Algunos españoles, el rey Juan Carlos entre ellos, creen que José Luis Rodríguez Zapatero es un tipo estupendo, superior a la mayoría, con una especial capacidad para ver el futuro, y justifican su gobierno con el gran argumento de que está ampliando los derechos y construyendo un mundo mejor. Sin embargo, otros creemos que es un personaje peligroso que está llevando a España hacia la ruina económica y moral.
El país está dividido en dos bandos, los que apoyan a Zapatero y los que lo rechazan. La mayoría está a favor o en contra por motivos partidistas, porque están alineados con la izquierda o la derecha y, fanatizados, son incapaces de analizar sin pasión, pero otros estamos a favor o en contra con frialdad intelectual, como consecuencia del análisis y del discernimiento.
Es este sector con capacidad de análisis el que realmente nos interesa y en el que se deposita la esperanza de la nación porque la otra parte, cegada por la pasión y el fanatismo, sería incapaz de rechazar a Zapatero aunque se transformara en un asesino en serie o de aceptarlo aunque apareciera en el cielo acompañado del mismo Dios.
Nuestras creencias no se basan en posiciones partidistas porque no militamos ni tenemos simpatía por partido político alguno, sino en la observación y el análisis políticos, métodos que nos llevan a la conclusión de que la España de Zapatero deteriora su convivencia y retrocede en casi todos los ámbitos: la economía, la cohesión de la nación, la seguridad, la justicia, la confianza de los ciudadanos, el prestigio de la política y el posicionamiento de España en el concierto mundial.
Cualquier análisis válido debe centrarse en la libertad, en la ausencia de pasión partidista, en observar datos y hechos concretos y en ser lo más objetivos posible.
Un análisis de la realidad española basado en estas pautas nos lleva a conclusiones terribles:
Tres comunidades autónomas (Galicia, Euskadi y Cataluña, que se convierten en cuatro si se les agrega Baleares) reman en sentido contrario y, dirigidas por sus partidos nacionalistas más radicales, con la complicidad de los partidos socialistas regionales, caminan hacia la separación y la destrucción de la unidad de la nación. En esas comunidades, además, se observan vacios constitucionales y violaciones de derechos humanos básicos.
El partido del presidente del gobierno, el PSOE, exhibe como mérito su capacidad de negociar y pactar con todas las fuerzas políticas españolas, incluso con aquellas que están en las antípodas ideológicas de la izquierda. Sin embargo, no es capaz de negociar ni de pactar con el Partido Popular, situado ideológicamente más cerca y con el que le une la teórica fe común en la democracia. Sin embargo, la interpretación más correcta y racional de este panorama es que el PSOE puede pactar con cualquiera que le garantice el poder y es incapaz de hacerlo con el partido que le disputa el poder. La conclusión es que el ansia de poder ha sustituido a la ideología y a los principios en el universo político de Zapatero.
Una parte de los españoles no puede utilizar el idioma español en igualdad de condiciones, ni ejercer su derecho a que sus hijos sean educados en la lengua común española sin que el gobierno de Zapatero haga nada por impedir esa violación de los derechos humanos. Muchos miles de vascos se ven obligados a emigrar a otras tierras como consecuencia del acoso y la margenación en su propia tierra, pero el gobierno de la nación no hace nada por impedirlo.
El Estatuto de Cataluña, impulsado personalmente por el presidente del gobierno, es claramente inconstitucional porque rompe la igualdad y la solidaridad en la nación, beneficiando a los ricos en detrimento de los pobres, lo que es, además, una violación de los principios clásicos de la izquierda. Para colmo de males, el Estatuto, con la complicidad del gobierno de Zapatero, ha violado la constitución por la vía indirecta, por la puerta de atrás, de manera truculenta y traicionera, sin someter a referendum esas reformas.
Por último, la España de Zapatero no es más justa, ni más próspera, ni más segura. La brecha que separa a ricos y pobres se ensancha bajo el poder de Zapatero, del mismo modo que crece la violencia en las calles, la seguridad y el miedo a un retroceso de la economía. La Justicia está desprestigiada y la política ha dejado de ser algo admirable para convertirse en una pocilga donde germina la corrupción y los injustificados privilegios de la “casta” de los políticos profesionales.
La obra visible del gobierno de Zapatero, a pesar de su rostro suave y de su sonrisa “buenista”, me recuerda aquella advertencia que un día lejano, en la Roma de 1983, nos hizo el presidente de la República Italiana, el socialista Sandro Pertini, a un grupo de periodistas españoles: “Tened miedo, sobre todo, de los políticos con carisma, de los que se creen llamados por el destino a transformar la sociedad. Detrás de ellos está el peligro totalitario y el fantasma de la opresión”.
