Todo el mundo sabe que la culpa principal de la corrupción en España la tienen los partidos políticos y sus dirigentes, que se han convertido en cánceres contagiosos que lo infectan todo, pero dice el ex presidente José María Aznar que la culpa de la corrupción en España la tiene "el síndrome de los nuevos ricos". Según esa tesis, los españoles, al elevar con rapidez su nivel de vida, se hicieron corruptos. Se trata de una tesis falsa que exonera de culpa a una clase política española, que fue la que contrajo el virus, lo hizo crecer y lo transmitió a toda la sociedad, infectándola. Se trata de una tesis falsa que, como es lógico, exime de culpa a la clase política más podrida de Europa y culpa a los ciudadanos, todo un comportamiento típico de sátrapas corrompidos, incapaces de autocrítica y verdad.
Lo cierto es que la corrupción en España se debe a tres factores. El primero es que la cúpula del Estado y los partidos políticos se corrompieron y se pervirtieron; la segunda es que ni el sistema ni el pueblo fueron lo bastante exigentes para controlar y castigar a los políticos y funcionarios corruptos y delincuentes; y la tercera fue la que menciona Aznar, la del síndrome del nuevo rico, que invadió la sociedad española y la hizo frágil y fácilmente corruptible, con los viejos valores en bancarrota. Esta última es la menos importante, mientras que el mal ejemplo de los altos cargos políticos, infectados de corrupción y delito, fue, con gran diferencia, la más destacada y nociva.
Especialmente significativo fue el papel demoledor ejercido por la Corona, a la que muchos observadores y analistas acusan de haber sido un faro de corrupción en la cúpula del Estado, donde el rey se enriquecía a base de comisiones con la complicidad de los gobiernos de turno. Parece lógico pensar que si lo mas alto del Estado no da la talla, los demás le imiten y se enriquezcan gracias a las ventajas del poder.
Hay otros dos factores de enorme importancia que ha disparado la corrupción en España: el excesivo poder de los partidos políticos, que nunca han practicado la democracia interna, y el papel multiplicador de la corrupción y el abuso que han significado las comunidades autónomas, entregadas a la competencia, a la acumulación de poder y a competir con el mismo Estado en ostentación, lujos y privilegios, todo lo cual se ha traducido en una especie de loca carrera en busca de poder y dinero fácil.
Quizás la clave del desastre ha sido que el pueblo español, tras la muerte de Franco, tenía tantas ansias de democracia y de política de partidos que fue incapaz de comprender que la democracia consiste no tanto en votar cada cuatro años como en controlar a los políticos, vigilarlos y evitar, mediante las leyes y la resistencia cívica, que acumulen demasiado poder y se conviertan en sátrapas y tiranos travestidos de demócratas.
El balance de los políticos españoles tras la muerte de Franco es estremecedor, por mucho que la propaganda y la prensa comprada intenten ocultarlo. Obra suya ha sido el endeudamiento hasta las cejas de un país que cuando murió Franco era el menos endeudado de Europa, y a ellos les debemos también el auge del separatismo, el despilfarro, la corrupción, la degeneración de la democracia, el terrible grosor del Estado, que es el más obeso y lleno de políticos de toda Europa, la ineficacia, la desigualdad, los impuestos abusivos, la marginación de los ciudadanos, el clientelismo feroz y el abuso de poder en todas sus facetas conocidas.
Los ciudadanos españoles, hoy víctimas de una clase política ineficaz y podrida hasta la médula, es cómplice directo del drama por haber incumplido su deber de haberse alzado a tiempo contra los corruptos y haberlos arrojado del poder a patadas.
