Por encima de todo soy un anarquista moderado por la vida. Del anarquismo he asumido que nadie está legitimado para gobernar a un pueblo de hombres y mujeres libres, que sólo el autogobierno es legítimo y que todas las filosofías, desde el derecho divino de los monarcas hasta el contrato social de Rousseau, han fracasado en su intento de justificar la autoridad de unos sobre otros.
Tengo raices socialistas, pero entiendo el socialismo de manera opuesta a como lo entienden mis compatriotas del PSOE. Mi socialismo es un impulso que busca poner al servicio de todos lo que es privilegio y disfrute. Del cristianismo admiro la potencia y grandeza de su mensaje fundamental: "ama al prójimo como a ti mismo". Del mundo ácrata he heredado, además, mi incurable desconfianza frente al Estado, al que considero el peor monstruo y el más estúpido invento del hombre. Del liberalismo admiro su insuperable concepción de la democracia.
¿Cómo puede uno sentirse "socialista" y al mismo tiempo ser ácrata? Les juro que es posible. Lo que es imposible es ser socialista y militar en el PSOE. Al contemplar los estragos que ha causado la izquierda gobernante en el mundo, casi siempre que ha gobernado, me siento a años luz de distancia de esas ideas que han generado tanto daño y de esa forma pervertida de hacer política, en la que unos se consideran élite y se autoatribuyen el derecho a dominar a los otros. Al estudiar el zapaterismo y el sanchismo en términos académicos, he sentido tanto asco y tanta distancia que me siento, por fortuna, en sus antípodas. Los que crean que en las antípodas de Zapatero y Sánchez está la extrema derecha, se equivocan de plano porque les aseguro que en el lado opuesto a esos miserables sólo están la democracia y la decencia.
Entiendo el socialismo democrático como "la búsqueda constante de lo que menos daña y mutila al ser humano", como "un impulso dinámico que pretende siempre poner al alcance de todos lo que es privilegio y disfrute". En resumen: "el socialismo democrático es una mezcla, a partes iguales, entre una verdadera democracia de ciudadanos y la búsqueda constante de la máxima cuota de felicidad para todos". El socialismo, en realidad, siempre ha sido una tiranía y ha dejado de ser democrático cuando se hace élite, se aleja del pueblo y se considera con derecho a que sus intereses prevalezcan sobre la opinión pública y el interés general.
Un tipo que viaja con una veintena de coches, que va a los estudios de televisión con 90 guardaespaldas y que hace viajes de 50 kilómetros en un avión del Estado, como hace Pedro Sánchez, es metafísicamente imposible que sea socialista.
Ese socialismo sólo es posible cuando vive en la democracia y para la democracia. Sin la democracia, el socialismo se convierte en una dictadura de gente compleja y peligrosa, muchas veces con buenas intenciones, algo que, a juzgar por la experiencia histórica, suele ser peor que una vulgar tiranía.
El socialismo moderno se ha debatido siempre en un dilema: por una parte la terrible tentación del estalinismo, que se siente poseedor exclusivo de la verdad histórica y que conduce al partido único y a la dictadura de economía nacionalizada, y, por otra parte, un complejo sistema de generosidad que se impregna de democracia y de humanismo y que busca permanentemente un mundo mejor, a través de la justicia y la equidad.
La mayoría de los socialistas no consiguen librarse de la tentación estalinista. Cuando se hacen militantes de un partido socialista, el estalinismo penetra en sus venas, hace florecer el totalitarismo y destruye en ellos toda semilla de democracia y humanismo.
Incapaces de soportar los vicios y perversiones de los partidos, los socialistas democráticos somos seres libres y no encuadrados, buscadores permanentes del debate, adoradores de la amistad y del intercambio de ideas y experiencias, siempre dentro de los principios de la solidaridad, la bondad, el respeto y el humanismo.
Puede afirmarse que el socialista democrático es la antítesis del socialista estalinista, encuadrado y militante. Todo socialista democrático, aunque alejado de la derecha, se siente más próximo a las ideas ácratas, liberales y cristianas que al totalitarismo marxista, leninista y estalinista.
A los que pensamos de este modo nos persiguen los de derecha y, con especial ahínco, los socialistas del lado oscuro. No nos admiten en ningún espacio del espectro político tradicional porque somos libres como el viento, rechazamos la esclavitud y nuestras ideas son más compatibles con una fe personal que con una militancia política. En el fondo de nuestras almas no creemos ya en la separación entre "derechas" e "izquierdas", sino entre gente que construye y gente que destruye, entre gente que suma y gente que resta y divide.
Cualquier socialista democrático se siente más cerca de líderes religiosos como Jesucristo o Buda que de los canallas de izquierda que están destrozando el planeta y la humanidad. Nuestro "impulso permanente hacia la felicidad" se parece mucho al viejo mandato cristiano de "ama al prójimo como a ti mismo". El único mandato al que nos sometemos es el de "Civilizad la Tierra".
