En vísperas del que será, sin duda, el mayor desafío de su historia, el rebrote otoñal masivo de la pandemia de la gripe A, la sanidad pública española, exhibida internacionalmente con orgullo durante las últimas décadas, está perdiendo rápidamente calidad, víctima de la tacañería de los gobiernos, que prefieren despilfarrar el dinero público en lujos, en privilegios y en colocar amigos y enchufados en puestos del Estado, antes que invertir en un sistema sanitario que cada día es más obsoleto y que padece un enorme déficit de personal especializado.
La reciente muerte en Madrid de Dalila, mujer marroquí víctima de la gripe tipo A, después de haber visitado varias veces las urgencias hospitalarias, y, posteriormente la de su hijo prematuro Rayan, víctima de una clara negligencia, son dos síntomas escandalosos de la pérdida de calidad de la sanidad pública española.
La ministra española de Sanidad, Trinidad Jiménez, ha vaticinado "al menos" 8.000 muertes en España causadas por la gripe A, pero la cifra podría ser mucho mayor si en lugar de los cáculos, siempre poco fiables, del gobierno de Zapatero, se aplica el mismo cálculo del gobierno británico, el cual habla de 63.000 fallecimientos "al menos" para una población 12 millones de habitantes mayor que España, lo que establecería más de 50.000 muertes en España y más de 5 millones de enfermos hospitalizables, un volumen para el que el sistema sanitario español no está preparado.
Al margen de la gripe A, ponerse enfermo durante el actual periodo vacacional de verano en España representa ya un riesgo nada despreciable para el ciudadano, ya que se encontrará con hospitales funcionando a medio ritmo, escasamente dotados de personal especializado y con principiantes sin experiencia cubriendo turnos de gran responsabilidad.
La gran paradoja es que mientras el sistema sanitario español padece escasez de personal, médicos españoles y personal sanitario especializado emigran para trabajar en los sistemas sanitarios de Gran Bretaña, Portugal, Francia y otros muchos.
Quizás el mejor ejemplo de la decadencia del sistema sanitario español se observe en Andalucía, donde el PSOE siempre ha utilizado la sanidad pública como estandarte de su gobierno y símbolo de la bondad del socialismo. Durante dos décadas, los mejores esfuerzos y las más generosas inversiones de la Junta de Andalucía se concentraron en la medicina. Sin embargo, hoy, quizás porque la legión de colocados consume demasiados recursos o porque la crisis les deja sin dinero, la calidad de aquella magnífica Sanidad Pública se está derrumbando.
El inexorable declive de la Sanidad Pública andaluza se está produciendo casi en secreto, al amparo de un incomprensible y cobarde silencio mediático. Ningún medio de comunicación de masas ha dicho que ya faltan recursos y medicinas en las urgencias, que alas enteras de hospitales están siendo clausuradas, que los médicos están recibiendo presiones para que envíen pronto a sus casas a los enfermos y para que no receten demasiadas medicinas, o que muchos médicos con experiencia valiosa acumulada están abandonando la sanidad pública, estableciéndose en hospitales privados o emigrando al extranjero, donde consiguen mejores sueldos y, sobre todo, más consideración y respeto.
El resultado del declive del sistema sanitario andaluz es una pérdida enorme de calidad en la Sanidad Pública, donde aquellas valiosas generaciones de médicos bien formados, innovadores y entusiastas que fueron su sostén se encuentran ya en vías de jubilación y sin sustitutos que puedan compararse en calidad científica e ilusión.
Hace muchos años que el ya ex presidente Chaves prometió a sus votantes andaluces que los hospitales públicos tendrían habitaciones individuales, una promesa que no ha podido cumplir porque el dinero disponible lo ha dedicado a otros capítulos o quizás porque las inmensas legiones de clientes y enchufados que cobran de la Junta dejan vacías las arcas públicas cada final de mes.
