos intensa y está tan imbricada o más en el corazón de los partidos y en el alma de los políticos, sin que ninguno pueda exhibir su inocencia porque el que no ha practicado la corrupción es un cómplice por haber guardado silencio ante la porquería que se movía en su entorno.
Los resultados de la corrupción en España son también terribles, sobre todo porque el pueblo ha perdido la confianza en sus dirigentes y en el sistema y porque el escándalo se ha convertido en continuo, con dirigentes implicados que desfilan ante las cámaras de la televisión y decenas de miles de políticos e intermediarios que son incapaces de justificar sus abultados patrimonios.
No hay sistema corrupto que mil años dure. Tarde o temprano la sociedad despierta. Los jueces y fiscales españoles tienen ahora la oportunidad y el deber de acelerar ese proceso y apuntarse el tanto de regenerar España, ante la incapacidad que tienen los políticos de adecentar su miserable existencia y su comportamiento rastrero.
Con una Justicia que afronte la regeneración entraría en escena el miedo, con toda su fuerza limpiadora y terapéutica. Cambiaría toda la política española y no tendrían cabida muchas especies y estirpes de políticos y dirigentes de baja estofa: independentistas que practican la traición a la patria, políticos corruptos, estafadores que incumplen sus promesas electorales, políticos que mienten a los ciudadanos, ladrones que no devuelven el botín robado y los numerosos dirigentes que anteponen sus ingreses mezquinos al bien común.
Francisco Rubiales
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