Puede que le suene a ciencia ficción, pero es cierto: el futuro de la democracia como sistema político expansivo y de la misma cultura occidental es probable que dependa de los biocombustibles, el nuevo boom económico y tecnológico, la nueva esperanza que permitirá prescindir del petroleo y acabar con la potencia de la cultura islámica, financiada con petrodólares por Arabia Saudita, Kuwait, Irán y otros países árabes.
El biocombustible está irrumpiendo en nuestras vidas como una nueva tecnología capaz de transformar el mundo. En el pasado, el desarrollo y expansión del ferrocarril implicó un avance tecnológico extraordinario, cambió el mundo y aceleró el desarrollo de nuevas potencias, la consolidada (Inglaterra) y la emergente (Estados Unidos). Hoy, con la producción masiva de cumbustibles para motores a partir de productos agrícolas, el mundo también puede cambiar y, como siempre ocurre cuando despuntan nuevas tecnologías, se genera la ilusión por un mundo venturoso que supere las calamidades presentes.
En los think tanks de Estados Unidos se vaticina que el poderío árabe comenzará a menguar allá por el año 2025, cuando las reservas de petroleo comiencen a agotarse. Entonces, el terrorismo islamista, financiado con los dólares que Occidente gasta en comprar petroleo, perderá gran parte de su energía y vitalidad, que no es tan religiosa como económica. Pero la revolución de los biocombustibles, ya en marcha, quizás anticipe ese declive islámico.
Añaden los estrategas norteamericanos que si la democracia logra resistir hasta entonces, su futuro estará garantizado, ya que se impondrá sin grandes obstáculos, incluso en el mundo árabe, cuando el petroleo deje de ser un río de dólares prácticamente inagotable.
Pero los cambios que trae consigo la revolución del biocombustible no se limitan a la política. La economía dará un vuelco porque la agricultura, al producir energía pura en forma de carburantes, volverá a cobrar protagonismo y el campo volverá a ser rentable, incluso en las sociedades avanzadas, donde cultivar paratas o cereales es hoy toda una ruína porque los países menos desarrollados pueden hacerlo a precios muy inferiores.
Esa revolución en el agro se está debatiendo mucho en el mundo académico, aunque poco se ha filtrado todavía en los medios de comunicación masivos. Sin embargo, los sintomas de la revolución son palpables para el observador conspicuo: el año 2005 se destinaron nada menos que 49 mil millones de dólares a energías alternativas y esa cantidades crecerán a ritmo vertiginoso, duplicándose cada uno o dos años.
El boom que rodea el desarrollo del etanol como biocombustible, con epicentro en Estados Unidos, está alterando los mercados internacionales. Los síntomas evidentes de esa revolución se observan en la continua alza de los precios de los campos y del maíz. Estados Unidos está destinando cada vez más su producción de maíz al consumo interno para la generación de etanol como biocombustible, disminuyendo el saldo exportable. La consecuencia es un salto del precio del cereal a nivel internacional. Lo mismo ocurre u ocurrirá pronto con otros cultivos que pueden transformarse en energía.
El biocombustible es ya la gran esperanza de Occidente, la fuente de energía renovable que llega no sólo para reducir la dura dependencia del petróleo y para aliviar los problemas del calentamiento global, sino también a dar un nuevo impulso a la hegemonia de Occidente, exportador de la democracia como sistema político, y a "poner en el sitio que les corresponde" a los pueblos árabes, que, sin la lluvia de oro procedente del petroleo, tendrán que vivir nuevamente de sus desiertos de arena.
El biocombustible está irrumpiendo en nuestras vidas como una nueva tecnología capaz de transformar el mundo. En el pasado, el desarrollo y expansión del ferrocarril implicó un avance tecnológico extraordinario, cambió el mundo y aceleró el desarrollo de nuevas potencias, la consolidada (Inglaterra) y la emergente (Estados Unidos). Hoy, con la producción masiva de cumbustibles para motores a partir de productos agrícolas, el mundo también puede cambiar y, como siempre ocurre cuando despuntan nuevas tecnologías, se genera la ilusión por un mundo venturoso que supere las calamidades presentes.
En los think tanks de Estados Unidos se vaticina que el poderío árabe comenzará a menguar allá por el año 2025, cuando las reservas de petroleo comiencen a agotarse. Entonces, el terrorismo islamista, financiado con los dólares que Occidente gasta en comprar petroleo, perderá gran parte de su energía y vitalidad, que no es tan religiosa como económica. Pero la revolución de los biocombustibles, ya en marcha, quizás anticipe ese declive islámico.
Añaden los estrategas norteamericanos que si la democracia logra resistir hasta entonces, su futuro estará garantizado, ya que se impondrá sin grandes obstáculos, incluso en el mundo árabe, cuando el petroleo deje de ser un río de dólares prácticamente inagotable.
Pero los cambios que trae consigo la revolución del biocombustible no se limitan a la política. La economía dará un vuelco porque la agricultura, al producir energía pura en forma de carburantes, volverá a cobrar protagonismo y el campo volverá a ser rentable, incluso en las sociedades avanzadas, donde cultivar paratas o cereales es hoy toda una ruína porque los países menos desarrollados pueden hacerlo a precios muy inferiores.
Esa revolución en el agro se está debatiendo mucho en el mundo académico, aunque poco se ha filtrado todavía en los medios de comunicación masivos. Sin embargo, los sintomas de la revolución son palpables para el observador conspicuo: el año 2005 se destinaron nada menos que 49 mil millones de dólares a energías alternativas y esa cantidades crecerán a ritmo vertiginoso, duplicándose cada uno o dos años.
El boom que rodea el desarrollo del etanol como biocombustible, con epicentro en Estados Unidos, está alterando los mercados internacionales. Los síntomas evidentes de esa revolución se observan en la continua alza de los precios de los campos y del maíz. Estados Unidos está destinando cada vez más su producción de maíz al consumo interno para la generación de etanol como biocombustible, disminuyendo el saldo exportable. La consecuencia es un salto del precio del cereal a nivel internacional. Lo mismo ocurre u ocurrirá pronto con otros cultivos que pueden transformarse en energía.
El biocombustible es ya la gran esperanza de Occidente, la fuente de energía renovable que llega no sólo para reducir la dura dependencia del petróleo y para aliviar los problemas del calentamiento global, sino también a dar un nuevo impulso a la hegemonia de Occidente, exportador de la democracia como sistema político, y a "poner en el sitio que les corresponde" a los pueblos árabes, que, sin la lluvia de oro procedente del petroleo, tendrán que vivir nuevamente de sus desiertos de arena.
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