El país está dividido en dos bandos, los que apoyan a Zapatero y los que lo rechazan. La mayoría está a favor o en contra por motivos partidistas, porque están alineados con la izquierda o la derecha y, fanatizados, son incapaces de analizar sin pasión, pero otros estamos a favor o en contra con frialdad intelectual, como consecuencia del análisis y del discernimiento.
Es este sector con capacidad de análisis el que realmente nos interesa y en el que se deposita la esperanza de la nación porque la otra parte, cegada por la pasión y el fanatismo, sería incapaz de rechazar a Zapatero aunque se transformara en un asesino en serie o de aceptarlo aunque apareciera en el cielo acompañado del mismo Dios.
Nuestras creencias no se basan en posiciones partidistas porque no militamos ni tenemos simpatía por partido político alguno, sino en la observación y el análisis políticos, métodos que nos llevan a la conclusión de que la España de Zapatero deteriora su convivencia y retrocede en casi todos los ámbitos: la economía, la cohesión de la nación, la seguridad, la justicia, la confianza de los ciudadanos, el prestigio de la política y el posicionamiento de España en el concierto mundial.
Cualquier análisis válido debe centrarse en la libertad, en la ausencia de pasión partidista, en observar datos y hechos concretos y en ser lo más objetivos posible.
Un análisis de la realidad española basado en estas pautas nos lleva a conclusiones terribles:
Tres comunidades autónomas (Galicia, Euskadi y Cataluña, que se convierten en cuatro si se les agrega Baleares) reman en sentido contrario y, dirigidas por sus partidos nacionalistas más radicales, con la complicidad de los partidos socialistas regionales, caminan hacia la separación y la destrucción de la unidad de la nación. En esas comunidades, además, se observan vacios constitucionales y violaciones de derechos humanos básicos.
El partido del presidente del gobierno, el PSOE, exhibe como mérito su capacidad de negociar y pactar con todas las fuerzas políticas españolas, incluso con aquellas que están en las antípodas ideológicas de la izquierda. Sin embargo, no es capaz de negociar ni de pactar con el Partido Popular, situado ideológicamente más cerca y con el que le une la teórica fe común en la democracia. Sin embargo, la interpretación más correcta y racional de este panorama es que el PSOE puede pactar con cualquiera que le garantice el poder y es incapaz de hacerlo con el partido que le disputa el poder. La conclusión es que el ansia de poder ha sustituido a la ideología y a los principios en el universo político de Zapatero.
Una parte de los españoles no puede utilizar el idioma español en igualdad de condiciones, ni ejercer su derecho a que sus hijos sean educados en la lengua común española sin que el gobierno de Zapatero haga nada por impedir esa violación de los derechos humanos. Muchos miles de vascos se ven obligados a emigrar a otras tierras como consecuencia del acoso y la margenación en su propia tierra, pero el gobierno de la nación no hace nada por impedirlo.
El Estatuto de Cataluña, impulsado personalmente por el presidente del gobierno, es claramente inconstitucional porque rompe la igualdad y la solidaridad en la nación, beneficiando a los ricos en detrimento de los pobres, lo que es, además, una violación de los principios clásicos de la izquierda. Para colmo de males, el Estatuto, con la complicidad del gobierno de Zapatero, ha violado la constitución por la vía indirecta, por la puerta de atrás, de manera truculenta y traicionera, sin someter a referendum esas reformas.
Por último, la España de Zapatero no es más justa, ni más próspera, ni más segura. La brecha que separa a ricos y pobres se ensancha bajo el poder de Zapatero, del mismo modo que crece la violencia en las calles, la seguridad y el miedo a un retroceso de la economía. La Justicia está desprestigiada y la política ha dejado de ser algo admirable para convertirse en una pocilga donde germina la corrupción y los injustificados privilegios de la “casta” de los políticos profesionales.
La obra visible del gobierno de Zapatero, a pesar de su rostro suave y de su sonrisa “buenista”, me recuerda aquella advertencia que un día lejano, en la Roma de 1983, nos hizo el presidente de la República Italiana, el socialista Sandro Pertini, a un grupo de periodistas españoles: “Tened miedo, sobre todo, de los políticos con carisma, de los que se creen llamados por el destino a transformar la sociedad. Detrás de ellos está el peligro totalitario y el fantasma de la opresión”.
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