Francisco Rubiales
Tengo raices socialistas, pero entiendo el socialismo de manera opuesta a como lo entienden mis compatriotas del PSOE. Mi socialismo es un impulso que busca poner al servicio de todos lo que es privilegio y disfrute. Del cristianismo admiro la potencia y grandeza de su mensaje fundamental: "ama al prójimo como a ti mismo". Del mundo ácrata he heredado, además, mi incurable desconfianza frente al Estado, al que considero el peor monstruo y el más estúpido invento del hombre. Del liberalismo admiro su insuperable concepción de la democracia.
¿Cómo puede uno sentirse "socialista" y al mismo tiempo ser ácrata? Les juro que es posible. Lo que es imposible es ser socialista y militar en el PSOE. Al contemplar los estragos que ha causado la izquierda gobernante en el mundo, casi siempre que ha gobernado, me siento a años luz de distancia de esas ideas que han generado tanto daño y de esa forma pervertida de hacer política, en la que unos se consideran élite y se autoatribuyen el derecho a dominar a los otros. Al estudiar el zapaterismo y el sanchismo en términos académicos, he sentido tanto asco y tanta distancia que me siento, por fortuna, en sus antípodas. Los que crean que en las antípodas de Zapatero y Sánchez está la extrema derecha, se equivocan de plano porque les aseguro que en el lado opuesto a esos miserables sólo están la democracia y la decencia.
Entiendo el socialismo democrático como "la búsqueda constante de lo que menos daña y mutila al ser humano", como "un impulso dinámico que pretende siempre poner al alcance de todos lo que es privilegio y disfrute". En resumen: "el socialismo democrático es una mezcla, a partes iguales, entre una verdadera democracia de ciudadanos y la búsqueda constante de la máxima cuota de felicidad para todos". El socialismo, en realidad, siempre ha sido una tiranía y ha dejado de ser democrático cuando se hace élite, se aleja del pueblo y se considera con derecho a que sus intereses prevalezcan sobre la opinión pública y el interés general.
Un tipo que viaja con una veintena de coches, que va a los estudios de televisión con 90 guardaespaldas y que hace viajes de 50 kilómetros en un avión del Estado, como hace Pedro Sánchez, es metafísicamente imposible que sea socialista.
Ese socialismo sólo es posible cuando vive en la democracia y para la democracia. Sin la democracia, el socialismo se convierte en una dictadura de gente compleja y peligrosa, muchas veces con buenas intenciones, algo que, a juzgar por la experiencia histórica, suele ser peor que una vulgar tiranía.
El socialismo moderno se ha debatido siempre en un dilema: por una parte la terrible tentación del estalinismo, que se siente poseedor exclusivo de la verdad histórica y que conduce al partido único y a la dictadura de economía nacionalizada, y, por otra parte, un complejo sistema de generosidad que se impregna de democracia y de humanismo y que busca permanentemente un mundo mejor, a través de la justicia y la equidad.
La mayoría de los socialistas no consiguen librarse de la tentación estalinista. Cuando se hacen militantes de un partido socialista, el estalinismo penetra en sus venas, hace florecer el totalitarismo y destruye en ellos toda semilla de democracia y humanismo.
Incapaces de soportar los vicios y perversiones de los partidos, los socialistas democráticos somos seres libres y no encuadrados, buscadores permanentes del debate, adoradores de la amistad y del intercambio de ideas y experiencias, siempre dentro de los principios de la solidaridad, la bondad, el respeto y el humanismo.
Puede afirmarse que el socialista democrático es la antítesis del socialista estalinista, encuadrado y militante. Todo socialista democrático, aunque alejado de la derecha, se siente más próximo a las ideas ácratas, liberales y cristianas que al totalitarismo marxista, leninista y estalinista.
A los que pensamos de este modo nos persiguen los de derecha y, con especial ahínco, los socialistas del lado oscuro. No nos admiten en ningún espacio del espectro político tradicional porque somos libres como el viento, rechazamos la esclavitud y nuestras ideas son más compatibles con una fe personal que con una militancia política. En el fondo de nuestras almas no creemos ya en la separación entre "derechas" e "izquierdas", sino entre gente que construye y gente que destruye, entre gente que suma y gente que resta y divide.
Cualquier socialista democrático se siente más cerca de líderes religiosos como Jesucristo o Buda que de los canallas de izquierda que están destrozando el planeta y la humanidad. Nuestro "impulso permanente hacia la felicidad" se parece mucho al viejo mandato cristiano de "ama al prójimo como a ti mismo". El único mandato al que nos sometemos es el de "Civilizad la Tierra".
Francisco Rubiales
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