El principal rasgo que separa al comunista del ciudadano libre es su adoración por el Estado autoritario e intervencionista, el que otorga prioridad a lo colectivo sobre lo individual, un Estado que se considera con derecho pleno a intervenir y regular la vida de los ciudadanos y que es incapaz de respetar las libertades individuales.
¿Por qué el comunismo no ha sido condenado ni erradicado, a pesar de sus crímenes? ¿Por qué, a pesar de su fracaso histórico y de su cosecha de sufrimiento y sangre sigue vivo, aunque ahora disfrazado?
El populismo y el falso progreso son tiranías totalitarias camufladas e hipócritas, que se promocionan como populares pero que están enteramente dominadas por políticos profesionales que imponen su voluntad, sin controles, sobre ciudadanos marginados y sometidos. El verdadero progreso y el respeto por el pueblo es justo lo contrario: un sistema de libertad y pluralismo que genera prosperidad, donde la persona es respetada y en el que el ciudadano participa en la política y acepta libremente un gobierno con controles y frenos, que es del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
El nazismo fue juzgado y condenado internacionalmente en Nüremberg por sus horrores, pero el comunismo, una experiencia histórica todavía mas cruel y sangrienta, sigue sin ser juzgado y condenado, a pesar de que sus crímenes son mucho peores que los cometidos por el nazifascismo en toda su existencia.
De los tres peores criminales de la Historia (Mao, Stalin y Hítler), los dos primeros fueron dirigentes del comunismo. Entre ambos asesinaron casi a un centenar de millones de personas, más que ninguna otra ideología en la Historia.
¿Por qué el comunismo ha conseguido ser impune y sobrevivir a pesar de sus crímenes y fracasos?
La razón aparente es que la URSS, cuando era una gran potencia, impidió la condena que merecía con su derecho de veto en la ONU, su fuerza y su influencia internacional, pero la verdadera razón es que el comunismo fascina a todos los líderes políticos del mundo, incluyendo a los que se declaran demócratas, que siguen admirando su concepción totalitaria del Estado y el dominio absoluto que el Estado comunista ejercía sobre la sociedad y el individuo.
En el fondo de sus corazones, muchos de los actuales políticos, sean de izquierdas o de derechas, quizás sin saberlo, tienen mucho de leninistas y comparten con los comunistas el sueño de mandar sin trabas e imponer sus criterios y decisiones a la ciudadanía desde un Estado poderoso e imponente, que a ellos les proporciona poder, dinero, dominio sobre las vidas de sus "súbditos" y la sensación de ser dioses.
El comunismo ha asesinado la democracia, ha infectado el poder político mundial, ha hipertrofiado a los Estados y ha convertido a los gobiernos en intervencionistas y autoritarios. A los ciudadanos los ha marginado del Estado y de la política, que se ha convertido en un monopolio de los partidos y de los políticos profesionales.
El virus comunista ha infectado hasta a los Estados Unidos, patria de la democracia. En julio de 2015, una encuesta realizada revelaba con sorpresa que el 47% de los ciudadanos votarían a favor de un sistema socialista en USA.
La influencia comunista ha desplazado la vieja influencia liberal, que exigía un Estado mínimo y un protagonismo de los ciudadanos en la política y ha pervertido el concepto de democracia, que partía del principio de que el Estado tiende siempre a incrementar su poder, razón por la que debía ser controlado por una larga serie de normas, cautelas, frenos y contrapesos.
Gracias a la influencia de los comunistas, las democracias se han transformado en falsas democracias y los Estados han crecido desmesuradamente, llenándose de políticos colocados, de familiares y amigos del poder viviendo a costa del Estado, de instituciones inútiles y de aparatos de poder innecesario.
La influencia del comunismo ha logrado que la política, que había nacido como un servicio de algunos ciudadanos elegidos a la comunidad, sea ejercida ahora por una élite de políticos profesionales, como ocurría con los bolcheviques en tiempos de Lenin. La balanza del poder se ha inclinado del lado del Estado y ha dejado al individuo inerme frente al poder inmenso de los gobernantes, que, como ocurría en el viejo Estado Soviético, consideran a los ciudadanos como el verdadero enemigo, cuyo descontento y rebelión puede arrebatarles el poder.
Por eso, en unas democracias que deberían ser ciudadanas y al servicio de la comunidad, los políticos se aíslan de la ciudadanía y se rodean, como los miembros del antiguo PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) de coches oficiales, guardaespaldas, policía represora, jueces controlados y periodistas sometidos, toda una guardia pretoriana cuya misión es defender a las élites gobernantes y a sus aliados y ayudarles en el control y manipulación del rebaño ciudadano sometido.
Los marxistas mas radicales y extremistas están recuperando terreno en muchos países europeos, amparados en el descontento popular ante las privaciones y recortes que ha traído la crisis y ante el fracaso de los gobiernos democráticos, que violan con frecuencia las reglas de la democracia y conviven fácilmente con el abuso y la corrupción.
En España, los marxistas están infiltrados en el PSOE y otros más recalcitrantes, como los de Izquierda Anticapitalista, se han incrustado en Podemos, presentándose ante la sociedad como progresistas. Ya han conseguido tomar el poder en algunas ciudades importantes y en algunos gobiernos autonómicos, habiendo logrado, incluso, situarse muy cerca del gobierno de la nación, aupados por un socialista ambicioso llamado Pedro Sánchez y por una sociedad española torpe y descerebrada, que no es consciente de que vota y apoya a sus verdugos.
