Rita Barberá, alcaldesa de Valencia y miembro del Partido Popular, ha declarado en agosto que "El PSOE en el poder da miedo". La alcaldesa se refiere, probablemente, al acoso implacable que está sufriendo su partido desde el gobierno socialista para impedirle que sea valorado por los electores españoles y pueda ganar las elecciones generales de 2012.
Aunque muchos españoles creen que el PP, además de denunciar los excesos y abusos del gobierno de Zapatero, debería abandonar la práctica de la corrupción y convertirse en un partido realmente democrático, prometiendo a los ciudadanos una regeneración de la podrida política española, es cierto que muchos demócratas están arropando al PP e inclinandose hacia la derecha, a pesar de sus corrupciones y carencias, ante el comportamiento antidemocrático del PSOE, cada día más amenazador para la democracia y más capaz de generar miedo en la ciudadanía.
Bajo el mandato de Zapatero, el PSOE ha adquirido gravísimas responsabilidades políticas que un día tendrá que pagar, entre ellas la de no haberse resistido a que su líder llevase a España hasta la ruina económica y moral, la desintegración como nación unida, el pavoroso deterioro de la política y la falta de confianza en el liderazgo. En tiempos de Zapatero, el PSOE ha colaborado activamente con el desastre del "zapaterismo" y ha dejado de ser un partido político de izquierdas para convertirse en una implacable fábrica de poder, capaz de todo con tal de mantener el control del Estado. Dotado de una osadía sin límites y de una ambición descontrolada, el PSOE de Zapatero da cada día más miedo a los demócratas y a la gente decente de España.
Los partidos políticos, en democracia, tienen la misión de situarse a mitad de camino, entre el ciudadano y el Estado, para elevar hasta el poder las aspiraciones y deseos del pueblo. Pero el PSOE no cumple en modo alguno esa misión porque ha abandonado la equidistancia, se ha incorporado al Estado y ha dejado de servir al ciudadano para ocuparse en exclusiva de los intereses de sus élites.
La obsesión por el poder ha suplantado a la ideología y la estrategia ha sustituido a los principios. Con esa filosofía, el partido político deja de ser una pieza del sistema democrático y se transforma en enemigo de la verdadera democracia, en adversario del ciudadano y en el mayor obstáculo para que el sistema funcione.
Muchos pensadores políticos opinan que el El PSOE, en realidad, no cree en la democracia, sino en la transformación de la sociedad a través del gobierno y la gestión del Estado. Ya no es el PSOE un partido de los ciudadanos, sino del poder. Si a ese planteamiento se agrega el hundimiento de los principios y el sometimiento de las ideas y valores al objetivo prioritario, que es el poder, entonces tendremos un partido peligroso, capaz de utilizar los recursos e instrumentos del Estado en beneficio propio, saltándose las barreras, violando las reglas del sistema y concentrando toda su fuerza en el control del poder.
Vejaciones como las que han sufrido las miembros del PP, paseados en "cuerda de presos" tras ser detenidos por presunta corrupción en Palma de Mallorca, o escuchas telefónicas ilegales, como las denunciadas por el PP en el mes de agosto (que por cierto no son las primeras en la historia del PSOE), sólo son posibles y creíbles cuando han saltado todos los controles y el partido se ha convertido en depredador.
Los expertos no se sorprenden demasiado ante el actual estado de deteriodo democrático extremo que sufre el PSOE de Zapatero porque en los últimos años ese partido ha recorrido un camino cada vez más osado y oscuro, que conducía directamente hacia el actual estado tenebroso. En ese camino se produjeron hechos y actitudes que anticipaban la catástrofe, como los pactos "contra natura" con partidos nacionalistas de ideología incompatible; la negociación con ETA y el vergonzoso patrocinio socialista de la presentación estelar de los batasunos en el Parlamento Europeo; la tolerancia con asesinos etarras durante la etapa negociadora; la aprobación del Estatuto de Cataluña, inasumible monumento a la desigualdad y a la insolidaridad, triste y vergonzoso para un partido democrático, el cinturón sanitario que siempre quiso construir para impedir la alternancia y el acceso al poder del PP; la aplicación arbitraria de la ley, “según convenga a la jugada”, como reconoció el nefasto ministro de Justicia Bermejo; la utilización de la mentira y la manipulación como política de gobierno y otros muchos abusos y desmanes, entre los que destacan la fácil convivencia con la corrupción y la utilización de la Justicia, la Fiscalía y la cúpula de las fuerzas de seguridad en beneficio propio, no del bien común.
