Es muy dificil sentir orgullo de ser español hoy
Ser español hoy es ser esclavo de los políticos, convertidos en los nuevos caciques, en los "señoritos" del presente, dueños de la vida de millones de ciudadanos sometidos a los que sólo les queda obedecer o, como mucho, protestar inútilmente o votar en elecciones poco fiables, que cada día están más controladas y manipuladas. Los políticos son hoy una raza de poderosos impunes en España, incompatible con la democracia y la decencia. De ellos dependen que tengas trabajo, dinero, tranquilidad y futuro. Son los dueños de la vida y de la muerte en esta España podrida e indeseable que se autoproclama democrática, cuando solo es una inmensa pocilga de injusticia y abuso.
Los gobiernos no gobiernan para solucionar problemas, sino para asegurar la victoria electoral en las próximas elecciones. Los políticos no se mueven por el bien común, sino por el poder y el reparto del botín.
El balance de la casta política española desde 1975, cuando murió el dictador, sea de derecha o de izquierda, es sobrecogedor y terrible: han dividido el país, han potenciado el independentismo, han prostituido la democracia, han roto las ilusiones y las metas colectivas, han formado a generaciones de jóvenes ignorantes, pendencieros y votantes cargados de odio, han relegado y marginado al ciudadano y han empujado el país hacia la crisis y la pobreza.
España es hoy un país que carece de respeto en el mundo y que ha perdido su peso en el concierto internacional y las instituciones mundiales. España es un país que tiene fama de ser un laboratorio donde se estudia cuanta opresión e inmundicia puede soportar un pueblo sin rebelarse. En España los gobiernos se alían con quien sea necesario con tal de gobernar, como ha hecho el PSOE de Pedro Sánchez uniéndose a pro terroristas, independentistas y comunistas furibundos, todos ellos pugnando por destruir la nación. Y ante ese espectáculo, bajo y miserable, el pueblo no puede hacer nada porque el sistema está trucado y diseñado para que el pueblo no cuente y el poder de los partidos sea casi infinito.
Ser un español que ame a España en estas condiciones es casi un milagro. Los gobernantes están rompiendo la nación y asesinando el patriotismo y el orgullo patrio. Cobran impuestos injustos, aplastan al débil y han perdido la confianza del pueblo, algo que es imprescindible para que el liderazgo sea decente. Millones de españoles no nos fiamos de los que tienen en sus manos el timón, pero tampoco de los que pueden sustituirlos en el mando. La clase política está tan deteriorada y degenerada que necesita un reseteo y un rediseño completo.
Andalucía, que es una tierra que siempre odio el independentismo, está viviendo momentos donde cientos de miles de ciudadanos prefieren obedecer a su gobierno regional que al de Madrid. Lo mismo ocurre en muchas otras regiones. En Cataluña, los independentistas están felices porque sus filas se están nutriendo de cientos de miles de ciudadanos que antes votaban por permanecer en España y ahora, por rechazo al gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, votarán por la independencia. Y lo mismo ocurre en el País Vasco, en Galicia, en Baleares y en todas las regiones, donde el gobierno nacional genera asco y provoca repulsión.
La sensación de impotencia y de fracaso lo inunda todo. ¿Dónde está el rey?, se preguntan millones de españoles y no entienden por qué razón las instituciones defensivas, aquellas que deberían garantizar el cumplimiento de la Constitución, no han salido para cortar el paso a un gobierno que parece decidido a empujar a España hacia el chavismo y la desgracia de Venezuela. ¿Donde están las Fuerzas Armadas? ¿Dónde están los jueces?
La España que tenía que cuidar nuestra solvencia y nuestra limpieza lleva dormida décadas y, llena de frivolidad y traición, ha dejado el camino libre para que los partidos construyan un mundo sucio, corrupto e injusto.
La gestión miserable y brutal de la crisis del coronavirus ha servido de ejemplo claro del desastre español y de catalizador de toda la repugnancia que despiertan los malos gobernantes españoles. La mala gestión de la lucha contra el virus ha provocado tantas muertes que el gobierno las tiene que ocultar y al pueblo se le niega la verdad sobre lo que ha ocurrido en las residencias de mayores, donde han muertos casi 20.000 ancianos abandonados a su suerte, ahogándose, sin otro medicamento que la morfina para que murieran drogados.