¿Por qué el comunismo no ha sido condenado ni erradicado, a pesar de sus crímenes? ¿Por qué, a pesar de su fracaso histórico y de su cosecha de sufrimiento y sangre sigue vivo, aunque ahora disfrazado?
El populismo y el falso progreso son tiranías totalitarias camufladas e hipócritas, que se promocionan como populares pero que están enteramente dominadas por políticos profesionales que imponen su voluntad, sin controles, sobre ciudadanos marginados y sometidos. El verdadero progreso y el respeto por el pueblo es justo lo contrario: un sistema de libertad y pluralismo que genera prosperidad, donde la persona es respetada y en el que el ciudadano participa en la política y acepta libremente un gobierno con controles y frenos, que es del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
El nazismo fue juzgado y condenado internacionalmente en Nüremberg por sus horrores, pero el comunismo, una experiencia histórica todavía mas cruel y sangrienta, sigue sin ser juzgado y condenado, a pesar de que sus crímenes son mucho peores que los cometidos por el nazifascismo en toda su existencia.
De los tres peores criminales de la Historia (Mao, Stalin y Hítler), los dos primeros fueron dirigentes del comunismo. Entre ambos asesinaron casi a un centenar de millones de personas, más que ninguna otra ideología en la Historia.
¿Por qué el comunismo ha conseguido ser impune y sobrevivir a pesar de sus crímenes y fracasos?
La razón aparente es que la URSS, cuando era una gran potencia, impidió la condena que merecía con su derecho de veto en la ONU, su fuerza y su influencia internacional, pero la verdadera razón es que el comunismo fascina a todos los líderes políticos del mundo, incluyendo a los que se declaran demócratas, que siguen admirando su concepción totalitaria del Estado y el dominio absoluto que el Estado comunista ejercía sobre la sociedad y el individuo.
En el fondo de sus corazones, muchos de los actuales políticos, sean de izquierdas o de derechas, quizás sin saberlo, tienen mucho de leninistas y comparten con los comunistas el sueño de mandar sin trabas e imponer sus criterios y decisiones a la ciudadanía desde un Estado poderoso e imponente, que a ellos les proporciona poder, dinero, dominio sobre las vidas de sus "súbditos" y la sensación de ser dioses.
El comunismo ha asesinado la democracia, ha infectado el poder político mundial, ha hipertrofiado a los Estados y ha convertido a los gobiernos en intervencionistas y autoritarios. A los ciudadanos los ha marginado del Estado y de la política, que se ha convertido en un monopolio de los partidos y de los políticos profesionales.
El virus comunista ha infectado hasta a los Estados Unidos, patria de la democracia. En julio de 2015, una encuesta realizada revelaba con sorpresa que el 47% de los ciudadanos votarían a favor de un sistema socialista en USA.
La influencia comunista ha desplazado la vieja influencia liberal, que exigía un Estado mínimo y un protagonismo de los ciudadanos en la política y ha pervertido el concepto de democracia, que partía del principio de que el Estado tiende siempre a incrementar su poder, razón por la que debía ser controlado por una larga serie de normas, cautelas, frenos y contrapesos.
Gracias a la influencia de los comunistas, las democracias se han transformado en falsas democracias y los Estados han crecido desmesuradamente, llenándose de políticos colocados, de familiares y amigos del poder viviendo a costa del Estado, de instituciones inútiles y de aparatos de poder innecesario.
La influencia del comunismo ha logrado que la política, que había nacido como un servicio de algunos ciudadanos elegidos a la comunidad, sea ejercida ahora por una élite de políticos profesionales, como ocurría con los bolcheviques en tiempos de Lenin. La balanza del poder se ha inclinado del lado del Estado y ha dejado al individuo inerme frente al poder inmenso de los gobernantes, que, como ocurría en el viejo Estado Soviético, consideran a los ciudadanos como el verdadero enemigo, cuyo descontento y rebelión puede arrebatarles el poder.
Por eso, en unas democracias que deberían ser ciudadanas y al servicio de la comunidad, los políticos se aíslan de la ciudadanía y se rodean, como los miembros del antiguo PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) de coches oficiales, guardaespaldas, policía represora, jueces controlados y periodistas sometidos, toda una guardia pretoriana cuya misión es defender a las élites gobernantes y a sus aliados y ayudarles en el control y manipulación del rebaño ciudadano sometido.
Los marxistas mas radicales y extremistas están recuperando terreno en muchos países europeos, amparados en el descontento popular ante las privaciones y recortes que ha traído la crisis y ante el fracaso de los gobiernos democráticos, que violan con frecuencia las reglas de la democracia y conviven fácilmente con el abuso y la corrupción.
En España, los marxistas están infiltrados en el PSOE y otros más recalcitrantes, como los de Izquierda Anticapitalista, se han incrustado en Podemos, presentándose ante la sociedad como progresistas. Ya han conseguido tomar el poder en algunas ciudades importantes y en algunos gobiernos autonómicos, habiendo logrado, incluso, situarse muy cerca del gobierno de la nación, aupados por un socialista ambicioso llamado Pedro Sánchez y por una sociedad española torpe y descerebrada, que no es consciente de que vota y apoya a sus verdugos.
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