La muerte de Adolfo Suarez será aprovechada por los políticos y por sus periodistas sometidos para resaltar la gran mentira de la "democracia" española, algo que no existe ni existió. El ex presidente merece el respeto de los españoles, pero no debería ser elevado a los altares como "santo" de una democracia española falsa que solo fue un gigantesco baile de disfraces en el que muchos fascistas autoritarios y políticos ambiciosos, ajenos por completo a la cultura democrática, engañaron al pueblo español, embrutecido y cargado de inocencia tras 40 años de dictadura, diciéndoles que vivirían en una democracia, cuando en realidad lo que crearon fue una dictadura de partidos políticos con un hábil camuflaje que le sirviera para ser aceptada en el Occidente de las libertades.
La "democracia española" fue una gran estafa y los frutos de aquel sistema bastardo, ideado y construido por autoritarios, son hoy visibles: corrupción, ciudadanos marginados, partidos políticos con poderes casi ilimitados, abuso de poder, Justicia bajo control de los partidos, impunidad de la casta política y un país-basurero que lidera las grandes lacras internacionales (corrupción, desempleo, blanqueo de dinero, droga, prostitución, etc.), desprovisto de defensas morales, condenado por sus políticos a vivir en la mentira y víctima de un sistema que nació como una estafa y que sigue estafando cada día.
Adolfo Suárez, un hábil político renovador surgido de las entrañas del Franquismo, en el que siempre quiso ser ministro y presidente del gobierno, supo ver la gran jugada y tuvo la audacia de llevarla a cabo, ayudado por gente tan autoritaria y poco demócrata como él, desde un rey que había sido elegido por el general Franco y jurado los principios del Movimiento Nacional, hasta por un autoritario empecinado e ilustrado, como Manuel Fraga, un comunista stalinista como Santiago Carrillo, un ambicioso sin escrúpulos como Felipe González y una manada de políticos educados en el Franquismo que vieron en la jugada de Suárez la mejor forma de reciclarse y seguir mandando, ahora con las bendiciones del mundo occidental y con el beneplácito de un pueblo engañado.
Respeto para Adolfo Suárez en la hora de su muerte, entre otras razones porque, a pesar de sus trucos malabaristas y engaños, fue el menos corrupto de los presidentes del nuevo sistema y porque abrió las puertas de un camino que, aunque nacido de la mentira y ajeno a la verdadera democracia, sí creó las libertades suficientes para que hubiera podido evolucionar hacia una democracia real, si sus protagonistas y principales dirigentes hubieran tenido vocación de demócratas.
Pero pronto, desde el flamante monarca hasta los comunistas de Carrillo, sin excluir a los socialistas de González, los nacionalistas vascos y catalanes, a los que se les regaló un poder representativo desigual, que no merecían, y los franquistas reciclados, se sintieron a tan gusto en aquella gran estafa que decidieron mantenerla y fortalecerla para que perdurara.
Y España es hoy eso: una falsa democracia sin ciudadanos, plagada de contradiciones y de dramas, con sus políticos desprestigiados y rechazados por sus ciudadanos, con su economía maltrecha, con su justicia desquiciada y sometida a la dictadura de los partidos, sin valores y sin catadura moral, todo ello consecuencia de aquel engaño perpetrado tras la muerte de Franco, en el que se hizo pasar por democracia lo que era y es una simple y vulgar dictadura de partidos, sin controles, sin frenos y sin decencia.
La "democracia española" fue una gran estafa y los frutos de aquel sistema bastardo, ideado y construido por autoritarios, son hoy visibles: corrupción, ciudadanos marginados, partidos políticos con poderes casi ilimitados, abuso de poder, Justicia bajo control de los partidos, impunidad de la casta política y un país-basurero que lidera las grandes lacras internacionales (corrupción, desempleo, blanqueo de dinero, droga, prostitución, etc.), desprovisto de defensas morales, condenado por sus políticos a vivir en la mentira y víctima de un sistema que nació como una estafa y que sigue estafando cada día.
Adolfo Suárez, un hábil político renovador surgido de las entrañas del Franquismo, en el que siempre quiso ser ministro y presidente del gobierno, supo ver la gran jugada y tuvo la audacia de llevarla a cabo, ayudado por gente tan autoritaria y poco demócrata como él, desde un rey que había sido elegido por el general Franco y jurado los principios del Movimiento Nacional, hasta por un autoritario empecinado e ilustrado, como Manuel Fraga, un comunista stalinista como Santiago Carrillo, un ambicioso sin escrúpulos como Felipe González y una manada de políticos educados en el Franquismo que vieron en la jugada de Suárez la mejor forma de reciclarse y seguir mandando, ahora con las bendiciones del mundo occidental y con el beneplácito de un pueblo engañado.
Respeto para Adolfo Suárez en la hora de su muerte, entre otras razones porque, a pesar de sus trucos malabaristas y engaños, fue el menos corrupto de los presidentes del nuevo sistema y porque abrió las puertas de un camino que, aunque nacido de la mentira y ajeno a la verdadera democracia, sí creó las libertades suficientes para que hubiera podido evolucionar hacia una democracia real, si sus protagonistas y principales dirigentes hubieran tenido vocación de demócratas.
Pero pronto, desde el flamante monarca hasta los comunistas de Carrillo, sin excluir a los socialistas de González, los nacionalistas vascos y catalanes, a los que se les regaló un poder representativo desigual, que no merecían, y los franquistas reciclados, se sintieron a tan gusto en aquella gran estafa que decidieron mantenerla y fortalecerla para que perdurara.
Y España es hoy eso: una falsa democracia sin ciudadanos, plagada de contradiciones y de dramas, con sus políticos desprestigiados y rechazados por sus ciudadanos, con su economía maltrecha, con su justicia desquiciada y sometida a la dictadura de los partidos, sin valores y sin catadura moral, todo ello consecuencia de aquel engaño perpetrado tras la muerte de Franco, en el que se hizo pasar por democracia lo que era y es una simple y vulgar dictadura de partidos, sin controles, sin frenos y sin decencia.
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