Aunque muchos españoles creen que el PP, además de denunciar los excesos y abusos del gobierno de Zapatero, debería abandonar la práctica de la corrupción y convertirse en un partido realmente democrático, prometiendo a los ciudadanos una regeneración de la podrida política española, es cierto que muchos demócratas están arropando al PP e inclinandose hacia la derecha, a pesar de sus corrupciones y carencias, ante el comportamiento antidemocrático del PSOE, cada día más amenazador para la democracia y más capaz de generar miedo en la ciudadanía.
Bajo el mandato de Zapatero, el PSOE ha adquirido gravísimas responsabilidades políticas que un día tendrá que pagar, entre ellas la de no haberse resistido a que su líder llevase a España hasta la ruina económica y moral, la desintegración como nación unida, el pavoroso deterioro de la política y la falta de confianza en el liderazgo. En tiempos de Zapatero, el PSOE ha colaborado activamente con el desastre del "zapaterismo" y ha dejado de ser un partido político de izquierdas para convertirse en una implacable fábrica de poder, capaz de todo con tal de mantener el control del Estado. Dotado de una osadía sin límites y de una ambición descontrolada, el PSOE de Zapatero da cada día más miedo a los demócratas y a la gente decente de España.
Los partidos políticos, en democracia, tienen la misión de situarse a mitad de camino, entre el ciudadano y el Estado, para elevar hasta el poder las aspiraciones y deseos del pueblo. Pero el PSOE no cumple en modo alguno esa misión porque ha abandonado la equidistancia, se ha incorporado al Estado y ha dejado de servir al ciudadano para ocuparse en exclusiva de los intereses de sus élites.
La obsesión por el poder ha suplantado a la ideología y la estrategia ha sustituido a los principios. Con esa filosofía, el partido político deja de ser una pieza del sistema democrático y se transforma en enemigo de la verdadera democracia, en adversario del ciudadano y en el mayor obstáculo para que el sistema funcione.
Muchos pensadores políticos opinan que el El PSOE, en realidad, no cree en la democracia, sino en la transformación de la sociedad a través del gobierno y la gestión del Estado. Ya no es el PSOE un partido de los ciudadanos, sino del poder. Si a ese planteamiento se agrega el hundimiento de los principios y el sometimiento de las ideas y valores al objetivo prioritario, que es el poder, entonces tendremos un partido peligroso, capaz de utilizar los recursos e instrumentos del Estado en beneficio propio, saltándose las barreras, violando las reglas del sistema y concentrando toda su fuerza en el control del poder.
Vejaciones como las que han sufrido las miembros del PP, paseados en "cuerda de presos" tras ser detenidos por presunta corrupción en Palma de Mallorca, o escuchas telefónicas ilegales, como las denunciadas por el PP en el mes de agosto (que por cierto no son las primeras en la historia del PSOE), sólo son posibles y creíbles cuando han saltado todos los controles y el partido se ha convertido en depredador.
Los expertos no se sorprenden demasiado ante el actual estado de deteriodo democrático extremo que sufre el PSOE de Zapatero porque en los últimos años ese partido ha recorrido un camino cada vez más osado y oscuro, que conducía directamente hacia el actual estado tenebroso. En ese camino se produjeron hechos y actitudes que anticipaban la catástrofe, como los pactos "contra natura" con partidos nacionalistas de ideología incompatible; la negociación con ETA y el vergonzoso patrocinio socialista de la presentación estelar de los batasunos en el Parlamento Europeo; la tolerancia con asesinos etarras durante la etapa negociadora; la aprobación del Estatuto de Cataluña, inasumible monumento a la desigualdad y a la insolidaridad, triste y vergonzoso para un partido democrático, el cinturón sanitario que siempre quiso construir para impedir la alternancia y el acceso al poder del PP; la aplicación arbitraria de la ley, “según convenga a la jugada”, como reconoció el nefasto ministro de Justicia Bermejo; la utilización de la mentira y la manipulación como política de gobierno y otros muchos abusos y desmanes, entre los que destacan la fácil convivencia con la corrupción y la utilización de la Justicia, la Fiscalía y la cúpula de las fuerzas de seguridad en beneficio propio, no del bien común.
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