La sensación de que los que deben pagar saldrán impunes y se libraran del castigo que tanto merecen siembra el país de desánimo y frustración. Si al menos las cárceles se llenaran de culpables, el país tendría esperanza, pero los mismos que han llenado el país de imprevisión y de cadáveres son los que seguirán mandando, cobrando impuestos abusivos y dictando leyes que nos conducen hacia La Habana o Caracas.
Ser español en estas condiciones es casi heroico.
Francisco Rubiales
Los gobiernos no gobiernan para solucionar problemas, sino para asegurar la victoria electoral en las próximas elecciones. Los políticos no se mueven por el bien común, sino por el poder y el reparto del botín.
El balance de la casta política española desde 1975, cuando murió el dictador, sea de derecha o de izquierda, es sobrecogedor y terrible: han dividido el país, han potenciado el independentismo, han prostituido la democracia, han roto las ilusiones y las metas colectivas, han formado a generaciones de jóvenes ignorantes, pendencieros y votantes cargados de odio, han relegado y marginado al ciudadano y han empujado el país hacia la crisis y la pobreza.
España es hoy un país que carece de respeto en el mundo y que ha perdido su peso en el concierto internacional y las instituciones mundiales. España es un país que tiene fama de ser un laboratorio donde se estudia cuanta opresión e inmundicia puede soportar un pueblo sin rebelarse. En España los gobiernos se alían con quien sea necesario con tal de gobernar, como ha hecho el PSOE de Pedro Sánchez uniéndose a pro terroristas, independentistas y comunistas furibundos, todos ellos pugnando por destruir la nación. Y ante ese espectáculo, bajo y miserable, el pueblo no puede hacer nada porque el sistema está trucado y diseñado para que el pueblo no cuente y el poder de los partidos sea casi infinito.
Ser un español que ame a España en estas condiciones es casi un milagro. Los gobernantes están rompiendo la nación y asesinando el patriotismo y el orgullo patrio. Cobran impuestos injustos, aplastan al débil y han perdido la confianza del pueblo, algo que es imprescindible para que el liderazgo sea decente. Millones de españoles no nos fiamos de los que tienen en sus manos el timón, pero tampoco de los que pueden sustituirlos en el mando. La clase política está tan deteriorada y degenerada que necesita un reseteo y un rediseño completo.
Andalucía, que es una tierra que siempre odio el independentismo, está viviendo momentos donde cientos de miles de ciudadanos prefieren obedecer a su gobierno regional que al de Madrid. Lo mismo ocurre en muchas otras regiones. En Cataluña, los independentistas están felices porque sus filas se están nutriendo de cientos de miles de ciudadanos que antes votaban por permanecer en España y ahora, por rechazo al gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, votarán por la independencia. Y lo mismo ocurre en el País Vasco, en Galicia, en Baleares y en todas las regiones, donde el gobierno nacional genera asco y provoca repulsión.
La sensación de impotencia y de fracaso lo inunda todo. ¿Dónde está el rey?, se preguntan millones de españoles y no entienden por qué razón las instituciones defensivas, aquellas que deberían garantizar el cumplimiento de la Constitución, no han salido para cortar el paso a un gobierno que parece decidido a empujar a España hacia el chavismo y la desgracia de Venezuela. ¿Donde están las Fuerzas Armadas? ¿Dónde están los jueces?
La España que tenía que cuidar nuestra solvencia y nuestra limpieza lleva dormida décadas y, llena de frivolidad y traición, ha dejado el camino libre para que los partidos construyan un mundo sucio, corrupto e injusto.
La gestión miserable y brutal de la crisis del coronavirus ha servido de ejemplo claro del desastre español y de catalizador de toda la repugnancia que despiertan los malos gobernantes españoles. La mala gestión de la lucha contra el virus ha provocado tantas muertes que el gobierno las tiene que ocultar y al pueblo se le niega la verdad sobre lo que ha ocurrido en las residencias de mayores, donde han muertos casi 20.000 ancianos abandonados a su suerte, ahogándose, sin otro medicamento que la morfina para que murieran drogados.
La sensación de que los que deben pagar saldrán impunes y se libraran del castigo que tanto merecen siembra el país de desánimo y frustración. Si al menos las cárceles se llenaran de culpables, el país tendría esperanza, pero los mismos que han llenado el país de imprevisión y de cadáveres son los que seguirán mandando, cobrando impuestos abusivos y dictando leyes que nos conducen hacia La Habana o Caracas.
Ser español en estas condiciones es casi heroico.
Francisco Rubiales
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