La realidad está mostrando justo lo contrario de lo que un día Chaves prometió: urgencias atiborradas, enfermos que cada día se quejan más del maltrato, errores crecientes del sistema y una desesperante escasez de personal y de algunos suministros básicos que los gobernantes no saben ya como seguir ocultando.
La reciente muerte en Madrid de Dalila, mujer marroquí víctima de la gripe tipo A, después de haber visitado varias veces las urgencias hospitalarias, y, posteriormente la de su hijo prematuro Rayan, víctima de una clara negligencia, son dos síntomas escandalosos de la pérdida de calidad de la sanidad pública española.
La ministra española de Sanidad, Trinidad Jiménez, ha vaticinado "al menos" 8.000 muertes en España causadas por la gripe A, pero la cifra podría ser mucho mayor si en lugar de los cáculos, siempre poco fiables, del gobierno de Zapatero, se aplica el mismo cálculo del gobierno británico, el cual habla de 63.000 fallecimientos "al menos" para una población 12 millones de habitantes mayor que España, lo que establecería más de 50.000 muertes en España y más de 5 millones de enfermos hospitalizables, un volumen para el que el sistema sanitario español no está preparado.
Al margen de la gripe A, ponerse enfermo durante el actual periodo vacacional de verano en España representa ya un riesgo nada despreciable para el ciudadano, ya que se encontrará con hospitales funcionando a medio ritmo, escasamente dotados de personal especializado y con principiantes sin experiencia cubriendo turnos de gran responsabilidad.
La gran paradoja es que mientras el sistema sanitario español padece escasez de personal, médicos españoles y personal sanitario especializado emigran para trabajar en los sistemas sanitarios de Gran Bretaña, Portugal, Francia y otros muchos.
Quizás el mejor ejemplo de la decadencia del sistema sanitario español se observe en Andalucía, donde el PSOE siempre ha utilizado la sanidad pública como estandarte de su gobierno y símbolo de la bondad del socialismo. Durante dos décadas, los mejores esfuerzos y las más generosas inversiones de la Junta de Andalucía se concentraron en la medicina. Sin embargo, hoy, quizás porque la legión de colocados consume demasiados recursos o porque la crisis les deja sin dinero, la calidad de aquella magnífica Sanidad Pública se está derrumbando.
El inexorable declive de la Sanidad Pública andaluza se está produciendo casi en secreto, al amparo de un incomprensible y cobarde silencio mediático. Ningún medio de comunicación de masas ha dicho que ya faltan recursos y medicinas en las urgencias, que alas enteras de hospitales están siendo clausuradas, que los médicos están recibiendo presiones para que envíen pronto a sus casas a los enfermos y para que no receten demasiadas medicinas, o que muchos médicos con experiencia valiosa acumulada están abandonando la sanidad pública, estableciéndose en hospitales privados o emigrando al extranjero, donde consiguen mejores sueldos y, sobre todo, más consideración y respeto.
El resultado del declive del sistema sanitario andaluz es una pérdida enorme de calidad en la Sanidad Pública, donde aquellas valiosas generaciones de médicos bien formados, innovadores y entusiastas que fueron su sostén se encuentran ya en vías de jubilación y sin sustitutos que puedan compararse en calidad científica e ilusión.
Hace muchos años que el ya ex presidente Chaves prometió a sus votantes andaluces que los hospitales públicos tendrían habitaciones individuales, una promesa que no ha podido cumplir porque el dinero disponible lo ha dedicado a otros capítulos o quizás porque las inmensas legiones de clientes y enchufados que cobran de la Junta dejan vacías las arcas públicas cada final de mes.
La realidad está mostrando justo lo contrario de lo que un día Chaves prometió: urgencias atiborradas, enfermos que cada día se quejan más del maltrato, errores crecientes del sistema y una desesperante escasez de personal y de algunos suministros básicos que los gobernantes no saben ya como seguir ocultando.
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