Bajo el mandato de Zapatero, el PSOE ha dejado de ser un partido político de izquierdas para convertirse en una implacable fábrica de poder, capaz de todo con tal de mantener el control del Estado. Dotado de una osadía sin límites y de una ambición descontrolada, el PSOE de Zapatero cada día da miedo a los demócratas y a la gente decente de España.
Los partidos políticos, en democracia, tienen la misión de situarse a mitad de camino, entre el ciudadano y el Estado, para elevar hasta el poder las aspiraciones y deseos del pueblo. Pero en España, tanto el PSOE como el PP y los partidos nacionalista no cumplen en modo alguno esa misión porque han abandonado la equidistancia, se han incorporado al Estado y han dejado de servir al ciudadano para ocuparse en exclusiva de los intereses de sus élites.
La obsesión por el poder ha suplantado a la ideología y la estrategia ha sustituido a los principios. Con esa filosofía, el partido político deja de ser una pieza del sistema democrático y se transforma en enemigo de la verdadera democracia, en adversario del ciudadano y en el mayor obstáculo para que el sistema funcione.
Muchos pensadores políticos creen que los principales partidos políticos españoles no creen en la democracia, sino en el gobierno y en la gestión del Estado. No son partidos de los ciudadanos, sino del poder. Si a ese planteamiento se agrega el hundimiento de los principios y la sumisión de las ideas y valores al objetivo prioritario, que es el poder, entonces tendremos partidos peligrosos, capaces de utilizar los recursos e instrumentos del Estado en beneficio propio, saltándose las barreras, violando las reglas del sistema y concentrando toda su fuerza en el control del poder.
Vejaciones como las que han sufrido las miembros del PP detenidos por presunta corrupción en Palma de Mallorca, o escuchas telefónicas ilegales, como las denunciadas por el PP en el mes de agosto, sólo son posibles y creíbles cuando han saltado los controles y el partido se ha convertido en depredador.
Aunque la derecha española, por desgracia para la democracia, no merece respeto por su fe desmedida en la partitocracia, su estrecha convivencia con la corrupción y negativa a regenerar la política y la vida pública, los expertos no se sorprenden ante el actual estado de deteriodo democrático extremo que sufre España, especialmente el PSOE de Zapatero, que en los últimos años ha recorrido un camino cada vez más osado y oscuro que conducía hacia el actual estado tenebroso. En ese camino se produjeron hechos y actitudes que anticipaban la catástrofe, como los pactos con partidos nacionalistas de ideología incompatible; la negociación con ETA y el vergonzoso patrocinio socialista de su presentación estelar en el Parlamento Europeo; la tolerancia con asesinos durante la etapa negociadora; la aprobación del Estatuto de Cataluña, inasumible monumento a la desigualdad y la insolidaridad, triste y vergonzoso para un partido democrático, el cinturón sanitario que siempre quiso construir para impedir la alternancia y el acceso al poder del PP; la aplicación arbitraria de la ley, “según convenga a la jugada”, como reconoció el nefasto ministro de Justicia Bermejo; la utilización de la mentira y la manipulación como política de gobierno y otros muchos abusos y desmanes, entre los que destacan la fácil convivencia con la corrupción y la utilización de la Justicia, la Fiscalía y la cúpula de las fuerzas de seguridad en beneficio propio, no del bien común.
España seguirá siendo un bodrio ineficiente y falto de ética y no tendrá futuro hasta que sus ciudadanos no se rebelen contra el mal gobierno, abracen la regeneración e impongan a la arrogante e ineficiente clase política una profunda reforma, cuyo eje debe ser el establecimiento de férreos controles ciudadanos a los poderosos, sobre todo a los partidos politicos, controles que incluyen la separación e independencia de los poderes básicos del estado, la limpieza y transparencia en la financiación de partidos y sindicatos, la reforma de leyes tan antidemocráticas como las que establecen las listas cerradas y bloqueadas, entre otras muchas, y la garantía de la independencia y libertad de los medios de comunicación y de los periodistas.
Los partidos políticos, en democracia, tienen la misión de situarse a mitad de camino, entre el ciudadano y el Estado, para elevar hasta el poder las aspiraciones y deseos del pueblo. Pero en España, tanto el PSOE como el PP y los partidos nacionalista no cumplen en modo alguno esa misión porque han abandonado la equidistancia, se han incorporado al Estado y han dejado de servir al ciudadano para ocuparse en exclusiva de los intereses de sus élites.
La obsesión por el poder ha suplantado a la ideología y la estrategia ha sustituido a los principios. Con esa filosofía, el partido político deja de ser una pieza del sistema democrático y se transforma en enemigo de la verdadera democracia, en adversario del ciudadano y en el mayor obstáculo para que el sistema funcione.
Muchos pensadores políticos creen que los principales partidos políticos españoles no creen en la democracia, sino en el gobierno y en la gestión del Estado. No son partidos de los ciudadanos, sino del poder. Si a ese planteamiento se agrega el hundimiento de los principios y la sumisión de las ideas y valores al objetivo prioritario, que es el poder, entonces tendremos partidos peligrosos, capaces de utilizar los recursos e instrumentos del Estado en beneficio propio, saltándose las barreras, violando las reglas del sistema y concentrando toda su fuerza en el control del poder.
Vejaciones como las que han sufrido las miembros del PP detenidos por presunta corrupción en Palma de Mallorca, o escuchas telefónicas ilegales, como las denunciadas por el PP en el mes de agosto, sólo son posibles y creíbles cuando han saltado los controles y el partido se ha convertido en depredador.
Aunque la derecha española, por desgracia para la democracia, no merece respeto por su fe desmedida en la partitocracia, su estrecha convivencia con la corrupción y negativa a regenerar la política y la vida pública, los expertos no se sorprenden ante el actual estado de deteriodo democrático extremo que sufre España, especialmente el PSOE de Zapatero, que en los últimos años ha recorrido un camino cada vez más osado y oscuro que conducía hacia el actual estado tenebroso. En ese camino se produjeron hechos y actitudes que anticipaban la catástrofe, como los pactos con partidos nacionalistas de ideología incompatible; la negociación con ETA y el vergonzoso patrocinio socialista de su presentación estelar en el Parlamento Europeo; la tolerancia con asesinos durante la etapa negociadora; la aprobación del Estatuto de Cataluña, inasumible monumento a la desigualdad y la insolidaridad, triste y vergonzoso para un partido democrático, el cinturón sanitario que siempre quiso construir para impedir la alternancia y el acceso al poder del PP; la aplicación arbitraria de la ley, “según convenga a la jugada”, como reconoció el nefasto ministro de Justicia Bermejo; la utilización de la mentira y la manipulación como política de gobierno y otros muchos abusos y desmanes, entre los que destacan la fácil convivencia con la corrupción y la utilización de la Justicia, la Fiscalía y la cúpula de las fuerzas de seguridad en beneficio propio, no del bien común.
España seguirá siendo un bodrio ineficiente y falto de ética y no tendrá futuro hasta que sus ciudadanos no se rebelen contra el mal gobierno, abracen la regeneración e impongan a la arrogante e ineficiente clase política una profunda reforma, cuyo eje debe ser el establecimiento de férreos controles ciudadanos a los poderosos, sobre todo a los partidos politicos, controles que incluyen la separación e independencia de los poderes básicos del estado, la limpieza y transparencia en la financiación de partidos y sindicatos, la reforma de leyes tan antidemocráticas como las que establecen las listas cerradas y bloqueadas, entre otras muchas, y la garantía de la independencia y libertad de los medios de comunicación y de los periodistas.