Después de los fracasos escandalosos de los presidentes Zapatero y Rajoy, sobre todo del primero, el pueblo español, cansado de soportar corruptos y miserables en el poder, parecía decidido a ser más exigente y criticar con fuerza a la clase política para forzar un cambio hacia la ética y la decencia, pero el esfuerzo ha resultado inútil porque los políticos ya se han blindado y se han podrido tanto que ya no pueden rectificar ni abandonar la inmensa pocilga en la que viven. El presente, con un Pedro Sánchez infectado hasta el tuétano de los peores males de la política española, ha sido el "resultado" no sólo de la degeneración interna del PSOE y de la frustración de los españoles ante el PP, sino también de nuestra cobardía e incompetencia como ciudadanos.
Francisco Rubiales
Lo cierto es que la corrupción en España se debe a tres factores. El primero es que la cúpula del Estado y los partidos políticos se corrompieron y se pervirtieron; la segunda es que ni el sistema ni el pueblo fueron lo bastante exigentes para controlar y castigar a los políticos y funcionarios corruptos y delincuentes; y la tercera fue la que menciona Aznar, la del síndrome del nuevo rico, que invadió la sociedad española y la hizo frágil y fácilmente corruptible, con los viejos valores en bancarrota. Esta última es la menos importante, mientras que el mal ejemplo de los altos cargos políticos, infectados de corrupción y delito, fue, con gran diferencia, la más destacada y nociva.
Especialmente significativo fue el papel demoledor ejercido por la Corona, a la que muchos observadores y analistas acusan de haber sido un faro de corrupción en la cúpula del Estado, donde el rey se enriquecía a base de comisiones con la complicidad de los gobiernos de turno. Parece lógico pensar que si lo mas alto del Estado no da la talla, los demás le imiten y se enriquezcan gracias a las ventajas del poder.
Hay otros dos factores de enorme importancia que ha disparado la corrupción en España: el excesivo poder de los partidos políticos, que nunca han practicado la democracia interna, y el papel multiplicador de la corrupción y el abuso que han significado las comunidades autónomas, entregadas a la competencia, a la acumulación de poder y a competir con el mismo Estado en ostentación, lujos y privilegios, todo lo cual se ha traducido en una especie de loca carrera en busca de poder y dinero fácil.
Quizás la clave del desastre ha sido que el pueblo español, tras la muerte de Franco, tenía tantas ansias de democracia y de política de partidos que fue incapaz de comprender que la democracia consiste no tanto en votar cada cuatro años como en controlar a los políticos, vigilarlos y evitar, mediante las leyes y la resistencia cívica, que acumulen demasiado poder y se conviertan en sátrapas y tiranos travestidos de demócratas.
El balance de los políticos españoles tras la muerte de Franco es estremecedor, por mucho que la propaganda y la prensa comprada intenten ocultarlo. Obra suya ha sido el endeudamiento hasta las cejas de un país que cuando murió Franco era el menos endeudado de Europa, y a ellos les debemos también el auge del separatismo, el despilfarro, la corrupción, la degeneración de la democracia, el terrible grosor del Estado, que es el más obeso y lleno de políticos de toda Europa, la ineficacia, la desigualdad, los impuestos abusivos, la marginación de los ciudadanos, el clientelismo feroz y el abuso de poder en todas sus facetas conocidas.
Los ciudadanos españoles, hoy víctimas de una clase política ineficaz y podrida hasta la médula, es cómplice directo del drama por haber incumplido su deber de haberse alzado a tiempo contra los corruptos y haberlos arrojado del poder a patadas.
Después de los fracasos escandalosos de los presidentes Zapatero y Rajoy, sobre todo del primero, el pueblo español, cansado de soportar corruptos y miserables en el poder, parecía decidido a ser más exigente y criticar con fuerza a la clase política para forzar un cambio hacia la ética y la decencia, pero el esfuerzo ha resultado inútil porque los políticos ya se han blindado y se han podrido tanto que ya no pueden rectificar ni abandonar la inmensa pocilga en la que viven. El presente, con un Pedro Sánchez infectado hasta el tuétano de los peores males de la política española, ha sido el "resultado" no sólo de la degeneración interna del PSOE y de la frustración de los españoles ante el PP, sino también de nuestra cobardía e incompetencia como ciudadanos.
Francisco Rubiales
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